Viaje alrededor de Manu Leguineche
Medio siglo después del periplo que inspiró ‘El camino más corto’, libro clave del periodismo español, gran parte de la obra del autor sigue descatalogada
Manu Leguineche ganaba entonces 3.000 pesetas mensuales (18 euros) y vivía en una pensión del barrio madrileño de Argüelles, trabajando para una agencia de prensa. Era el invierno de 1965, un año tan frío que hasta se heló el vino en las tinajas. "La agitación estudiantil provocada por el comunismo", en palabras de la Asociación Católica de Padres de Familia, se había apoderado de la Universidad Complutense. Manu acaba de recibir una tremenda tunda de los grises —la policía antidisturbios franquista— en una de aquellas manifestaciones. "El profesor Aranguren era nuestro Mahatma Gandhi", relató sobre aquel invierno del descontento madrileño. Entonces, gracias a una cantidad ingente de vino peleón bebido directamente del porrón y a su capacidad para entonar "Granada" en los mesones que rodean la Plaza Mayor, aquel reportero que tenía entonces 23 años logró sumarse a una expedición insólita: batir el récord de distancia recorrida en coche.
Aquel viaje, que empezó hace ahora cincuenta años, en abril de aquel año helador en la Siberia franquista, cambió su vida y el periodismo español. Manu murió en enero del año pasado a los 73 años, después de una enfermedad que le mantuvo alejado del mundo en su casa de la Alcarria. Escribió decenas de libros, la mayoría de los cuales están tristemente descatalogados. Casi se puede decir que inventó un género propio en el que mezclaba la historia con el reportaje, buscando siempre los túneles que unen el pasado y el presente. De todos ellos, siempre dijo que su favorito era el que surgió de aquella vuelta al mundo en coche, El camino más corto, una obra que ha despertado decenas de vocaciones periodísticas. "El camino más corto para encontrarse uno a sí mismo da la vuelta al mundo", es la cita de Hermann Keyserling con la que empieza este libro, publicado por primera vez en 1978 por Argos Vergara y reeditado en 1995 por Plaza y Janés en una versión actualizada. Actualmente sólo se encuentra en librerías de viejo y a un precio considerable —en el momento de escribir estas líneas, en Iberlibro sólo aparece un ejemplar a 50 euros pese a que presenta "síntomas de uso" y tiene un roto reparado en la portada—.
"La enfermedad empezó a maltratarlo demasiado pronto", ha escrito el reportero Gervasio Sánchez, premio Nacional de Fotografía, quien visitó a menudo a Manu en Brihuega, en su blog, Los desastres de la guerra, en un texto con motivo de los cincuenta años de El camino más corto. "Apenas pudo escribir en la última década de su vida, esos años básicos en la carrera literaria de una trotamundos como él. Le costaba comunicarse, pero se esforzaba en cuanto le empezabas a hablar de viajes", prosigue Sánchez. Manu se perdió la revolución digital, aunque escribió a menudo cómo la información continua de las televisiones iba a cambiar el mundo de la prensa. Hace medio siglo, cuando se lanzó a la carretera, el mundo, el periodismo y los viajes eran muy diferentes.
La Trans World Record Expedition salió de la Península con dirección al Norte de África un 19 de abril con tres periodistas estadounidenses —Harold Stevens, Albert Podell y Woodrow Stans—, el fotógrafo suizo Willy Mettler y el propio Leguineche a bordo de un Toyota Land Cruiser. En su equipaje, Manu acarreaba libros de los autores que le impulsaron a la aventura, desde Joseph Kessel hasta Stevenson, Kipling o Conrad, jerséis de lana gruesa, ropa gastada y unos cuantos detalles hispánicos: puros Farias, varias botellas de anís Machaquito, un chisquero con una mecha de un metro, una boina de vuelo ancho de Elósegui y un par de navajas de Albacete.
El destino de la expedición eran "los felices sesenta" —el título del prólogo de la primera edición—: un mundo que todavía estaba por descubrir, inmerso en el lento, violento y a la vez esperanzador proceso de la descolonización. En cierta medida se podía aplicar aquella frase de Alejandro Dumas en Los Tres Mosqueteros: "Aquellos tiempos tan desdichados en los que fuimos tan felices". "El panorama es el siguiente", les explicó Stevens, al que Manu siempre llama el jefe, antes de salir. "Ahora mismo hay guerra abierta en 35 países, lo que coloca en armas a 38 millones de hombres. Y, aún más importante, los desórdenes y disturbios se suceden en 29 de los 34 países situados en nuestro camino". Naturalmente, eso no les disuadió. Más bien todo lo contrario.
La Trans World Record Expedition atravesó Libia antes de Gaddafi, Irak cuando Sadam Husein todavía no se había apoderado del país, Líbano cuando era la Suiza de Oriente Próximo, Afganistán en los años dorados del rey mucho antes de que este país se viese engullido por un conflicto que todavía no ha terminado. Les pilló el estallido de la guerra entre India y Pakistán (y estuvo a punto de ser fusilado por espía) cuando se encontraban en una aldea atemorizada por un primo de Shere Khan. "Acababa de estallar la guerra y se temía la primera incursión sobre Calcuta de los sabres paquistaníes procedentes de Dacca. A esa misma hora, en Udayagiri, los aborígenes vigilaban con temor, encerrados en su casa, la llegada silenciosa del tigre", escribe. En Australia, cuando iban a embarcar el Toyota hacia Estados Unidos, le llegó un telegrama a través del que el diario Madrid le contrataba para enviar crónicas sobre la escalada militar. Sobre aquel conflicto, que marcó a una generación de periodistas, escribió otro de sus grandes libros, La guerra de todos nosotros (también descatalogado). A Leguineche, le encantaba citar a Michael Herr: "No tuvimos infancias felices, pero tuvimos Vietnam".
El camino más corto es un gran libro de viajes sobre el mundo en un momento crucial de cambio. Es también un reportaje reposado de 500 páginas, escrito más de una década después del viaje y revisado casi 20 años tarde. El resultado es una obra única, un relato que se puede leer una y otra vez, lleno de personajes, de historias, de vida. "Lo importante es moverse', ha escrito uno de mis autores preferidos, Robert Louis Stevenson. Cuando era un niño, seguía con envidia el vuelo de las aves de paso o acudía al aeropuerto para ver despegar los aviones con la vaga sensación de que me gustaría ir dentro. '¿Por qué el Everest?', preguntaron a Hillary. Porque está ahí', respondió. También para mí el mundo está ahí, desconocido, al alcance de nuestras ruedas y siento su llamada como un canto de sirena". Sólo la enfermedad logró que Manu Leguinche metiese el genio de los viajes en la botella. Y esa botella mágica, que debería pasar de generación en generación, se llama El camino más corto.
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