El último retrato del nieto de Goya descansa en Dallas
Se trata de una de las últimas obras del artista aragonés, un ejemplo de la transición al modernismo y del afecto que sentía por el joven
En 1827, enfermo y desencantado, Francisco de Goya y Lucientes rompió su exilio voluntario en Burdeos para realizar su último viaje a Madrid. A la edad de 80 años quería ultimar los detalles de su jubilación a los que no opuso resistencia el rey Fernando VII, pese a la animadversión que el pintor sentía por el monarca. Allí comenzaría Goya la que sería una de sus últimas obras y, en todo caso, el último de los retratos que el artista aragonés realizó de su único nieto, Mariano Goya Goicoechea.
Goya terminó su cuadro meses antes de morir en la Quinta del Sordo, en 1828. Su nieto, que vendería la vivienda en la que el pintor realizó la mayor parte de su serie de Pinturas Negras, estaba presente. Desde el viernes, el Retrato de Mariano de Goya, el nieto del artista, se puede ver en el museo Meadows de Dallas, que ha adquirido la obra recientemente.
Se trata del tercer retrato que el pintor aragonés hizo de su nieto. Goya sentía verdadera pasión por Mariano, del que siempre estuvo muy pendiente y al que le unía una estrecha relación."Es un Goya pintado para un Goya", explica en conversación telefónica, Mark Roglán, director del museo Meadows. El autor realizó el cuadro por amor a su nieto y no por encargo, como muchos de los retratos que el artista pintó a lo largo de su carrera y ese afecto se manifiesta no sólo en la espontaneidad de los trazadas, señala Roglán, sino en la parte trasera del lienzo en el que Goya escribió la dedicatoria a su nieto y la edad a la que lo pintó.
El retrato de Mariano es que alberga una huella dactilar de Goya
"El cuadro está expuesto de modo que se puede ver la parte delantera y la de detrás. El cariño que Goya sentía por Mariano se nota en ambas caras del cuadro. La inscripción de puño y letra de Goya ocupa toda la parte trasera del lienzo, una señal de que lo mucho que lo quería", indica Roglán. "Goya pensaba que iba a irse a vivir a París y que iba a hacer grandes cosas". Mariano se dedicó a negocios de minas, y, en especial, a la venta de obras de su abuelo, una actividad que le reportó grandes beneficios ayudándole a amasar un patrimonio considerable, de acuerdo con la biografía de la Fundación Goya en Aragón. Mariano nació en Madrid, en 1806, y murió en La Cabrera, una localidad madrileña, en 1878.
A diferencia de los dos primeros cuadros de su nieto, el primero, casi un niño –aparece con rizos rubios y sujetando la cuerda para tirar de un coche de juguete- en plena guerra de la Independencia, y el segundo con 10 años –de perfil y con chistera-, el cuadro adquirido por el Meadows muestra a un Mariano adulto, de 21 años, y serio, con una cicatriz en la mejilla izquierda, fruto de su mal genio y de los enfrentamientos con sus vecinos.
Aunque el joven parece desafiante, con la mirada clavada en el espectador, en general, la obra, como señala Roglán, transmite la ternura que Goya siempre sintió por su nieto y que se también se desprende en el resto de los retratos que le realizó. Pero más allá de la perspectiva familiar, este cuadro de Goya ejemplifica la evolución en el estilo del pintor.
“El retrato supone un puente entre la tradición y la modernidad”, asegura Roglán. "Se aprecian brochazos en verde, una tradición del Quattrocento italiano, pero que después también lo encontramos en Kirchner o Matisse. La pintura de Mariano anticipa muchas de las características del impresionismo, una técnica natural, brochazos poco precisos, transmisión de la psicología del personaje…”, indica.
Los trazos son ágiles, especialmente en la camisa del joven, donde se aprecian las cerdas del pincel, una muestra, según Roglán, de la espontaneidad con la que Goya pintó el cuadro. "La oreja derecha es sólo un brochazo, una sugerencia pero que lo dice todo", cuenta el director del Meadows.
La pintura anticipa muchas de las características del impresionismo" Mark Roglán
Otra de las joyas ocultas del retrato de Mariano es que alberga una huella dactilar de Goya. "Se encuentra en la corbata. Allí había un alfiler pintado en rojo, que el artistas decidió eliminar, pero en lugar de hacerlo con la espátula lo hizo directamente con el pulgar, un ejemplo más de esa espontaneidad y un anticipo de algo que después recogerán los impresionistas" señala Roglán.
El cuadro que ahora completa la colección de cinco Goyas que ya posee el museo, al que llaman el Prado de la Pradera por su importante compilación de arte español -la más extensa fuera de España-, fue propiedad de un coleccionista privado y ha estado 40 años cautivo del disfrute del público. "Desde de que se pintó, hace 185 años, sólo se ha podido ver en dos ocasiones, en los 70 y a principios de 2013 cuando se subastó", explica Roglán, que se niega a revelar el precio por el que el museo adquirió el retrato. A partir de ahora todos los que visiten el Meadows podrán admirarlo de nuevo.
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