Algo más que un artesano
Pedro Olea recalca que no está jubilado, por más homenajes que reciba
Dice Pedro Olea con buen humor que le están llegando los premios a la hora de jubilarse, últimamente en casi todos los rincones de España. Pero este bilbaíno de 1938 no se siente jubilado: “Se agradecen enormemente estas muestras de afecto, pero las cambiaría por un contrato”.
“Esta es la profesión más maravillosa que existe, como dijo Buñuel, y que mientras se tuvieran salud y ganas no había que dejarla”. De hecho, él tiene proyectos para televisión, cine y teatro: “Es un medio que me fascina, sobre todo después del éxito con El pisito, que llenó teatros y recibió premio”. Ha dirigido filmes para televisión, un par de obras de teatro y 18 largometrajes, algunos de resonante éxito, como Tormento; Pim, pam, pum, fuego; Un hombre llamado Flor de Otoño; El maestro de esgrima… Se le llegó a adjetivar como “el director millones”, aunque también haya tenido algunos pinchazos en taquilla.
Su última película para la tele, La conspiración, permanece desde hace tres años misteriosamente retenida en TVE. Todo apunta a la censura, ya que la película narra en clave de thriller político las maniobras del general Mola organizando el levantamiento militar que dio pie a la Guerra Civil. “No sé qué demonios pasa, porque tampoco suelen facilitar que se proyecte fuera de la tele, ni siquiera en esos homenajes de los que antes hablábamos”, lamenta.
Censura
No ha sido el primer encontronazo de Olea con la censura. Comenzaron ya con algunos de los documentales que dirigió en los años sesenta para televisión: “Me dijeron de uno que no se podía emitir y los mandé a la mierda”. Sin embargo, se encargó más tarde del espacio Ultimo grito, “un programa yeyé”, para el que contó con Iván Zulueta como realizador y con el presentador José María Íñigo, vascos como él. Su afición al pop y al rock —“Yo era muy moderno”— fue lo que le llevó a su primera película, Días de viejo color, rodada en Torremolinos en 1967 entre jóvenes y cantantes, que la censura mutiló a su gusto: “Me decían que cómo iban a permitir que una estudiante española tomara la iniciativa invitando al chico a acostarse con ella; se podría justificar si fuera él, borracho, quien le rasgara el vestido y la violara”.
Sin olvidar la grabación del famoso La, la, la, que Serrat iba a interpretar en Eurovisión y que fue prohibida cuando el cantante propuso interpretarla en catalán. O cuando La casa sin fronteras fue invitada a competir en los Oscar y el ministerio envió una copia doblada al inglés, lo que la invalidaba. Algunos habían visto reflejado en ella al Opus: “No era así, pero de esa lectura vinieron los problemas que tuvo”. Se enteró del desaguisado cuando se lo contaron “20 años después, seleccionado por El maestro de esgrima”.
Tras Juan y Junior en un mundo diferente, otro filme yeyé que a veces da la impresión de que le avergüenza un tanto, llegó El bosque del lobo, su “primera película de verdad”, que recibió premios en festivales. Tuvo éxito, sí, pero el vicepresidente del Gobierno de Franco, Carrero Blanco, pretendió prohibirla “por fomentar la España negra”, pero, como estaría mal visto censurarla tras el premio obtenido en el Festival de Cine Religioso y de Valores Humanos de Valladolid, el almirante la dejó pasar a regañadientes.
Cuenta la historia de Romasanta, “un enfermo de epilepsia del siglo XIX, que se creía a sí mismo alobado y mataba por compulsión. ¿Qué hubo de verdad en su caso, cuál es el origen de esas leyendas?”, se pregunta Olea. “¿Qué hay de verdad en aquellas mujeres a las que quemaron por brujas tras haber sido denunciadas por razones políticas o por envidias, como conté en Akelarre? Desde niño me ha gustado mucho el género de terror. Un primo mío que estaba impedido nos contaba historias de brujas, crímenes, asesinatos en caseríos… Relatos fascinantes de los que me viene esta afición… Me interesa profundizar en las leyendas populares, las coplas de ciegos. Después de una película sobre hombres lobo y otra sobre brujas me ha faltado por hacer una sobre vampiros. Y tengo desde hace tiempo un guion sobre vampiros modernos, que ojalá pueda hacerse”. Pero los tiempos no parecen estar a favor, y quizá aún menos para los cineastas veteranos: “El parón ha sido provocado más por la crisis que por la edad. Me parece que hay espacio para todos”.
No es bueno que el hombre esté solo, La leyenda del cura de Bargota, El caso de las envenenadas de Valencia o Tiempo de tormenta fomentaron la idea de que a Olea le gustan en su cine los personajes raros, complejos… “Siempre me han parecido más interesantes los perdedores y los antihéroes, los que no son de una pieza y tienen gamas de grises. Han escrito una tesis sobre mis películas asegurando que son pesimistas, casi demoledoras. Yo no las veo así. Bastantes de ellas fueron encargos que luego escribí con los mejores guionistas: Azcona, Camus, Porto, Armiñán…”. Por eso a Olea le da pudor considerarse un autor; prefiere ser apreciado como artesano, aunque eso sería discutible.
Mitómano y coleccionista
A pesar de su aspecto de “chicarrón del norte”, muchas veces de la impresión de ser inseguro. Es mitómano y coleccionista de autógrafos de cineastas y escritores: “Una forma de reconocer una admiración”. Aunque aclara enseguida que colecciona de todo: prospectos de cine, cromos de su infancia… Y películas, melodramas especialmente: él ha rodado varios que han acabado componiendo, quizá sin pretenderlo, un friso de la historia de España.
Dice no tener sentimiento alguno de nostalgia, que le siguen gustando algunas de sus películas, que no se queja de nada, que ha vivido y sigue viviendo intensamente y, puesto a elegir su propio epitafio, opta por: “Que me quiten lo bailao”.
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