Una actriz en terapia de choque
Marian Álvarez, ganadora de la Concha de Plata a la mejor interpretación en San Sebastián, habla de la implicación personal que le supuso su papel en ‘La herida’
Con la caja azul que envuelve la Concha de Plata entre sus manos, Marian Álvarez (Madrid, 1978) sale de su primera rueda de prensa tras ganar, pocos minutos antes, el galardón del Festival de San Sebastián que premia a la mejor actriz, en su caso por su trabajo en La herida, de Fernando Franco. Mientras espera a que los productores y el director —como ganadores del Premio Especial del Jurado— acaben con los periodistas, la actriz reflexiona en alto en un pasillo del Kursaal: “Para cuatro largometrajes que he hecho, y mira qué dos premios tengo”. Cuatro no, pero sí seis, porque Álvarez ha desarrollado casi toda su carrera en televisión. Y en cuanto al otro galardón, se refiere a la de mejor interpretación femenina en otro certamen de prestigio, Locarno, que obtuvo en 2007 con Lo mejor de mí, de Roser Aguilar.
Álvarez sabe usar su aspecto frágil para destilar contundencia. Su Ana de La herida sufre de trastorno límite de personalidad, pero ella no lo sabe y su madre no quiero verlo. Así pasa los días: trabajando en una ambulancia y lidiando con unos problemas de carácter que la llevan a la autoflagelación y la angustia vital. “Saqué el personaje gracias a Fernando. Con otro director no hubiera podido llegar a esos límites. Tenía la sensación de saltar de un avión y saber que el paracaídas se iba a abrir por eso, porque era Fernando”. Pues el salto es de mucha altura. “Sí, pero el riesgo mola”.
Con otro director no podría haber llegado a estos límites”
La madrileña sabe que ella no ha sido normalmente la primera opción en los proyectos que le han llegado. En cambio, Franco tuvo muy claro que la quería a ella desde el inicio. “Te llega un guion así y solo puedes decir: ‘Gracias, vida’. Cuando me llegó, pensé que él solo quería que le echara un vistazo y pensé: ‘¿Quién irá a hacer esto?’. Me parecía dificilísimo. Le respondí que era impresionante y Fernando me soltó: ‘Era por si te apetecía hacerlo’. Empecé a buscar una cámara oculta, porque parecía una broma. Imagínate. Y lo agarré y no lo he soltado hasta ahora. En correspondencia a esa confianza, he hecho todo lo que he podido por el personaje”.
La actriz confiesa que sintió síndrome de Estocolmo con su personaje
Para Álvarez, lo más duro no fueron los ataques de ira de su personaje, sino construir “que no sepa lo que le está pasando”. Y explica: “Ella no comprende por qué no gestiona sus sentimientos, no entiende su dolor, su sensibilidad. Era el reto del personaje, ya que como actriz estar en el ‘no sé’ no te deja muchas agarraderas”. Como retranca de guion, Ana tiene la solución cerca de su personaje: en el hospital en el que no deja de entrar y salir llevando enfermos. “En realidad, su trabajo es su única alegría, porque se siente bien. Es curioso, porque es un rasgo característico de la gente con este tipo de trastornos: trabajan en labores muy sociales, ONG… Yo no hablé con ninguna chica con esta enfermedad, porque Fernando me contó que este proyecto nació como un documental y abandonó ese formato cuando supo que los enfermos acentúan sus rasgos delante de las cámaras. Conmigo hubiera pasado lo mismo, y aunque me hubiera venido muy bien, no parecía ético. No quería que porque yo hiciera un trabajo mejor, alguien se pusiera peor. Así que buceé en foros de Internet y en otras fuentes de información”, explica. En el fondo, Franco y Álvarez buscaban que el público empatizara con el personaje: “Y la única manera era hacerla a saco, a tumba abierta”.
Casi todos los días, la actriz agradece haber rodado Lo mejor de mí, de Roser Aguilar. “Me ha traído varios trabajos. Me abrió un mundo de posibilidades a largo plazo, que sin ella nunca me hubieran llegado”. Y reconoce también que esta Ana le ha cambiado en su método de trabajo: “Yo pensaba que era capaz de dejarme los personajes en el rodaje y no llevármelos a casa. Pero Ana ha seguido conmigo mucho tiempo y ahora ha vuelto a aparecer. Hablo de Ana y curiosamente sigue sobrevolándome. Acabé el rodaje y la echaba de menos. Tanto que seguí investigando a posteriori. Sufrí de síndrome de Estocolmo. Yo la quiero mucho y merecía la pena ayudarla. No he llegado a casa y me he autolesionado, pero ahí estaba. Sé que no puedo curarla, ni saldar mi cuenta con ella”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.