Abramovic y mi vida interior
Así viví el ‘método’ de la artista en su exposición de São Paulo
Es martes, cinco de la tarde, y unas 40 personas hacemos cola en un centro cultural de São Paulo, una ciudad de 11 millones de habitantes, tráfico infernal y mucho trajín de helicópteros. Nos obligan a dejar bolsos, móviles y (quien quiera) zapatos en un casillero. Varios jóvenes vestidos con monos grises nos dirigen a una sala con dos pantallas. Está tan vacía e impoluta, y los facilitadores (así llaman a los de los monos) tan serios, que uno se siente en una especie de campamento militar.
Me ha traído hasta aquí una amiga, que me advirtió de que había plazas para una performance de Marina Abramovic (ella lo llamó el “método”) y me dio la web para inscribirme. De allí me respondieron, enigmáticamente: “Ahora que ha reservado este tiempo, prepárese para una experiencia”. Decían también que debían abstenerse embarazadas, personas con problemas cardíacos, de tensión y epilépticos. Menores de edad, solo con autorización paterna. Llegué, tal y como ordenaban, 15 minutos antes y habiendo ingerido una comida ligera dos horas antes. Ensalada. Antes, en Internet, encontré más enigmas: “El Método Abramović es una síntesis de todo el conocimiento de Abramovic sobre la performance. Por medio del tiempo y la dedicación, las prácticas posibilitan experiencias transformadoras”. Bueno.
En las pantallas de la sala, Abramovic da instrucciones para el calentamiento, vestida de bata blanca de laboratorio: “Frótese una mano contra otra. Cúbrase un oído, cúbrase el otro, ahora un orificio de la nariz, ahora la boca, golpee el aire, suelte las piernas, tense los músculos”. La peor parte –la que provoca más vergüenza propia y ajena– es el obligatorio bailecito final, cuando hay que menear todas las extremidades, además del culo y la cabeza. Como si nadie estuviese mirando. Aunque, la verdad, los demás seguramente andan también demasiado concentrados en lo suyo.
Para el verdadero método, que dura dos horas, nos ponemos cascos antirruido como los que se usan en las obras. Los "ejercicios" son cuatro, de media hora cada uno. Abramovic ha creado “objetos transitorios” de madera y cristales, según la artista, “con propiedades energéticas”: una plataforma, una silla y una especie de cama de superficie rígida. Hay que permanecer de pie en la plataforma, sentarse en la silla, caminar a cámara lenta por la sala y tumbarse en la cama. Todo recuerda a una clase de meditación. Nadie se mira mucho. Todos estamos serios. En el ejercicio de la silla, un hombre cruza las piernas como si estuviera en un bar y mira alrededor. Yo le miro a él. Somos los peores alumnos de esta clase de yoga avanzada.
Abramovic dice que el método ayuda a conseguir “la claridad y la conexión que muchas veces faltan en nuestro día a día”. Algunas de sus otras técnicas consisten en contar granos de arroz durante 16 horas y han conquistado, entre otros, a Lady Gaga. Yo llevo media hora de pie y ya he contado 38 adoquines en la pared de enfrente. En algún momento he llegado a experimentar algo parecido a la paz, sin móvil, viendo cómo se hacía de noche afuera, con el zumbido amortiguado de un helicóptero detrás de los cascos. Pero no todo el tiempo. Tal vez a mí y al tipo que se sentaba como en una cafetería nos falte vida interior.
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