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Los señores de la propaganda

El Atlantida film fest muestra en varios documentales la relación entre cine y dictaduras

Toni García
El cartel de 'Aim High in Creation!'.
El cartel de 'Aim High in Creation!'.

Es bien sabido que una de las armas que utilizó Adolf Hitler para seducir al pueblo alemán fue su magistral uso de la propaganda. Con Goebbels como eje central del gigantesco aparato de marketing del Reich, nada fue dejado al azar: ni los carteles que acusaban a los judíos de expoliar a Alemania donde estos aparecían caracterizados como monstruos con tirabuzones, ni la elección de la esvástica como símbolo del régimen, ni –naturalmente- la difusión de imágenes que presentaban a los nazis como dignos herederos de Troya, Esparta o el Imperio romano.

Aunque parezca lo contrario, el cine propagandístico está mas vivo que nunca y desde los vídeos del Estado islámico (cuya última entrega, con cautivos siendo ahogados mientras dos cámaras lo filmaban todo rivaliza en crueldad con los métodos del Tercer Reich), a los documentales norcoreanos, pasando por determinadas piezas visuales de grandes corporaciones que –especialmente en Estados Unidos- tratan de vender paraísos portátiles a cualquiera que tenga el dinero para comprarlos. La propaganda sigue siendo una arma de destrucción masiva y en el Atlantida film fest (festival de cine online organizado por Filmin) se puede ver estos días algunos ejemplos de ello.

El más polémico (y seguramente el mejor) es el documental de Felix Moeller Forbidden films, donde el realizador alemán muestra por primera vez retazo de 40 piezas de propaganda nazi que habían permanecido encerrados bajo siete llaves hasta hoy. Los cortos (por llamarlos de algún modo) recorren todas las obsesiones de los nacionalsocialistas y Moeller complementa el macabro descubrimiento con entrevistas con historiadores , cinéfilos y sociólogos alemanes, que diseccionan la innegable potencia visual del régimen a la hora de trasladar a la población un mensaje de ira y miedo.

Lo mejor (y quizás lo peor) del filme de Moeller es la demostración de que 70 años después, la propaganda nazi sigue siendo tan poderosa como lo fue en su día (basta con echar un vistazo a El triunfo de la voluntad, de Lenni Riefensthal, para cerciorarse de ello) y su utilización de las herramientas ‘publicitarias’ un ejemplo de cómo la realidad puede ser alterada a voluntad y empaquetada para ser consumida por un pueblo ávido de enemigos y soluciones rápidas. Como dice el periodista Richard Brody en The New Yorker, lo más curioso de todo es que estas piezas fílmicas no fueron realizadas para provocar algo: “la guerra ya estaba en marcha; los judíos ya estaban siendo deportados y exterminados”, sino que únicamente servían para reforzar la visión del pueblo llano que lo que se estaba haciendo desde las altas instancias era totalmente necesario para la supervivencia de Alemania.

En el mismo marco festivalero puede verse otro documental llamado simplemente Propaganda y producido por Corea del Norte (queden todos advertidos) donde se retratan las contradicciones del capitalismo y en el que el supuesto confort del estilo de vida occidental se presenta como una suerte de hombre del saco que en realidad esconde un infierno social, político y financiero. Dirigido por la realizadora neozelandesa Sabine Slavko no deja de ser un rara avis con algunos ejemplos interesantes aunque haya sido financiado por un país que presume de opacidad y la cumple a rajatabla.

De esa opacidad habla también Aim high in creation, la extraña obra que narra la no menos extraña peripecia de Anna Broinowski, una australiana obsesionada con la propaganda norcoreana que consiguió el permiso para adentrarse en la impenetrable maquinaria del cine del país y que retrata uno de los géneros (podemos llamarlos así, aunque se componga de dramas, thrillers, westerns o documentales) más desconocidos de la historia del séptimo arte. “La gente cree que ya no hacen nada, pero es porque ese cine nunca sale del país, nadie puede verlo, sólo se usa para consumo interno y tiene un calado político muy definido” contaba Broinowski a EL PAÍS hace unos días.

Menos propagandísticos pero radicalmente políticos y vinculados en cierto modo a los mecanismos internos de los monstruos financieros (en lo que se han convertido determinados países al fin y al cabo) son otras piezas que se pueden estos días en el festival: el mejor es UK Gold, un documental con narración de Dominic West (el inolvidable McNulty de la serie The wire) que explica a las claras como determinadas corporaciones consiguen evadir el pago de impuestos a través de todo tipo de tretas (algunas legales, otras alegales y un buen número de ellas completamente ilegales) mientras los políticos y las instituciones del Reino Unido se distraen mirando a la vía láctea. Con música de Thom Yorke (Radiohead) y Robert del Naja (Massive attack), UK Gold recuerda al oscarizado documental Inside job, y es una demoledora radiografía de lo fácil que es para los gigantes de la economía esquivar los débiles controles de un sistema –aparentemente- edificado para su tranquilidad y beneficio.

Las otras películas que deberían remover los estómagos cinéfilos son Children 404 y Village Modèle. La primera es una terrorífica recopilación de testimonios de niños y adolescentes rusos que explican las vejaciones y abusos que sufren en su vida diaria. Una pieza durísima que pone de manifiesto los peligros de la red y lo sencillo que resulta en un mundo conectado abusar de la información y convertir lo que antes era la persecución en el patio de un colegio en una aniquilación identitaria en toda regla, para la que no hay soluciones obvias o inmediatas. El segundo, Village Modèle, vuelve al modelo propagandístico norcoreano para descubrir un pueblo fantasma en un ejercicio de cine francamente desconcertante pero que demuestra que, al contrario de lo que muchos afirman, al séptimo arte no se le acaban las pilas.

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