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crítica | pelo malo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Síntomas de cerrazón

Que Venezuela haya puesto dos picas en el mapa cinematográfico gracias a sendas películas sobre la homosexualidad no deja de ser una triste ironía

Javier Ocaña
El hijo y la madre de 'Pelo malo'.
El hijo y la madre de 'Pelo malo'.

Que Venezuela haya puesto dos picas en el mapa cinematográfico gracias a sendas películas sobre la homosexualidad no deja de ser una triste ironía. Una situación que debe llenar de orgullo a sus autores, valientes con los tabús en un país donde la homofobia campa desde distintos modos de despliegue. Azul y no tan rosa, de Miguel Ferrari, Goya a la mejor película iberoamericana, y Pelo malo,de Mariana Rondón, Concha de Oro en San Sebastián, afrontan la problemática cada uno a su modo.

PELO MALO

Dirección: Mariana Rondón.

Intérpretes: Samuel Lange, Samantha Castillo, Betto Benites, Nelly Ramos, Emilia Sulbarán.

Género: drama. Venezuela, 2013.

Duración: 94 minutos.

Sin apenas asideros emocionales para el espectador, Rondón convierte su Pelo malo en una pedregosa cuesta arriba donde los personajes desprenden un brutal rechazo afectivo que se instala en las tripas. En un país donde los prejuicios morales, el culto a la fachada ideológica y con la seudorreligión como apoyo para cualquier pena (ya sea abandonar la pobreza o dejar de ser gordo), los síntomas siempre serán (mal)interpretados por la cerrazón; por ejemplo, que a un crío le guste bailar y quiera tener el pelo liso. Cámara en mano, en las secuencias de interior Rondón posa su objetivo dos palmos por encima de la mirada del niño, marcando su indefensión a base de planos en picado. Mientras, y a la inversa en las secuencias de exterior, prefiere bajar la cámara dos palmos de su mirada, para captar en contrapicado una mastodóntica colmena de viviendas clónicas, en pobreza y prejuicios, que más que circundar al niño le aplastan en el plano.

Con no pocas virtudes, sobre todo sociales, en un ejercicio que captura el aliento de la ciudad, la película quizá se haga demasiado antipática como contrapartida emocional a una sistemática muy rigurosa donde la información siempre es mínima y sutil, mientras las actitudes de las criaturas son tan explícitas como vergonzosas. Que apenas ningún personaje sea capaz de desprender una pizca de ternura, ni siquiera un crío que bastante tiene con aguantar una losa, es la espada de doble filo de una obra avalada por una de esas decisiones que en principio ayudan, pero que también perjudican: un galardón en Donosti quizá excesivo entre competidoras como Le week-end, La herida y Caníbal.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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