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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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La energía oscura

He aprendido, gracias a mi querida revista Yorokobu, que por el universo pasea una gigantesca energía oscura que los científicos no acaban de explicar con nitidez. ¿Nitidez? Lo propio de esta superpotencia es una suerte de turbulencia no presente en escorias, escombros y limaduras, sino en una negación excrementicia que al cabo determina la digestión de casi todo lo que ahora nos pasa dolorosamente a través del circuito intestinal.

Ciertamente, si los ecologistas tienen razón y no podemos dar un paso sin contar con el medio ambiente, ¿cómo imaginar que una crisis social y económica no tiene nada que ver con el 73% del cosmos y su tremenda energía? Hay tiempos, generalmente ignorantes como los nuestros, que atribuyen los sucesos más relevantes a la acción dialéctica del bien y el mal. Atascados ahora en esta perdularia crisis, nos hallaríamos presos también de su apelmazado alquitrán, ideológico y cultural.

Presos hasta el punto de que solo mañana, cuando, el cielo se despejara (milagrosamente acaso) saldríamos a un estadio preferentemente acuoso en cuya superficie, poco a poco volveríamos a nadar. Palabra de Dios.

Este es, en fin, el cuento de liquidez y la falta de liquidez, la narración del áspero crecimiento negativo que nos sume en el pecado y del bendito crecimiento positivo que nos hará levitar.

La Biblia tenía razón. Y a sus pies se escriben las mayores historietas políticas, económicas y sencillamente domésticas.

Pero nada de todo esto es ya cierto ni tampoco funcional. Así como el gran novelista Luis Goytisolo certifica el fin de la novela al modo en que la conocemos hoy, el relato dominante del mundo padece ahora la misma ficción caduca.

No nos hallamos hundidos y desarmados porque hayamos cometido excesos de tal orden que pesan demasiado en el platillo de la transgresión, sino que por habernos atenido a una energía reductora del sistema orgánico hemos contraído una enfermedad, entre la parálisis y la apoplejía.

Pero ocurriría, simplemente, que hemos ingresado en una época inédita donde la poderosa energía oscura de Ian Condry viene a ser la nueva reina de la situación y, además, con el propósito de no detener la influencia de su potestad.

No es el negro absoluto sino la alternativa al camelo de la transparencia

Vivir en medio de una energía positiva, vivir del pensamiento positivo y otras zarandajas ha sido la proclama y el negocio de los muchos libros de autoayuda en la etapa de la rivalidad. Pero ¿qué sucede si es la energía oscura, gravitacionalmente reactiva es la determinante de una época en la que la cooperación y la empatía se imponen como la manera de prosperar y sonreír?

Ian Condry, un antropólogo cultural del Massachusetts Institute of Tecnology (MIT) escribió un libro, Soul of Anime, para hacerse una idea de lo que podría estar llegando, por oleadas, a la actualidad. Básicamente se trataría de que esa energía oscura —no vista ni palpada todavía— constituiría el desencadenante de un mundo en el que la creación de un sujeto se multiplicara por mil y cada invención se ampliara indefinidamente por la colaboración de los millones de habitantes que acceden al corazón del problema mediante un código abierto a la colectividad.

Se trate de la tecnología, la pintura, el urbanismo o la gestión, hacer entrar a la energía oscura en el pequeño recinto donde se encuentra la llamada luz sería como inaugurar un nuevo Siglo de las Luces. Una nueva luz secular que convierte el supuesto residuo de la oscuridad en la incandescencia del arco voltaico que da existencia al cine, a las células espejo y a la democracia directa con su radiante cooperación. Radiante para dejar de una vez para siempre la negrura de un mundo competitivo, unas naciones míseras o enemigas, un montón de cadáveres enlutados —simbólicos o no— cuya fila se extiende desde las torturas medievales a la crueldad de los campos de concentración, desde las falacias de la actual representación política a las tinieblas de la real corrupción.

Porque de la energía oscura, a la que esperamos, no es el negro absoluto, sino la alternativa al camelo de la transparencia y la opción a un mundo humanizado (humeado) por el colectivo sahumerio de lo mejor.

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