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“Trato de convencer a la gente de la emoción absoluta que supone mirar”

Nicholas Fox Weber, comisario de la primera retrospectiva en España de Josef Albers, habla del legado del artista

Nicholas Fox Weber, historiador y experto en arte.
Nicholas Fox Weber, historiador y experto en arte.Santi Burgos

“¿Qué haces chico? [el joven estudia Historia del Arte]. ¿Y te gusta, chico?” Nicholas Fox Weber (Hartford, Connecticut 1947), director ejecutivo de la Josef and Anni Albers Foundation, a la que Nicholas Serota, el hombre al frente de la Tate, describió como “la crema de las fundaciones de artistas”, rememora aquel encuentro que le cambiaría la vida. Weber era un estudiante de arte en Yale, decepcionado por un tedioso curso sobre Seurat, que eludía el uso del color del posimpresionista más puntilloso. El interés por una compañera de la universidad le había conducido a casa de los padres de esta, que tenían en sus paredes varios cuadros de Josef Albers, —adquiridos entonces por unos cientos de dólares—, el célebre artífice del homenaje al cuadrado. La pareja lo conocía personalmente y, aunque su hija no sentía por Weber lo mismo que él por ella, se lo presentaron porque “pensaron que era el yerno ideal”, cuenta este divertido. El experto en arte, ahora autor de más de una decena de libros centrados en figuras como Balthus, Le Corbusier o el grupo de la Bauhaus, recuperó su pasión por la pintura después de esa conversación.

Y sí. Quien preguntaba al estudiante de esa manera tan directa era Josef Albers, un hombre “ante el que no se podían contar medias verdades”. El pintor abstracto había llegado desde Alemania con su mujer Anni huyendo del nazismo, primero al Black Mountain College en Carolina del Norte y después a la Universidad de Yale; su aproximación a la enseñanza del arte marcó un antes y un después. Weber describe esa primera conversación en aquella casa que imaginó como diseñada por Walter Gropius pero que era tremendamente sencilla con vivos detalles, ante un café, zumo de naranja y varios platos con dulces en la cafetería de la Fundación Juan March de Madrid. Por fin se decide a atacar un churro. “¡Sabe a patata!”, exclama después. Es inminente la inauguración de la primera retrospectiva sobre Josef Albers que se le dedica en España que se titula Medios mínimos, efecto máximo, y que Weber comisaria. “Para mí este es el país de Zurbarán, por lo que merece una gran exposición; nadie puede pintar el negro como él lo hace, tan fuerte y misterioso…”, explica, mientras alaba el idioma español, “en el que no se malgasta nada” porque se pronuncia como se escribe.

Los valores del arte son mucho más grandes de lo que el dinero puede medir.

La mesa perfectamente dispuesta en la March se va mezclando con el bullicio que crece en la cafetería, y produce un cierto eco con el pasado. “Anni aquel día no había preparado comida, por lo que compramos pollo frito [de una cadena estadounidense]”. La antigua alumna de la Bauhaus de familia adinerada y rompedora diseñadora textil lo puso en platos perfectamente blancos en un carrito simple y bello, de tres alturas… “Pensé que eso era el arte; convertir aquel pollo en algo refinado”. La fundación que lleva el nombre de dos artistas que “amaban pintar y estar vivos, mirar, sin perder el tiempo chismorreando…” y radicada en Bethany, Connecticut, trata, según Weber, de mantener los más puros valores de contemplar arte. “Vivimos en un mundo en que la gente continuamente mira a los móviles, habla, hace algo… Muy raramente se toma el tiempo de abrazar la experiencia de ver”. Weber asegura que ese es el mensaje que ha transmitido a los guías de las visitas de la retrospectiva en Madrid: que no den mucha información, “que consigan que los visitantes se detengan…”. “Trato de convencer a la gente de la emoción absoluta que supone mirar”.

Mirada y precio andan en desacuerdo en el actual mercado de arte, continúa el historiador. “Los valores del arte son mucho más grandes de lo que el dinero puede medir”. Más recuerdos sobre Albers intervienen para ilustrar su opinión. Aparece el pintor ya con 85 años, el único artista vivo al que el Metropolitan Museum de Nueva York había dedicado una exposición, limpiando nieve afanosamente en la puerta de su casa en uno de esos inviernos en los que solía morir de un infarto uno o dos mayores al hacer ese trabajo. “Lo convencí para que me dejara quitarla a mí, pero era él tan decente, tan educado, que se quedó ante el garaje haciéndome compañía”. Albers, católico, hijo de un carpintero, vio en su propia biografía cómo se vuelven las tornas cuando él ayudó a mantener a su acaudalada familia política judía, que ya lo había perdido todo por el exilio. La economía, como idea de distribución de bienes escasos, es marca de su pintura y de su hallazgo final: el cuadrado.

Las falsificaciones son una consecuencia del voraz mercado actual del arte, dice Weber

“Desde la simplicidad se llega a una enorme profundidad”, prosigue Weber, quien se lamenta de las falsificaciones de la obra de Albers con las que le toca lidiar, “una consecuencia” de ese mercado voraz. “Hoy comencé el día respondiendo preguntas a la policía italiana por este asunto. Hace tres años se vendió un supuesto albers por 1,4 millones de dólares (alrededor de un millón de euros) pero que era completamente falso. El hombre que lo compró dijo que era su artista preferido, pero la pintura era un desastre…”. Mirada y precio no casaban.

Cuando llega el momento de hablar de la espiritualidad en la obra de Albers, Weber se disculpa; no puede seguir la entrevista en la cafetería, ya plenamente animada de gente. “Lo encontré un día preocupado porque no daba con el tono exacto de verde… para pintar un cuadrado, en el centro, que era el cosmos, que no debía tener aristas ni fronteras…”. Un trámite con la fabricante de pinturas dio con el color en cuestión y el artista finalmente plasmó el cosmos como deseaba. Fue su último cuadro antes de morir.

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