Una parodia sobre los ricos pone a México frente al espejo
'Nosotros los Nobles', de Alazraki, cuenta el desprecio con el que los mirreyes, princesas y hipsters tratan a los más pobres
En un país donde se combate la pobreza y a la vez la obesidad, en un país donde conviven el hombre más rico del mundo y 54 millones de pobres, no es de extrañar que una parodia que ridiculiza la actitud de los hijos de la burguesía mexicana esté arrasando en taquilla. Nosotros los nobles, una película de Gaz Alazraki, pone cara, y muy bien, a los mirreyes, los niños de papá que se pasan el día de fiesta; a las princesas, jóvenes consentidas de zapatos caros; y a los hipsters, bohemios y espirituales con visa oro. Retratar su relación diaria con los que menos tienen ha puesto a México frente al espejo.
Alazraki, de 35 años, sabe muy bien de lo que habla. “Fui un mirrey hasta los veinte”, confiesa. Quizá por eso considera que fue generoso a la hora de contar sus vidas. “Son mucho más prepotentes y crueles de como yo los pongo”, señala. Los protagonistas, con dosis de humor, tratan con desdén a los que llaman la prole, el proletariado, la clase trabajadora y humilde del país. Tras un mes en cartelera ya es la película nacional más vista de la historia, recaudando más de trece millones de dólares. Supera a El Crimen del padre Amaro, una obra que mezcló sexo y catecismo en 2002 para escandalizar a una sociedad abrumadoramente católica.
El filme ha tenido mucho éxito porque, por más que sean disparatadas algunas situaciones, hay mucho de verdad en lo que cuenta. No hace falta irse muy lejos. El fin de semana anterior, la hija de un funcionario mandó cerrar un restaurante de México DF porque no le daban mesa. Unos inspectores se presentaron pocas horas después dispuestos a bajar la persiana del local. El problema es que la sala estaba llena de tuiteros. El asunto, rápidamente, fue trending topic (tendencia) en Twitter con la etiqueta #ladyprofeco, que así se llama la institución donde trabaja el padre de la ofendida. Es justo el tipo de situaciones de abuso con los que quiere acabar el presidente Enrique Peña Nieto, al menos de palabra, empeñado en enterrar la imagen rancia del viejo PRI. “Me da gusto que la gente se haya movilizado en contra de ese tipo de actitudes. Antes se toleraban, se veían normal, pero ahora la gente se indigna”, ahonda el director, de origen turco.
Uno de los personajes más pintorescos de la obra es un tal Peter, un pijo con acento español. Parece claro que está inspirado en Colate, el exnovio de Paulina Rubio al que se tiene en México por un vividor, pero el autor jura y perjura que ni siquiera lo conocía a la hora de escribir el guión. La sorpresa es que el tipo es nacido en Cholula, Puebla. Más mexicano que el nopal, como se dice aquí. Cumple el estereotipo de que algunos mexicanos fingen otros acentos para parecer más sofisticados. Alazraki es de los que se sorprende con los compatriotas que se ponen a ver a la selección española de fútbol y de repente les cambia el acento, como si el fantasma de sus antepasados les hubiera poseído. “Les veo hablando con acento de allá y me da quedo viéndolos confundido. ¿Si son mexicanos por qué hablan así?”, cuenta divertido.
Entre risas también se cuela algo de tragedia en esta historia. La figura del padre ausente que pasa más horas en la oficina que en casa es una constante entre los niños que crecen en esta clase social favorecida. Reciben más cariño y atención de la mucama (la criada, la señora, el servicio... depende de la sensibilidad de cada uno) que de sus progenitores. Existe la creencia que muchos hablan con un cierto acento y algo de jerga del sur del país porque de allí provienen muchas de ellas. Alazraki concede que aquí se ha creado un vínculo que va más allá de lo meramente laboral. Las familias adineradas llegan a mandar a los hijos de sus trabajadores a buenas universidades y se tratan en ocasiones con cariño, como familias aledañas.
Lo común, sin embargo, es que exista una gran distancia entre unos y otros. El director cree que se debe a que los ricos no conocen el mundo de los pobres. Un mundo de puestos callejeros, aglomeraciones en el transporte público, falta de alumbrado, violencia. Una de las protagonistas exclama al entrar en la central de abastos: “¡Esto parece Tailandia!”. ¿Cómo se cura esto? “Conociendo la ciudad. Hay todo tipo de junglas paralelas. Desde la esquina de la información a las callejuelas del centro. La alta alcurnia del país se apropia del folclor mexicano pero de una forma superficial. No le gusta adentrarse en los barrios más pintorescos, que es justamente donde vive la gente que trabaja para ellos. De ahí la falta de empatía”, concluye, no sin antes recomendar a la burguesía mexicana que salga de su burbuja. Hay males que se curan cruzando la calle.
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