Las montañas mágicas de Antonioni
Una exposición en Bruselas revela la obra pictórica del cineasta y su influencia en el arte contemporáneo
Para muchos, fue el cineasta que más terminaría influyendo en los artistas contemporáneos. Muchos son los que reivindican su influencia, de John Baldessari a Jeff Wall, pasando por Sam Taylor-Wood y Julian Schnabel, que incluso le dedicó un homenaje inequívoco en su retrospectiva veneciana de 2011. Pero el propio Michelangelo Antonioni también desarrolló una desconocida faceta pictórica en paralelo a su actividad como director. A principios de los sesenta, antes de realizar la que se convertiría en su primera película en color, El desierto rojo, Antonioni empezó a pintar pequeñas pinturas que representaban paisajes montañosos. Así empezaría su larga serie de Montagne incantate,decenas de cuadros de montes oníricos que le sirvieron de laboratorio donde experimentar sus hallazgos en cuanto a forma, contorno y color, de los que luego se serviría en sus películas.
Una exposición inaugurada este fin de semana en el Palacio de las Bellas Artes de Bruselas, titulada Michelangelo Antonioni, il maestro del cinema moderno, revela e indaga en estas microscópicas pinturas a base de acuarela, témpera y collage sobre cartón, que después el cineasta ampliaba con procedimientos fotográficos. El resultado eran paisajes que prefiguran los que aparecerán en sus películas desérticas, como la geografía californiana y arenosa de Zabriskie Point o los áridos panoramas de El reportero, rodada en el desierto de Almería simulando ser un país africano en plena guerra civil. La exposición, visible hasta el 8 de septiembre, recoge más de 200 documentos, desde extractos de sus películas hasta imágenes de rodaje, pasando por artículos de prensa, guiones originales escritos a mano, premios recibidos a lo largo de su carrera, correspondencia personal y algunos cuadros que revelan la influencia de otros artistas en su obra, como Di Chirico, Fontana, Pollock o Morandi, del que el mismo museo expone una majestuosa retrospectiva que revela puntos en común con la filmografía de Antonioni. En primer lugar, el enigma como asunto central en su producción artística, en un momento en que el paradigma estético seguía marcado por la todopoderosa narración. “Los bodegones del pintor boloñés y el comentado final de El eclipse parecen compartir el mismo tipo de misterio, que después influiría en el cine de autor de las últimas tres décadas, con David Lynch, David Cronenberg y Wong Kar Wai al frente”, sostiene el comisario de la muestra, Dominique Païni, exdirector de la Cinemateca Francesa y antiguo responsable del departamento fílmico del Centro Pompidou de París.
Ese mismo misterio parecía guiar el procedimiento pictórico que el director siguió. “Me divierte trabajar en formatos cada vez más reducidos", diría Antonioni sobre sus miniaturas en una entrevista a principios de los ochenta. “Eso hace crecer la sorpresa a la hora de aumentarlos. Es un poco como la cerámica al meterla en el horno. Nunca se sabe qué forma tomará cuando salga de él”, añadió. Esa propia voluntad de agrandar lo minúsculo también encuentra eco en su filmografía. En Blow up (que en inglés significa “ampliar”), el personaje de David Hennings —doble mal disimulado del fotógrafo de moda David Bailey, entonces marido de Catherine Deneuve— también aumentaba detalles insignificantes en una fotografía tomada en un parque londinense. Y, de sus imágenes, surgían obras abstractas firmadas por Bill, un amigo pintor en la misma película. “No existe separación entre sus prácticas en cine y literatura pese a la diferencia de medios. Antonioni sigue siendo un cineasta, incluso cuando dibuja líneas de color con el pincel”, sostiene el catedrático Dork Zabunyan, experto en híbridos artísticos, en el catálogo de la exposición.
Además, su trabajo sobre el cromatismo también inspiraría buena parte de su obra, como demuestran las rocas rosadas de El desierto rojo. Antonioni dejó dicho que estos pequeños cuadros montañeses le permitían “acceder a la vida de la materia”, con una intención parecida a la de pintores obsesionados por el color, como Turner o Rothko. “No hay ningún otro cineasta que posea una obra con la misma plasticidad. Antonioni no contaba cuentos ni fábulas, sino que prácticamente reproducía lienzos”, concluye Païni. “Por eso ha resultado tan determinante en todo lo que ha venido después”.
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