Fiel al texto, pero sin alma
Desgraciadamente, ese texto mítico ha naufragado al trasladarlo a imágenes Las potentes sensaciones que transmitía Kerouac en su novela han desaparecido
Hay novelas que conviene devorar cuando eres muy joven, que logran identificación emocional y dejan conmovedora huella en la memoria. No conviene revisarlas periódicamente en el curso del tiempo. Por si acaso, por temor a la decepción, por si constatas que el viejo entusiasmo se debía más a razones sentimentales que a la calidad de esa prosa. Con los clásicos no existe ese problema. No hay peligro de desmoronamiento si continúas releyendo en cualquier época de tu vida a Stendhal, a Stevenson, a Nabokov, a Borges. Al último, es posible que le entiendas mejor a medida que envejeces.
ON THE ROAD
Dirección: Walter Salles.
Intérpretes: Garrett Hedlund, Sam Riley, Kristen Stewart, Amy Adams, Kirsten Dunst, Viggo Mortensen.
Género: drama. EE UU, 2012.
Duración: 124 minutos.
En mi caso, no he vuelto jamás a los trópicos, a la abrasiva, carnal y emocionante prosa de Henry Miller. Igualmente, la precaución me ha aconsejado no retornar a On the road de Jack Kerouac. Y podría citar de memoria sus líneas. Y aquella escritura desprendía aroma a música de jazz. Y a ratos te sentías Dean Moriarty y, en otros, el narrador Sal Paradise. Y sabías que bajo nombres falsos allí también estaba Ginsberg engendrando su Aullido y que el gurú yonqui y adicto a las armas de fuego era Burroughs. Esa novela transmitía vida, hambre de satisfacción, desconcierto, lírica, canalleo, el pasote como norma y la convicción de Céline que inauguraba su nihilista Viaje al fin de la noche: “Viajar es útil, hace trabajar la imaginación. El resto es decepción y fatiga”.
Y te extrañas de que haya pasado tanto tiempo sin que nadie adaptara al cine On the road. Francis Ford Coppola compró los derechos. Pero no para que su cámara contara esa historia. Se la ofreció a Walter Salles después de constatar la energía y la poética con la que este había descrito el iniciático viaje de Ernesto Guevara por Latinoamérica en Diarios de motocicleta.
Desgraciadamente, ese texto mítico ha naufragado al trasladarlo a imágenes. Las potentes sensaciones que transmitía Kerouac en su novela, las simpatías que te provocaban esos complejos personajes que encontraban sentido a su existencia mediante el viaje continuo, el desgarro, la atmósfera que impregnaba esas páginas, han desaparecido en una película que mantiene fidelidad al texto literario pero que está desprovista de alma, que no respira, que sigue resultando fatigosa aunque hayan acortado veinte minutos del metraje original, de la copia que vimos en el último Festival de Cannes.
Tampoco me provocan ninguna atracción especial sus protagonistas. Sam Riley y Garrett Hedlund, el sensible notario y el buscavidas con encanto, no poseen el magnetismo con el que yo les imaginaba leyendo la novela. No te empapan los paisajes exteriores e interiores que recorren. No hay latido aunque la ambientación sea primorosa.
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