Harold Lloyd, sin palabras
Un repaso por la filmografía del cineasta, con más de 150 películas, aunque durante algún tiempo permaneció en un segundo plano, eclipsado Charles Chaplin o Buster Keaton
Fue uno de los más grandes en la época del cine mudo. Rodó más de 150 películas y sin embargo, durante mucho tiempo, el nombre de Harold Lloyd permaneció en un segundo plano, eclipsado por los de Charles Chaplin o Buster Keaton. Una de las razones, según explicaba hace unos años su nieta, Susan Lloyd, es que sus films no se vieron tanto por televisión como las de otros cómicos. "Él era el propietario de todas sus películas, tenía el copyright, y no vendía los derechos porque no le gustaba que las interrumpieran con publicidad. Era un hombre que había cuidado mucho el ritmo de sus películas y no soportaba que las cortaran donde les daba la gana. Lo odiaba".
Harold Lloyd nació el 20 de abril de 1893 en Nebraska. Desde muy pequeño se sintió atraído por el mundo del teatro. Empezó a trabajar con doce años e hizo de todo: acomodador, vendedor de caramelos, encargado de atrezo, ayudante del director de escena... Sus primeros trabajos en Hollywood fueron como extra pero enseguida, junto con su amigo y luego socio Hal Roach, empezó a rodar sus propias películas. Al principio sus personajes eran meras copias de los que hacía Chaplin pero finalmente dio con su propio héroe. Un tipo con unas gafitas redondas y lleno de ingenuidad. Un hombre como muchos otros que había entonces por las calles. Harold Lloyd no viste ropas raras, ni sombreros estrafalarios, ni anda de una forma chocante como Charlot. Tampoco creó un personaje serio y triste al estilo de Buster Keaton. "Él quería que el público le identificara con su hermano, su tío, su vecino, su novio. Pretendía hacer cosas que pudieran ocurrir realmente y que fueran divertidas", recordaba su nieta Susan.
Pero Harold tenía algo más. Era un hombre muy ágil y un gran acróbata. En muchas de sus películas le vemos sorteando coches por las calles o haciendo equilibrios en las alturas de los edificios. El espectador sufría y se reía viendo cómo estaba a punto de caerse de un andamio o colgado de las agujas de un gran reloj en un rascacielos, como en uno de sus films más famosos, El hombre mosca.
En los rodajes se jugaba literalmente el físico. Un día de 1919 le estalló en plena cara un pequeño artefacto que había preparado el equipo de efectos especiales. Perdió dos dedos de la mano y muchos pensaron que su carrera como actor había terminado. Pero no fue así. El accidente le dio incluso más fuerza y ánimos para convertirse en el mejor cómico. Le acercó aún más, si cabe, al hombre de la calle, ése al que siempre le ocurren cosas y sale adelante; el que asume sus problemas y dificultades y que al final de la película conquista a la chica, al amor de sus sueños.
Lo que no consiguió el accidente sí lo logró en cambio La Gran Depresión y, sobre todo, la llegada del sonoro. Rodó algunas películas en las que el público pudo oír su voz pero ya nada fue lo mismo. En 1938 se retiró del cine. Solo regresó una vez más, en 1947, de la mano de Preston Sturges en un largometraje titulado El pecado de Harold que fue un gran fracaso. Murió el 8 de marzo de 1971 en su casa de Beverly Hills. Pero sus películas siguen estando ahí y gracias a ellas podemos ver siempre a ese hombrecillo que mantiene el equilibrio contra viento y marea. Está a punto de caerse pero no, Harold Lloyd consigue agarrarse a algo en el último momento. Y el espectador suelta un suspiro de alivio y una sonora carcajada.
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