El arte de ‘fantasmarse’
La abrumadora hipervisibilidad de la imagen digital sienta como un tiro al característico estilo de M. Night Shyamalan
Los primeros minutos de After Earth ponen en contacto al espectador con un singular neologismo: el verbo fantasmarse. En el futuro donde se sitúa la acción, fantasmarse significa conquistar la perfecta estolidez emocional, convertirse en una cifra sin miedo, puro presente, un sujeto capaz de bloquear todos los poros de su cuerpo para que el enemigo (alienígena) no tenga ocasión de olfatear las feromonas del miedo. Inevitablemente, cuando uno escucha a Jaden Smith conjugar ese pintoresco verbo, no puede evitar acordarse de lo que le ocurría al Bruce Willis de El sexto sentido (1999), la película que desencadenó el fenómeno Shyamalan: un individuo que se había pasado todo el metraje ignorando que estaba fantasmado desde la primera bobina. Y, también, lo de fantasmarse podría usarse para definir la extraña posición de M. Night Shyamalan en el contexto de la gran industria de Hollywood: el autor de El protegido (2000) siempre fue un extraño en esa tierra, un poeta cuya identidad reposaba en la mirada, en la puesta en escena, pero que alcanzó la gloria (efímera, inestable) por un golpe de guion; es decir por un hallazgo, muy terrenal, de pura carpintería. Después de sus dos películas más radicales —La joven del agua (2006) y El incidente (2008)—, que le acreditaron como aislado heredero de Val Lewton, capaz de citar a Resnais en el seno de sofisticados ejercicios disfrazados de blockbuster, el director lleva ya dos películas fantasmándose; es decir, atenuando su identidad en aras de sobrevivir en un contexto cada vez más dispuesto a complacer a las comunidades (de fans) que a proteger la preciosa singularidad del individuo (el autor, esa anomalía).
AFTER EARTH
Dirección: M. Night Shyamalan.
Intérpretes: Will Smith,
Jaden Smith, Sophie Okonedo, Zöe Kravitz.
Género: ciencia ficción. EE UU, 2013
Duración: 100 minutos.
Como ya viene siendo habitual —sean sus películas sobresalientes, irregulares o decepcionantes—, After Earth llega a las pantallas españolas tocada de muerte: el público norteamericano ha dirigido, como un solo hombre, el pulgar hacia abajo, ha afeado la conducta nepotista de un Will Smith que ha escrito y diseñado el proyecto a la medida de su hijo y ha desempolvado las chanzas sobre un director que, incluso en el más visible de sus errores, siempre ha sido más grande que su ruidoso pelotón de linchamiento.
Hay mucho en After Earth que suena a Shyamalan —el sustrato espectral, la relación padre e hijo, el camino solitario hacia la desaparición (emocional)—, y es evidente que el resultado mantiene mucho mejor el tipo que Airbender, el último guerrero (2010), pero se trata de la película más rectilínea y menos sorprendente de su autor: una aventura iniciática en un paisaje que ya no es posapocalíptico, sino poshumano. Por otro lado, la abrumadora hipervisibilidad de la imagen digital sienta como un tiro al característico estilo de un orfebre de la ambigüedad y la extrañeza.
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