Toyo Ito y el arquitecto suicida
El nuevo premio Pritzker pasó por México y no se olvidó de visitar la obra de su adorado Juan O’Gorman, un genio trágico del siglo XX al que viene reivindicando desde los años noventa
La puerta de la furgoneta se abrió y un japonés salió de ella pegando un pequeño brinco. El japonés era Toyo Ito, que venía de Nueva York de recoger el premio Pritzker de arquitectura. Ito tiene 72 años pero parece más joven. No solo por el dinámico saltito al bajar del vehículo. Su aspecto es fresco. Llegó con una americana de color blanco, una camisa de cuadros azul clarito metida por dentro de un pantalón negro (sin cinturón) y unas gafas blancas que parecían un diseño del magnífico estudio de arquitectura que tiene en Tokio. El cristal estaba como en el aire, sin tocarse con la montura.
–¿Por qué se pone gafas blancas?
–Porque pienso que mi cara no es muy atractiva y quería darle un toque atractivo –respondió.
Ito tiene cara de niño. Una cara estrecha, de nariz fina y alargada, que transmite calma y un punto de diversión. El pelo lo tiene como casi todo japonés: fino, negro, lacio. En algún momento se peina el flequillo con la mano, pero no da la sensación de que la posición de su cabello le preocupe tanto como le preocupa a otro gran gurú de la arquitectura japonesa, Tadao Ando, que siempre lleva encima un peine para cuidar la correcta geometría de su peinado. Los arquitectos estrella de Japón son gente que se viste con elegancia contemporánea, como si tuviesen el deber –que también es un gusto– de ser tan rigurosos con su apariencia como con los acabados de sus casas. Toyo Ito usa gafas de la marca japonesa 9999 y le gusta ponerse camisas blancas “con manchas de color fuerte” de Comme des Garçons –Como los niños–, una marca también japonesa pero con nombre francés. Estas camisas son lo que le regalan las chicas de su estudio cuando está de cumpleaños.
–Me dicen que me quedan muy bien –comenta–. Y a mí me gusta que ellas me digan eso.
Toyo Ito ha salido de la furgoneta dando ese saltito para volver a entrar en el singular mundo del arquitecto mexicano Juan O’Gorman. Es el primer domingo de junio y estamos en un terreno de México DF en el que están las casas-estudio de Diego Rivera y de Frida Kahlo, diseñadas por O’Gorman en 1931, y también la casa que este se construyó para él dos años antes que esas dos y que acaba de ser rehabilitada. Ito quería ver en su estado original esta vivienda, conocida como la Casa O’Gorman y considerada como la primera obra funcionalista de América Latina.
Las que ya conocía eran las de Diego y Frida. Las visitó por primera vez en 1997. Estaba participando en un taller de arquitectura en el DF con otros arquitectos japoneses que se habían venido con él y alguien los invitó a que fuesen a ver las recién rehabilitadas casas-estudio del muralista comunista que tenía los pies gigantes y de la pintora que no se afeitaba el entrecejo. Les hizo de guía el arquitecto mexicano Víctor Jiménez, que fue el encargado de reformar las viviendas de la pareja y que también ha sido ahora el rehabilitador de la Casa O’Gorman. En aquel momento Ito no tenía ni idea de quién era Juan O’Gorman. Pero cuando entró en las casas de los artistas tuvo una especie de éxtasis minimalista y se quedó unos minutos sentado en el suelo de una habitación con las piernas cruzadas, sin decir nada. “Me quedé mudo”, le dijo más tarde Ito a Víctor Jiménez cuando este le preguntó por qué no había dicho nada durante esa primera visita a las obras de O’Gorman.
Entre los japoneses que estaban en el taller de México DF había una discípula de Toyo Ito que se perdió la visita a las casas de Diego y de Frida. Cuando los demás regresaron al hotel y se la encontraron le dijeron que se había perdido una maravilla. La arquitecta, una mujer muy menudita que solía vestir de negro, se sobresaltó. Ya era de noche y por la mañana se volvían a Tokio. No se podía quedar sin ver aquello. La mujer tomó un taxi y se presentó sobre la una de la madrugada en el lugar de las obras de Juan O’Gorman, un barrio de clase acomodada en el que por la noche no queda nadie por las calles. La finca estaba cerrada, pero ella entrevió allí sola las casas a través del cierre de cactus que la rodea. Aquella arquitecta menudita que vestía de negro recibió el premio Pritzker 14 años después. Se llamaba Kazuyo Sejima.
