Nuestro enviado especial
Julio Scherer, un periodista que luchó para que en un país de partido único la libertad de expresión fuera posible
El 8 de julio de 1976, poco antes de las seis de la tarde, Julio Scherer García, director del periódico Excélsior, hizo a un lado su pasión por narrar la historia para convertirse en la principal noticia de ese día y del periodismo independiente en México. Abrazado a sus colegas, abandonó las oficinas de Reforma 18 para caminar por la avenida. Durante ocho años había supervisado el cierre de edición con mirada de relojero. Esa tarde, el empeño celosamente custodiado quedó a la deriva. El presidente Luis Echeverría había orquestado una rebelión al interior del diario para expulsar a quienes pensaban que en un país de partido único la libertad de expresión era posible.
Ramón Márquez, reportero de deportes que había jugado fútbol americano, fungió como guardaespaldas de Scherer dentro de las oficinas. “¡Tenía en mis manos la vida de don Julio!”, me contó con perdurable asombro. Al ver que los provocadores subían por la escalera para acosar al director, Ramón pensó en tomar al líder de la revuelta para lanzarse con él al cubo de la escalera.
El sacrificio no fue necesario: Scherer evitó la confrontación abandonando el edificio. Ya en la calle, Ramón lloró como un campeón de box que pierde la corona. Mientras tanto, con el pelo ensortijado de un emperador romano, Scherer mantenía la entereza. El hombre que había entrevistado a Chou En-lai parecía lamentar una sola cosa: ¿dónde carajos podría publicar la noticia que estaba viviendo?
La capacidad de Scherer para descubrir talento sólo competía con su incapacidad de aceptar una respuesta negativa
La respuesta llegaría poco después con la revista Proceso, que acogió a los egresados de la escuela de periodismo que representó Excélsior de 1968 a 1976. La capacidad de Scherer para descubrir talento sólo competía con su incapacidad de aceptar una respuesta negativa. Una invitación suya equivalía a una orden para subir a bordo. Así reunió a fotógrafos, caricaturistas y editorialistas que no pensaban hacer periodismo. Al novelista Jorge Ibargüengoitia le dijo: “Escribe de lo que te dé la gana”, dando pie a la creación de crónicas ejemplares dedicadas a los insondables misterios de la vida diaria. A Octavio Paz le ofreció dirigir la revista Plural, cruce de caminos de la inteligencia y la imaginación, y propició que Julio Cortázar publicara el cómic Fantomas contra los vampiros multinacionales en un tiraje amplísimo repartido por Excélsior.
“La verdad es siempre revolucionaria”, la frase de Gramsci resultó inaceptable para un Gobierno que transformó las aspiraciones de justicia en una burocrática “revolución institucional”. Scherer no sólo desafiaba las versiones oficiales; lo hacía con éxito. Bajo su dirección, Excélsior se convirtió en uno de los diez principales periódicos del mundo.
Scherer no sólo desafiaba las versiones oficiales, lo hacía con éxito
Su destreza para dirigir medios informativos se sustentaba en la fidelidad a su origen: nunca dejó de ser un reportero. No daba entrevistas porque prefería hacerlas. El título del libro que dedicó al pintor David Alfaro Siqueiros revela el acercamiento extremo que procuraba en sus perfiles: La piel y la entraña. Si su interlocutor estaba sentado, le atenazaba la pierna; si estaba de pie, el brazo. Esta condición de testigo próximo se ejercía por igual con prisioneros y jefes de Estado.
Mi generación creció bajo su ejemplo. Cuando le preguntaron al subcomandante Marcos cuál había sido el principal fallo de su insurrección, contestó: “Debimos levantarnos en jueves, porque Proceso cierra el viernes”. Entrevistado por Scherer, el jefe insurgente concluyó con una pregunta: “¿Aprobé el examen?”
En 2010, a los 84 años, el reportero se encontró con el narcotraficante Ismael “Mayo” Zambada en una guarida provisional, despertando las previsibles acusaciones de “hacerle el juego” a los criminales. Imperturbable, el decano de la prensa libre contestó: “Si el diablo me invita, lo entrevisto en el infierno”.
“Si el diablo me invita, lo entrevisto en el infierno Scherer explicando por qué se encontró con un narcotraficante
De 1976 a 1996, Scherer dirigió la revista Proceso, actualmente a cargo de Rafael Rodríguez Castañeda, formado en la ejemplar cantera del antiguo Excélsior.
A diferencia de un periódico, una revista se juega su suerte con el tema de portada. Scherer perfeccionó el arte de resumir dramas en una frase. Uno de sus encabezados más emblemáticos fue: “El hermano incómodo”, dedicado a Raúl Salinas Gortari, hermano del presidente de México. Hace unos días, Raúl fue exonerado por un juez de las acusaciones de enriquecimiento ilícito que pendían sobre él desde hacía dos décadas. La impunidad regresa, pero no borra las noticias.
El legado de Scherer encarna en una veintena de libros, varios de ellos dedicados al injusto sistema penitenciario mexicano, la corrupción de nuestra vida pública y el desastre de los gobiernos panistas.
Rechazó el Premio Nacional de Periodismo, pero en 2002 aceptó el primer premio por trayectoria entregado por la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez, cómplice de muchas de sus aventuras.
“El periodismo es rudo por naturaleza”, solía decir. Maestro de la crónica y subdirector de Proceso, Vicente Leñero describió la angustiosa velocidad con que Scherer conducía su coche por Paseo de la Reforma en una época de realismo mágico en la que no había tráfico.
La intrépida travesía de un maestro llega a su fin, pero cada verdad que se revele en México hará honor a su nombre.
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