Ponga un androide en su vida
Jake Schreier debuta con ‘Un amigo para Frank’. Una reflexión sobre el desarrollo tecnológico y la vejez protagonizada por Frank Langella
La inteligencia artificial ha concebido para la gran pantalla personajes emblemáticos como el inquietante HAL 9000 de 2001: Una odisea del espacio o el tierno Wall-E de Pixar. Pero también existen máquinas más simples, que te hacen el desayuno y poco más. Es el caso del androide que coprotagoniza Un amigo para Frank, debut como director del estadounidense Jake Schreier. Su cometido no es guiar a una tripulación de élite por el espacio intergaláctico, ni arreglar un planeta arrasado. El entrañable artilugio es el cuidador del protagonista humano de la película –el veterano Frank Langella–, un jubilado que ya no se vale por sí mismo y que apenas ve a sus hijos –Liv Tyler y James Marsden.
Así que nada de rebeliones de máquinas ni robots que ayudan a los humanos a conquistar el espacio. Tal y como lo concibe Jake Schreier en su primer largometraje, en un futuro no muy lejano los humanoides más desarrollados solo servirán para ayudar a nuestros mayores. El proyecto nació de la mente de su guionista, Chris Ford, fiel colaborador desde los tiempos que ambos compartieron en la escuela de cine. “La idea empezó cuando Chris leyó sobre cómo en Japón están desarrollando estos robots en la actualidad, que cuidan de los ancianos”, comenta el director. “Era una idea muy pequeña que a los dos nos encantó”.
Y la idea se convirtió primero en un corto para la escuela, y diez años después en un largometraje con actores experimentados como Susan Sarandon o el propio Langella, que encarna a un anciano apático al principio, pero que pronto descubre cómo sacar provecho de las aptitudes del humanoide. Y, claro, le coge cariño.
Pese a que los humanos convivan con robots no se trata de una película de ciencia ficción. O no solo. Un amigo para Frank también contiene elementos dramáticos e incluso cómicos. “Siempre me han gustado las películas sin género, que no se pueden encajar en ningún sitio”, cuenta Schreier. “Como las películas de Spike Jonze. Me parece mucho más interesante cuando no sabes dónde te va a llevar la película. Empiezas en un mundo interesante, pero el género no te dice qué es lo que va a pasar. Acabamos con algo en medio de todo, que tiene muchas referencias de géneros, pero no está localizado en ninguno en específico”.
Nunca trataron de hacer una obra de ciencia ficción, como tampoco intentaron hacer un tratado sobre los estragos que, en ocasiones, conlleva el hecho de envejecer. Aunque la –complicada– relación entre los miembros de la familia y el anciano de la película está salpicada con detalles de la experiencia personal tanto del director como de su guionista. “Conozco a muchas personas como los hijos de la película y su padre. La dinámica entre los dos hermanos tiene que ver con mi familia”, dice Schreier.
Porque, al fin y al cabo, aunque los coches sean eléctricos y ultramodernos, y el personal de las bibliotecas tienda a desaparecer en favor de las máquinas como en la película, Un amigo para Frank es una reflexión sobre acontecimientos presentes en el aquí y ahora de la sociedad actual: el envejecimiento y la tecnología. No es que sea un obsesionado por el género, pero curiosamente, Schreier y su guionista trabajan en otro proyecto similar… ambientado en una sociedad en el que todos los individuos son adictos a Internet. “La tecnología es algo con lo que nos enfrentamos a diario”, afirma Schreier. “Mis amigos de fuera del cine hablan constantemente de la tecnología, ya sean periodistas, músicos… influye en nuestras vidas de forma espectacular. Al fin y al cabo, hacer una película sobre ello tampoco es algo disparatado.”
De director de modestos videoclips y anuncios de televisión, Jake Schreier ha pasado a convertirse en una de las revelaciones de los últimos festivales de Sundance y Sitges. De tocar los teclados en una banda con amigos, a codearse con Susan Sarandon o con su venerado Spike Jonze. ¿No ha sentido vértigo? “Claro que sí. Pero hacer una película, en general, exige una cierta ignorancia deliberada de las propias deficiencias que tiene cada cual”, explica el director. “Pero o lo haces o fracasas. No puedes permitirte el lujo de entrar en pánico”. Al fin y al cabo, no funcionamos como el pequeño androide de su película, que es fruto de un sofisticado trabajo de programación. “Que el robot no tenga alma no significa que nosotros no la tengamos”.
Babelia
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