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SILLÓN DE OREJAS

Barbas, vecino, remojar

Según un estudio de mercado, es probable que en 2017 Amazon sea el primer librero de Francia Para comprender el derecho democrático a la protesta me ha resultado útil 'La bestia sin bozal'

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max.

Un ciempiés helado recorrió la espina dorsal del sector del libro francés la semana pasada, cuando un prestigioso gabinete de estudios de mercado anunció la muy probable probabilidad de que en 2017 Amazon se convierta en el primer librero de Francia. En un país que ha hecho de la cultura —especialmente de la escrita— uno de los emblemas de la grandeur, el pronóstico cayó como un inesperado adoquín sesentayochista en las tranquilas aguas de un estanque versallesco. De poco sirve, al parecer, que al otro lado de los Pirineos,tengan un Ministerio de Cultura como el sentido común manda, una ministra peleona y con los oídos y la sensibilidad bien abiertos a las necesidades del sector, y un Senado capaz de votar leyes que limiten la arrogancia de la compañía de Jeff Bezos, como la que impide que se pueda sumar la gratuidad del precio del envío a domicilio al 5% del descuento permitido. No es que la Fnac —todavía la primera del ranking— sea precisamente una ONG en lo que se refiere al deterioro del tejido librero francés, pero al menos es una compañía francesa, y eso es un argumento de peso para los agentes del sector, ya muy preocupados por el lento pero constante descenso de la venta de libros de papel (y eso que marzo no ha resultado tan devastador como aquí). Por lo demás, en (casi) todas partes cuecen habas, quiero decir, libros. En Reino Unido, donde Amazon vende 1/3 del total de los de papel y 2/3 de los digitales, la tasa de defunciones libreras se ha disparado: ya solo quedan 987 independientes frente a las 1.535 que se contaban en 2005. Pero donde la situación pinta peor es en Nueva York, donde ha desaparecido más de un 30% de las librerías de Manhattan, incluidas varias sucursales del gigante Barnes & Noble. En el corazón de la capital mundial del libro, hoy es posible recorrer 20 blocks consecutivos sin encontrar una librería, obligadas a cerrar por la competencia de la venta online y por la enloquecida subida de alquileres. La situación ha llegado a tal extremo que algunos megagrupos editoriales (Simon & Schuster, HarperCollins, Penguin Random House) se están planteando abrir grandes librerías con su logo en el centro de la ciudad. Como dice mi añorada Aurélie Filippetti, la aguerrida ministra de Cultura francesa, casi todo el mundo está hasta las narices de Amazon, pero pocos se atreven a marcarle el territorio. Está muy bien lo de Sant Jordi y lo de todos los días y las noches de los libros posibles, pero, en todo caso, la situación de no pocas librerías independientes españolas se va aproximando inexorablemente a la emergencia, de modo que todo el sector debería ponerse las pilas y exigir a las Administraciones una política de ayudas contundente y eficaz (sugiero una terapia de choque de afrancesamiento). Mientras tanto, recordemos la magnífica paremia incluida por Covarrubias en su Tesoro (1611): “Quando vieres la barba de tu vezino pelar, echa la tuya a remojar”. Corto y cambio.

Chollos

Después de que Ruiz Gallardón haya conseguido completar el control del Poder Judicial, de que buena parte de los medios de comunicación hayan acercado pasito a pasito su sintonía a la del Gobierno (que últimamente ha funcionado como conspicuo conseguidor), y de que pendan en el aire —bajo pretexto de los desmanes de una minoría de violentos (¡unos mil!, dicen)— amenazas a la libertad de reunión (a pesar de que, por ahora, los “polis malos” Botella y Fernández Díaz han sido derrotados por los “buenos”, Sáenz de Santamaría y Cifuentes), la política de recorte y tentetieso parece más firme que nunca. Sobre todo porque los vigías interesados en avistar horizontes de tranquilidad social nos bombardean con “indicios” de bonanza que los que protestan en las calles o buscan en vano empleo o crédito no consiguen llegar a ver, quizás a causa de su proverbial ceguera patriótica e ingratitud social. Mientras tanto, continúan manifestándose secuelas (la miseria energética, por ejemplo) del terrorismo financiero que nos trajo donde estamos, pero eso no parece importarle más que a los que importan menos y se preguntan a diario, como aquel joven obrero lector de Bertolt Brecht: “¿Quién construyó Tebas la de las Siete Puertas? / En los libros figuran los nombres de los reyes. / ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?”. Para comprender las bases del derecho democrático a la protesta y el modo de asegurarlo cuando crece el descontento de la mayoría y se recrudece la criminalización de los que salen a la calle a expresarlo, me ha resultado útil la lectura de La bestia sin bozal (Catarata), de Gerardo Pisarello y Jaume Assens. Respecto a los auténticos constructores de las Tebas de ayer y de hoy, y a propósito del trabajo “no cualificado” en el Imperio del que somos privilegiada provincia, permítanme que les recomiende el instructivo, divertido y ferocísimo clásico de Barbara Ehrenreich Por cuatro duros; cómo (no) apañárselas en Estados Unidos (Capitán Swing), que revela sus experiencias como camarera de hotel, señora de la limpieza, auxiliar de enfermería y empleada de Wal-Mart. Auténticos chollos laborales en los que no me importaría ver trabajar a los ministros Báñez o Montoro, pongo por caso, que estoy seguro pasarían eficazmente la fregona o limpiarían a conciencia las letrinas de sus respectivos ministerios (¡glup!: ¿estaré cometiendo un escrache de pensamiento, obra u omisión?).

Brunetti

Encesto definitivamente en el sobrepoblado cajón de los rechazados El increíble viaje del faquir que se quedó atrapado en un armario de Ikea (Grijalbo), de Romain Puértolas (un autor, ojo, “adicto a la escritura en post-its”), una novela bombásticamente publicitada y calificada en sus paratextos de “desternillante, fresca, positiva, divertida, inteligente, adictiva y brillante”, pero que a la altura de la página 67 —el límite que me impongo para continuar leyendo— todavía no había logrado arrancarme una maldita sonrisa, su inteligencia me resulta cercana al borderline y su brillantez me hace añorar la de un cacho de estopa (tranquilos, editores, libreros: quizás todo se deba, simplemente, a que mi avanzado deterioro mental me impide apreciar esta “joyita de humor”). Menos mal que me quito el enfado y hallo esparcimiento, bálsamo y consuelo en Muerte entre líneas (Seix Barral), de mi admirada Donna Leon, en la que el equipo del comisario Brunetti (incluyendo varios cameos de la señorita Elettra, siempre tan bien conjuntada) investiga los robos y vandalizaciones de libros antiguos en una noble biblioteca veneciana, lejano trasunto de la célebre Girolamini de Nápoles, de donde, como recordarán los profesionales bibliotecarios, desaparecieron durante años centenares de incunabula y otros volúmenes preciosos (por cierto, ¿y por aquí cómo anda el asunto de los robos de libros?). Un thriller, sí, inteligente, divertido y brillante, con ambiente libresco y personajes sólidos (incluyendo claro, a Paola, la mujer de Brunetti, cuya pasión por Henry James me la hace aún más atractiva). Como diría la editora Pilar Álvarez (Turner): ¡Jeñal!

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