El amor al oficio frente a la adversidad y las amenazas del mundo
Antonio Muñoz Molina, Michael Haneke y Annie Leibovitz coinciden en reflexionar sobre su trabajo Ensalzan los valores de la creación artística en la entrega de los Príncipe de Asturias
Artes, ciencias y solidaridad, sin olvidar esa fuente de épica y superación que es el deporte. Lo mejor del espíritu humano, representado por los galardonados, se ha vuelto a reunir hoy en Oviedo con motivo de la entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Tres de los premiados que pronunciaron discursos en el acto (celebrado con solemnidad en el teatro Campoamor y presidido por la Reina, Don Felipe y Doña Letizia), Antonio Muñoz Molina, Annie Leibovitz y Michael Haneke, coincidieron en hablar sobre sus respectivos oficios artísticos y contraponerlos a la adversidad y las dificultades de estos tiempos difíciles, ensalzando los valores de la creación. El Príncipe, por su parte, destacó en su discurso que “todos hemos de trabajar en nuestras responsabilidades con sentido del deber”.
La ceremonia tuvo momentos muy emotivos, como la imagen de la pequeña niña ciega Liv Parlee, de ocho años, lanzando besos al aire recoger el premio a la ONCE o el gesto de José Maria Olazábal, pegando un swing imaginario en recuerdo de su predecesor Seve Ballesteros al avanzar a recoger el suyo. Los científicos Peter Higgs, François Englert y Rolf-Dieter Heuer celebraron juntos su premio con un júbilo contagioso. La luminosa sombra del amor, el amor perdido, planeó especialmente sobre el acto: la fotógrafa Annie Leibovitz recogía el premio de Comunicación y Humanidades después de que su pareja Susan Sontag, fallecida en 2004, recibiera el de las Letras en 2003. El amor, esa cosa tan extraña, misteriosa e inestable como el bosón de Higgs.
“En este momento me viene a la mente una galardonada anterior que significó mucho para mí: Susan Sontag”, dijo en su discurso Leibovitz, la mujer que amó a otra Príncipe de Asturias, como ha señalado alguien, y que la retrató de aquella manera tan tremenda y humana desnuda en la bañera con las secuelas del cáncer. Leibovitz, se declaró orgullosa también por representar el medio de la fotografía y recordó a Sebastiao Salgado, galardonado en 1998, al que calificó de “inspiración para tantos de nosotros”. Dijo que la fotografía representa para ella “la vida misma”, reivindicó su calidad de arte y recordó la maravilla de que con una cámara “podemos retener los momentos fugaces de nuestras vidas”.
El cineasta Michael Haneke, iluminador de las oscuridades del alma humana, premio de las Artes, recordó el impacto que le supuso contemplar las Pinturas negras de Goya en el Prado, “una conmoción que probablemente nunca olvidaré”. Habló de la particularidad del cine, “ser la más cara de todas las producciones artísticas, y, a la vez, la más efímera y dependiente del mercado”, lo que provoca que se encuentre en “una situación de tensión especial”. Reflexionó que, frente a otras artes más contemplativas, el cine es “un medio de avasallamiento”, y en eso radica, señaló, su fuerza y su peligro. “Ninguna forma artística es capaz de convertir tan fácil y directamente al receptor en víctima manipulada de su creador como el cine”, advirtió, mencionado expresamente a Leni Riefenstahl, y sentenció: “Este poder requiere responsabilidad”. Dejó esta frase: “La manipulación sirve para muchos fines, no solo políticos. También atontando a la gente uno se puede hacer rico”. El cineasta recordó que el cine es joven y dijo que confía en que “tenga sus mejores tiempos aún por delante”.
La socióloga Saskia Sassen, premio de Ciencias Sociales, advirtió en su discurso, muy breve, de que “el mundo del conocimiento está hoy siendo amenazado, no solo con ataques amplios y visibles, sino también a través de despliegues liliputienses, miles de pequeños cortes”.
