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Amor de la otra trinchera, construcción sobre cadáveres

'Rudolf', dirigida por Cristina Rota, pregunta cómo llegar a la salud social: por el olvido o mirándose al espejo con honestidad

María Botto, en el montaje de 'Rudolf'.
María Botto, en el montaje de 'Rudolf'.Uly Martín

Ella, que reniega de su nombre, está muerta de hambre, de soledad y de desamparo; clama por comida, por bienes materiales, por dinero que le ayude a hacer lo que desea: simplemente borrar pasado y realidad y mirar hacia adelante y decir: “Soy Greta, una profesora de piano”. Él llama a su puerta para buscar justicia, para averiguar si ella fue la amante de un criminal que robó la vida y la memoria en la sinrazón de la Alemania nazi; y no puede dar crédito ante el muro que hemos contribuido a construir para la historia, encarnado en esa mujer, que no quiere saber. Pero sin embargo el personaje puesto en escena por Roberto Drago se enamora de ella.

La trama de Rudolf de la autora argentina Patricia Suárez, en la Sala Mirador de Madrid desde este miércoles 12 al 30 de marzo, se sitúa en el año 1950 de esa posguerra plagada de cadáveres, pero resuena fuerte entre otras, cuenta la directora de la obra, Cristina Rota, donde el terrorismo de Estado destrozó a los seres humanos. Los nombres del dúo protagonista quizá no importen después de todo, porque Rudolf habla de Argentina, de Alemania, de Chile, o de España y nos hace las siguientes preguntas: ¿Debemos construir el presente por el olvido del pasado? ¿O hay que mirarse al espejo y ser sinceros con lo que somos y hemos hecho para tener salud? ¿Quién es responsable? ¿Qué sucede cuando alguien se enamora del que está “al otro lado de la trinchera”?

Félix: Me parece que hasta de noche siguen trabajando los obreros. A nadie le importa aquí vivir con este ruido. ¿Cómo hace usted?

Greta: ¿Cómo hago para qué?

Félix: Para vivir.

La construcción como metáfora de ladrillos que se ponen sobre cadáveres está presente en toda la obra, en forma de duelo, entre el enigma y la tragicomedia. “Rudolf está llena de pistas de la actualidad, de la burbuja inmobiliaria… Construyen sobre los muertos, sobre la historia aplastan con cemento todo lo que pretenda surgir”. Lo cuenta Rota en una mañana ya primaveral, en la fuerte luz del patio que da a las aulas de la escuela de actuación que dirige y en que la vida se hará minutos después muy patente con la charla de los estudiantes que se toman una pausa. Ella ha vivido en propias carnes el horror de no poder enterrar a los suyos, llegada de una Argentina en plena dictadura militar en 1978 a España, con dos hijos pequeños, María y Juan Diego, después de que su compañero, Diego Fernando Botto, desapareciera en la campaña de terror.

Cristina Rota, directora de 'Rudolf'.
Cristina Rota, directora de 'Rudolf'.uly martín

“En el texto se defiende la salud de una sociedad por encima del dolor que causa dilucidar los hechos de tu propia vida, saberse… El conocimiento lo provoca”, prosigue. La protagonista de Rudolf —Greta, ¿o quizá María Massenbacher?— mira hacia otro lado sin embargo, como todos hacemos si queremos evitar el sufrimiento. A ella le da vida María Botto, quien afirma que este papel ha sido un camino placentero recorrido por la intuición. “Greta es como todo ser humano, tiene contradicciones. La mayoría de la gente nunca actúa; si fuera así, no ocurrirían tantas desgracias”, indica esta intérprete que defiende la empatía “más allá de la justicia” como necesidad en una sociedad en la que sentir por el otro, moverse cuando no me toca a mí, es una rareza.

Entra en escena la culpabilidad por omisión, algo tan humano y tan monstruoso. Madre e hija, directora y actriz, están de acuerdo: también es responsable quien ha sido indiferente, y lo es tanto “como el auténtico ejecutor de los hechos”, apostilla Rota. Rudolf plantea ese encuentro entre víctima y torturador en un envoltorio complejo, y la solución no es tampoco simple. “¿Es posible la reconciliación por esa historia de amor? “Creo que no, pero sí queda la reparación, que es llevar a los culpables ante la justicia”, indica Botto. Juzgar es reconocer la realidad y para ella un claro ejemplo son las vejaciones que sufrieron las Abuelas de Plaza de Mayo. Que estaban locas, les decían. “Las víctimas piden que se reconozca que el horror existió y que tenga un nombre. Cuando se está en medio de la barbarie, la gran mayoría niega que eso esté ocurriendo; uno llega a pensar que lo que ha sucedido es un sueño, que no existes, que eres producto de la nada…”.

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