Cheo Feliciano, salsero y bolerista portorriqueño
El cantante, miembro regular del dream team de Fania All Stars, se estrelló con su Jaguar en San Juan de Puerto Rico
Durante los años setenta, en los escenarios internacionales no se podía ver una agrupación más volcánica que Fania All Stars. Una combinación imposible: algunas de las estrellas más hedonistas del planeta sometidas a la disciplina –es un decir- de Johnny Pacheco, unas veces con y otras sin uniforme. Ya era milagroso que la tropa cruzara las aduanas sin incidentes. Aún más prodigioso que tal concentración de egos –aparte del tradicional pique entre cubanos y puertorriqueños- no impidiera que aquello se convirtiera en la celebración colectiva de un cancionero de bronce, dejando espacio para que lucieran instrumentistas de primera.
Y allí estuvo Cheo Feliciano, que garantizaba picos de entusiasmo con sus interpretaciones de Anacaona o El ratón. El mismo José Luis Feliciano Vega que se ha matado este jueves hacia las 4 de la mañana: su Jaguar se estrelló cuando volvía a su casa en Cupey, un barrio de San Juan. Tenía 78 años y, según la policía de tráfico, no llevaba puesto el cinturón de seguridad.
Los puertorriqueños no pueden creérselo: Cheo seguía actuando con las facultades razonablemente integras y parecía indestructible. Había superado una adicción a la heroína y ayudó a músicos que cayeron en el mismo hoyo. Gozó de la confianza del maestro de los compositores isleños, Tite Curet Alonso, que le sirvió de asesor vital.
Feliciano nació el 3 de julio de 1935 en el barrio Pancho Coimbra, de Ponce. Como tantos puertorriqueños pobres, su familia se trasladó a Estados Unidos, concretamente al Spanish Harlem neoyorquino. A partir de 1952, funcionó como percusionista durante el boom del mambo. Según la leyenda, fue Tito Rodríguez quién le permitió cantar una noche en el Palladium, arrasando con su vozarrón y su picardía.
Pero Cheo era caballo sin domar y se resistía a ponerse al frente de un grupo. Aceptó en 1957 el papel de vocalista en el Joe Cuba Sextet, un compromiso que ratificó casándose el mismo día que debutaba. Fueron diez años vertiginosos, suficiente para grabar 17 elepés: Joe Cuba, de verdadero nombre Jorge Calderón, supo complacer tanto al público latino como al anglo, con temas como El pito, Bang bang, Salsa y bembé o A las seis. A su lado, Feliciano aprendió buenas mañas y hábitos peligrosos. Tras una etapa posterior con Eddie Palmieri, retornó a Puerto Rico para ingresar en un centro de rehabilitación.
Regresó a Nueva York hacia 1971, a tiempo de colarse en la segunda encarnación de Fania All Stars, reunida en el club Cheetah. Fania Records iniciaba su expansión y era evidente que Cheo tenía pasta de estrella. Comenzando en 1972, registró allí más de una docena de discos bajo su nombre, generalmente en la línea de salsa dura. Éxitos de aquella época fueron Los entierros de mi gente pobre, Salomé, Naborí o Juan Albañil.
Cuando la compañía de Jerry Masucci comenzó a hacer agua, Feliciano fundó su propia discográfica, Coche Records, y –olvidados los sueños de crossover- se centró en el público latinoamericano, grabando en Cuba y Venezuela. Aprovechando su rica voz de barítono, reincidió en las colecciones de boleros, que él defendía a capa y espada: “es lo primero que aprendí, el repertorio de Los Panchos”. Menos salvables fueron sus incursiones en un descafeinado pop latino.
Instalado en Puerto Rico, se convirtió en propagandista de la riqueza musical de la isla, con trabajos como Una voz, mil recuerdos, que celebraba a los grandes cantantes locales. Tenía la legitimidad del barrio, la soltura para sonear, la sabiduría del superviviente. Su último proyecto discográfico fue Eba say aja (2012), una reunión con el panameño Rubén Blades, admirador y compañero de aquellas legendarias fiestas con Fania All Stars.
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