Antonio Muñoz Molina, premio de las Letras, dedicó su discurso a hablar del oficio de escritor, pero sin olvidar la cruda realidad de un país asolado por la crisis y poniéndose bajo la advocación del poeta José Hierro y el “aire de libertad” que este celebró al recibir el premio en su primera edición, en 1981. “Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria”, dijo. “Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierten en oficio”.
Repasó el novelista las singularidades del oficio de escribir, por lo demás, consideró, no diferente de crear un paso de danza, una partitura, realizar un descubrimiento científico o un prodigio deportivo, o levantar “una pirámide de alcachofas en el escaparate de una frutería”. Dijo que la escritura satisface “la intangible y universal necesidad humana” de contar historias, “es decir de dar una forma inteligible al mundo mediante las palabras”. “Nuestra variedad moderna del mito es la ficción, en todas sus variedades, desde las más banales hasta las más hondas o exigentes”, continuó, citando entre las segundas a Don Quijote, Moby Dick “o un cuento de mi querida Alice Munro”. Calificó la escritura de oficio “más antiguo y útil de lo que parece” y “también mucho más incierto”, porque en él, consideró, “la experiencia no ofrece ninguna garantía, y puede haber una divergencia escandalosa entre el mérito y el reconocimiento”.
El novelista advirtió que la dedicación y la entrega no garantizan nada y pueden conducir al “amaneramiento anquilosado y a la parodia de sí mismo”. El desaliento ante las inquietudes del oficio, reflexionó, “se acentúa más en tiempos de incertidumbres tan amargas como estos”. Muñoz Molina matizó que hablar de las dificultades literarias podría parecer frívolo en una coyuntura como la de España y tuvo palabras para las víctimas de la crisis y –muy duras- para los responsables. Pese a todo, el escritor abogó por enfrentarse al desaliento del oficio con el oficio en sí mismo. “Escribir poniendo artesanalmente en cada palabra los cinco sentidos”. Escribir, prosiguió en un crescendo de emoción y amor por el oficio literario “porque a pesar de todas las negaciones y las imposibilidades la escritura, como cualquier oficio, es sobre todo un acto de afirmación. Escribir porque sí”.
Los premiados y las autoridades llegaron en coche al teatro recorriendo las calles desde el hotel de la Reconquista en las que destacaban los voluntarios de la ONCE ataviados con chubasqueros, camisetas y sombreros amarillos. Frente al Campoamor esperaba numeroso público y la manifestación autorizada de afectados por la crisis, pertrechada de pancartas contra entidades bancarias y empresas y banderas republicanas. Gaitas y tambores competían con los gritos de protesta y pitidos en la ayer muy pertinente plaza de la Escandalera. “La España real no tienen nada que celebrar”, rezaba un mensaje entre el atronar de muñeiras.
Los momentos emocionantes en esta edición de los premios han sido numerosos. Leibovitz entre los fotógrafos de prensa, como una más. Higgs y Englert llevados casi a hombros por los estudiantes de la Facultad de Ciencias de Oviedo durante su visita (el diario La Nueva España dejó un titular antológico para la ocasión, en la que se bebió una cerveza creada en honor del Higgs: “El bosón es la caña”). Otro emotivo momento surgió durante el coloquio de Antonio Muñoz Molina con representantes de clubs de lectores de Asturias y Cantabria. En el último tramo del acto, el escritor se acercó en el escenario a dos veteranas lectoras, Maria Luisa y Palmira, ambas de 92 años -¡lo que habrán leído!- y contestó a sus preguntas.
Los premiados
Michael Haneke, Príncipe de Asturias de las Artes.
Saskia Sassen, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.
Annie Leibovitz, Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE), Príncipe de Asturias de la Concordia.
Sociedad Max Planck para el Avance de la Ciencia, Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
José María Olazábal, Príncipe de Asturias de los Deportes.
Peter Higgs, François Englert y el CERN (Laboratorio Europeo de Física de Partículas), Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
Antonio Muñoz Molina, Príncipe de Asturias de las Letras.
Babelia
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