Mucho cuento
Tremenda Semana Santa. Uno no podía salir de casa porque, una vez más, las “aguas del diluvio vinieron sobre la Tierra”, pero tampoco podía encerrarse en ella sin peligro a menos que arrojara por la ventana el televisor, a través del que no han parado de introducirse en nuestros hogares edificantes programas religiosos, reportajes de procesiones con y sin saetas, y todo el habitual repertorio cinematográfico de tema religioso o pretendidamente afín, ya sea babilónico, egipcio o romano. Para que luego venga la extrema derecha constitucional y eclesial a hablarnos de la rampante laicización de la sociedad: lo único que nos falta es que en las oficinas de empleo nos exijan la fe de bautismo. Por lo demás, y dado que mi personal Ebidta anda bastante disminuido a causa de recortes varios y de lo que el abogado del señor Urdangarín llamaría “empobrecimiento injusto”, no podía huir a ningún paraíso fiscal, así que decidí permanecer en casa procurando no encender la tele más que lo justo: es decir, para hipnotizarme de madrugada con los anuncios de multirralladores de vegetales y, sobre todo, para ver el episodio semanal de The Walking Dead e intentar comprender por analogía a qué se refería el evangelista Mateo (27, 52-53) cuando afirmaba que, al morir Cristo, muchos de los que estaban muertos salieron de sus sepulcros (siempre me he preguntado qué se hizo de ellos: ¿regresaron a la tumba o se quedaron a vivir con sus allegados?). De modo que decidí aprovechar la situación y dedicar la semana a la narrativa breve. Empecé por agarrar el incómodo mamotreto de la Narrativa esencial (RBA) de Hemingway y, tras dejar de lado lo que no me interesaba (El viejo y el mar, tan leído, y la sobrevalorada Por quién doblan las campanas), me concentré en releer los Cuentos (traducidos por Damián Alou), que me parecen, de lejos, lo más perdurable de su obra. La selección publicada corresponde a la canónica edición de Scribner’s (1938) titulada en inglés “los primeros 49 cuentos”, y en ellos se encuentra lo mejor y lo peor de papá Hemingway. Desde obras maestras absolutas como Gato bajo la lluvia (1925) o Colinas como elefantes blancos (1927), a ejemplos característicos (y hoy irritantes) de su proverbial misoginia o de su peculiar (y sospechoso) concepto de la virilidad y el coraje, como el célebre (y complejo) relato La breve vida feliz de Francis Macomber (1936), en el que aparecen una mujer depredadora, un marido “cobarde”, un viril cazador profesional y una masacre gratuita de búfalos en la sabana africana. De Hemingway, pero sobre todo de Chéjov y de Katherine Anne Porter, aprendió mucho mi adorada Alice Munro, cuya última colección Mi Vida Querida (Lumen: qué bien lo hace la editora Silvia Querini) me ha proporcionado los momentos más felices del forzoso exilio interior semanasantino. A través de su docena larga de libros de relatos la señora Munro ha demostrado su capacidad para la innovación y el riesgo. En el último también: sus cuentos, repletos de incidentes, subtextos y aparentes digresiones argumentales, huyen de la secuencialidad y fuerzan al lector a recomponer historias que, en esta ocasión, resultan menos amargas y más serenas, como si la escritora, desde la atalaya de sus 81 años, contemplara con empática distancia el mundo y las gentes que en él nos revolvemos. No se pierdan los cuatro relatos, “autobiográficos de sentimiento” que cierran la mejor colección de narrativa breve que pueden encontrar estos días en las mesas de novedades.
Diálogos
Vaya por delante que a mí este Papa no me cae mal. Incluso me hace gracia su sobreactuada sencillez, y eso que a mí (todavía) no ha tenido ocasión de besarme, como sí hizo con su populista compatriota de labio operado y atrabiliaria facundia. Me resulta tan campechano que casi me siento obligado a llamarle Paco. Paco I, en su caso. Como pienso que me debo a mis improbables lectores y que éstos se merecen cualquier sacrificio, el Viernes Santo me puse a hojear o, en su caso, a leer (en diagonal, eso sí) algunos de los libros sobre el nuevo pontífice que diversas editoriales españolas han publicado (o reeditado) por ver si al menos con el Papa consiguen hacer caja. Las cosas más interesantes las encontré en Sobre el cielo y la tierra (Debate), que reúne una serie de conversaciones temáticas que el entonces arzobispo Bergoglio mantuvo hace un par de años con el rabino (también) bonaerense Abraham Skorka. No hay nada especialmente original o rompedor, claro, pero sí un tono levemente distinto. Al menos este pastor está más cerca (ideológicamente) de un conservador civilizado de mediados del siglo XX y, por tanto, algo menos lejos de la realidad en que viven sus ovejas del XXI (aunque aún le falta mucho recorrido para alcanzarlas). En todo caso, Bergoglio dice poco (y más bien vago) acerca de asuntos como el silencio de la Iglesia durante la Shoá; tampoco hay novedades acerca del matrimonio homosexual y, en un momento dado, afirma que “caricaturizando”, el feminismo “corre el riesgo de convertirse en un machismo con polleras” (jajajá). En fin, que no he encontrado demasiadas sorpresas y Bergoglio (que ya se sabía papable) se muestra más circunspecto que su interlocutor judío, que no tenía un pontificado que perder. La mayor que me he llevado es la de una clamorosa ausencia. Ningún capítulo temático está consagrado a la pederastia en la Iglesia, uno de los mayores marrones con los que Bergoglio tendrá que lidiar en su avatar de Francisco. Y eso que en la época en que se recogieron estos diálogos, el escándalo ya se había difundido urbi et orbi, si se me permite la expresión. En fin, Paco, que tengas suerte: los tuyos y los que no lo son la necesitan. Muchísimo.
Breve
Hoy se celebra el 70º aniversario de la publicación (en Nueva York) de El principito, la obra más célebre de Antoine de Saint-Exupèry (1900-1944). Traducido a 200 lenguas y dialectos (incluidos el papiamento, el toba y el aragonés), de él se han vendido unos 140 millones de ejemplares en todo el mundo (Alianza llegó a vender 40.000 al año). Su historia editorial, como ocurre a menudo con los grandes (aunque sean pequeños) libros, ha sido tormentosa. Ahora los derechos españoles están en poder de Salamandra, un sello fundado en 2000 por Sigrid Krauss y Pedro del Carril. Por cierto que el traductor de El principito fue el diplomático argentino Bonifacio del Carril, padre del anterior. Justicia poética.
Brevísimo
A menudo pienso que a nuestros responsables políticos la tricentenaria Biblioteca Nacional se les da un bledo. A fuerza de rebajar su perfil (desde 2010 es una subdirección general) van a conseguir hacerla subterránea. Mi topo me sopla que el viernes “de dolores”, y casi clandestinamente, tomó posesión la nueva directora (Ana Santos Aramburu), que ya había ejercido en la casa. ¿Para cuándo un/una peso pesado del mundo de la cultura al frente de la BNE, bien asesorado por una competente dirección técnica? No sólo es cosa de dinero, también de imaginación. Y de sindéresis, que diría Gracián.
Babelia
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