El pistolero de Kansas
Burroghs tuvo una doble influencia: técnica e intelectual Fue esencialmente artista de culto
Uno de los (muchos) discos de William Burroughs se titula The Elvis of letters.Suena a chacota, pero tiene sentido: como ocurre con Presley, la sombra de Burroughs se prolonga más allá de lo previsible. Comparten orígenes improbables para sus futuras carreras, biografías extraordinarias y, sí, dominio exhaustivo de la farmacología.
Burroghs tuvo una doble influencia: técnica e intelectual. Detectó los invisibles sistemas de control gubernamental, los virus del poder, las manipulaciones sociales. Desarrolló una paranoia razonada para sobrevivir como drogadicto, homosexual y bohemio (a pesar de su ilustre apellido, siempre anduvo corto de dinero). Pretendió pasar inadvertido con su aspecto de respetable hombre de negocios, aunque el disfraz se convertiría en look distintivo: le llamaron “el cura” en la película Drugstore cowboy (y en el tema que hizo con Kurt Cobain).
Fue esencialmente artista de culto: por temática y por radicalidad estilística, no vendió grandes cantidades de Yonqui, Nova express, El almuerzo desnudo o Los chicos salvajes, aunque se mantuvieron en catálogo, aromatizados por el malditismo de su autor. De sus páginas surgieron los nombres de grupos como Soft Machine, Steely Dan, Clem Snide.
Popularizó los cut ups, esos aleatorios recorta y pega de textos y, eventualmente, de sonidos. Su trabajo con cintas le relacionó con un investigador lúdico, Paul McCartney, lo que explica su presencia en ese panteón del siglo XX que es la portada de Sgt. Pepper.
David Bowie aprovechó esos hallazgos, aparte de inspirarse en sus visiones apocalípticas a partir de Ziggy Stardust. La conexión no pasó inadvertida. Varias revistas musicales patrocinaron encuentros de Burroughs con Bowie o Jimmy Page, donde deslumbraba por la amplitud de su curiosidad. En contra del tópico, aceptaba sumergirse en los decibelios de un concierto masivo sin recurrir a los tapones.
Impávido, Burroughs pudo cabalgar sobre diferentes olas. Unos llegaban a él por la carretera de la beat generation; otros, como Ian Curtis, a través de J. G. Ballard o el cyberpunk. Terminó como genuino icono: había cola para visitarle en su casita de Lawrence y acompañarle en sus ejercicios de tiro al blanco.
Pero tanta admiración de los hipsters no afectó a su ética de trabajo: colaboró con Tom Waits, Ministry o REM. Y grabó abundantes discos propios con los músicos más diversos, consolidando el género spoken word. Así que, a su manera, fue un Elvis posmoderno: una mente hirviente, un monstruo imposible de imitar.
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