Esta vez, Ito llegó acompañado por dos arquitectos jóvenes de su estudio, Shuichi Kobari y Kota Tamaki. Al bajar de la furgoneta hizo un leve gesto de sorpresa al encontrarse a numerosos desconocidos esperándolo, la mayoría funcionarios del Instituto Nacional de Bellas Artes, que ha pagado la reforma de estas obras de O’Gorman. Ito recorrió primero la Casa O’Gorman. Llevaba en la mano un iPad mini. Jiménez le iba explicando cosas y él iba asintiendo. De vez en cuando hacía fotos con su iPad. Le hizo una foto al cierre de cactus del jardín. Le hizo una foto a los restos de un mural de Juan O’Gorman que estuvieron tapados por capas de pintura y fueron descubiertos durante la rehabilitación. El espacio más característico de la Casa O’Gorman es una habitación cuyo cierre es una galería de cristal con tres lados abiertos al exterior. La pared central de la galería tiene la particularidad de que se puede abrir de lado a lado. La abrieron para que Ito lo viese. El arquitecto japonés se asombró. “Ohhh”, dijo. E hizo una foto con el iPad mini.
Al final del recorrido por esta primera casa Toyo Ito concedió una breve entrevista a EL PAÍS y al diario mexicano REFORMA en una esquina del jardín. Él se sentó sobre un guijarro redondo del murete de piedras volcánicas que lo rodea. Los periodistas le pidieron su interpretación del gran misterio de la vida y la obra de Juan O’Gorman, el salto de una etapa de juventud dedicada a la arquitectura funcionalista, basada en la lógica y en la sencillez formal, a otra de madurez en la que rompió con lo anterior y se entregó a una suerte de surrealismo regionalista, abandonando casi la arquitectura (aunque en esta etapa hizo la Casa de San Jerónimo –Gaudí remojado en LSD azteca–, además de la icónica biblioteca de la UNAM) y centrándose en la pintura y en la elaboración de innovadores murales hechos de piedras de colores naturales. Ito ve ese giro radical de O’Gorman como una consecuencia (extrema) de la auto-crítica del modernismo: “[Este movimiento] desde el principio se olvidó de la comunicación con el ambiente y con la historia local. Él se enfrentó a ese problema del modernismo, tenía que intentar solucionarlo, y en ese sentido fue alguien serio, fiable, muy humano. Yo también tengo dudas con el modernismo, pero no tan dramáticas como las suyas”. Juan O’Gorman se suicidó a los 77 años colgándose de un árbol.
El flechazo de Ito con O’Gorman fue tal que después de ver por primera vez las casas de Rivera y Kahlo llegó a Tokyo y organizó una exposición sobre estas dos viviendas que pagó de su bolsillo para que los estudiantes de arquitectura japoneses no se perdiesen esa maravilla tan desconocida. Construyeron una maqueta y Víctor Jiménez recibía cada cierto tiempo solicitudes del estudio de Ito para saber medidas exactas de la casa y no alterar ni lo más mínimo sus proporciones en la maqueta. En una ocasión le preguntaron cuanto medía un rodapié. Jiménez les dijo la altura del rodapié, y los japoneses respondieron con suma educación que eso ya lo sabían: “¡Querían saber el fondo del rodapié!”, recuerda el arquitecto mexicano, que varios años después aún se asombra de aquel fanatismo milimétrico del equipo de Toyo Ito. Su voluntad de conocer con exactitud las medidas de las casas incluso los llevó en al menos dos ocasiones a mandar en avión desde Tokio a México DF a una persona solamente para tomar medidas in situ. No lo olvidemos: para construir una maqueta.
Después de ver la Casa O’Gorman rehabilitada, Ito continuó su recorrido con la numerosa comitiva mexicana por las casas-estudio de Diego y de Frida, en las que estaban expuestos una serie de cuadros de la época surrealista de O’Gorman y también imágenes de la onírica Casa de San Jerónimo. En este paseo el reportero charló con Kota Tamaki, un arquitecto joven, melenudo, sonriente y con esa elegancia de vestimenta negra propia de todo arquitecto nipón, si bien con un estilo juvenil más roquero, de pantalones pitillo y botas afiladas. A la pregunta de si Ito admira más a O’Gorman que a Luis Barragán, el otro gran genio de la arquitectura contemporánea mexicana, Kota Tamaki opinó que la fascinación de “Ito-san” (así le llamaban sus arquitectos acompañantes, con el sufijo honorífico típico de Japón) por O’Gorman tiene que ver con la calidad de su obra pero sobre todo con una fascinación personal, con una atracción enorme por la tortuosa trayectoria artístico-vital del arquitecto mexicano.
En un texto que escribió hace años, Ito explicaba así su interés en O’Gorman: “Al conocer la tragedia de su vida, me sumergí profundamente en lo que debió de haber sufrido a causa de su búsqueda pura de la modernidad y de la inescapable contradicción que esto acarreaba para él”.
Ito siguió su paseo por las casas y mientras tanto Kota Tamaki reveló una intimidad deportiva de su jefe. El iPod mini, en realidad, lo usa fundamentalmente para consultar varias veces al día los resultados de la liga de béisbol japonesa. De pequeño Toyo Ito quiso ser beisbolista, pero se tuvo que conformar con ser un maestro de la arquitectura mundial. El equipo de sus amores es el Chunichi Dragons de Nagoya. Este año ha sido agridulce para él. Le han entregado el premio Pritzker, pero la temporada del Chunichi está siendo desastrosa.
Babelia
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