El pánico de Jodorowsky
La película es una explosión de creatividad no siempre virtuosa
Desde que Fernando Arrabal, Roland Topor y Alejandro Jodorowsky fundaran en 1965 el Grupo Pánico, el movimiento, que dio pie a unas cuantas películas demoledoras, provocadoramente únicas, y quizá irrepetibles en una actualidad que en cierto sentido machaca tanto o más a los que, como ellos, no es que se salgan de la norma, sino que directamente defecan en ella, vivió su momento de eclosión y olvido. Tanto, que parecía más que extinguido. Pero Jodorowsky, genio y figura, dramaturgo, poeta, ensayista, psicomago, dibujante y guionista de cómics, psicoterapeuta y, claro, director de cine, se ha atrevido a los 84 años con una nueva película con pinta de testamento: La danza de la realidad, un recorrido surrealista (aunque a los del Pánico no les gustaba que les llamaran así, estaban cerca) por la infancia del artista en un pueblo chileno, donde se dividió entre su algo tirano y muy comunista padre y los adorables pechos de su madre.
LA DANZA DE LA REALIDAD
Dirección: Alejandro Jodorowsky.
Intérpretes: Brontis Jodorowsky, Pamela Flores, Jeremías Herskovitz, Alejandro Jodorowsky.
Género: drama. Francia, 2013.
Duración: 130 minutos
Como una especie de Amarcord a lo Jodorowsky, pero sin el poderío visual de Fellini, la película es una explosión de creatividad no siempre virtuosa, una vomitona vital abrasadora aunque poco controlada (sus 130 minutos se clavan como 130 puñales), en la que hay decisiones geniales (esa madre que sólo habla cantando ópera), imágenes brutales de una violencia descarnada y, como en El topo (1970) y, sobre todo, La montaña sagrada (1972), muy atractivas, junto a numerosos momentos de delírium trémens cinematográfico francamente incomprensibles.
“El Pánico es la crítica de la razón pura, es la pandilla sin leyes y sin mando (...), es el himno al talento loco, es el antimovimiento, es el rechazo a la seriedad”, afirmó Arrabal. Jodorowsky parece seguir apelando a esas esencias, pero su himno al talento loco puede que sólo encuentre a los fanáticos de algunas de aquellas obras, a los que quizá interese y descoloque, apasione y decepcione a partes iguales, a aquellos que aún recuerden La montaña sagrada y la mejor película del movimiento, la navajera, suicida y maravillosamente arrabaliana El árbol de Guernica (1975).
Babelia
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