¿Qué literatura tras Chávez?
Paisaje poschavismo: entre el boom educativo que aumentó el número de lectores y la discriminación de autores no oficialistas
Hace un par de días, Beatriz Lecumberri, la autora de La revolución sentimental (2012) –sin duda uno de los trabajos periodísticos más ecuánimes y mejor informados sobre la historia reciente de Venezuela– escribía en este mismo diario: “Chávez, con los años, fue dejando también fuera de su proyecto de país a una parte importante de los ciudadanos. Conmigo o contra mí. Y la exclusión política sustituyó a la exclusión social”.
La literatura no ha sido una excepción a estas prácticas discriminantes. Hoy abundan los testimonios de la mella que han hecho en muchos escritores y gentes del mundo de las letras. Tanto más cuanto que, antes de la llegada de Chávez al poder, el ámbito de la literatura venezolana, como lo comprobaban con sorpresa los visitantes extranjeros, era un espacio bastante pequeño, civil y familiar. Bajo la sombra protectora de nuestro Estado petrolero, las luchas por el capital simbólico se dirimían básicamente a través de los posicionamientos estéticos y la repartición de los cargos administrativos y los reconocimientos nacionales, sin que las afinidades ideológicas de unos u otros vinieran a perturbar un cierto clima de respeto y cordialidad. Muchos de los actuales directivos de las instituciones culturales chavistas y muchos de sus actuales oponentes pudieron compartir así, durante largos años, idénticos beneficios y gozaron de un trato relativamente equilibrado.
"Se ha hablado de un pequeño boom de la narrativa que se vincularía al desarrollo de un mercado editorial y las políticas educativas"
La radicalidad con que cambian las cosas a partir de 1998 modifica en pocos años este paisaje más bien raro en Latinoamérica. Hacia 2006, la novelista Ana Teresa Torres no puede menos que constatarlo: “En la actualidad, a las principales convocatorias del gobierno (encuentros de escritores, ferias del libro, festivales de poesía) y a los encuentros internacionales que cursan invitaciones oficiales a Venezuela, solamente son requeridos los escritores oficialistas, casi siempre los que forman parte de la nómina burocrática. Los escritores opositores denuncian públicamente que su participación ha sido excluida; otros, la mayoría, se excluye voluntariamente y su ausencia es notoria en los actos y en las celebraciones de los escritores oficialistas (y a la inversa). Los premios nacionales comienzan a girar sospechosamente entre los incondicionales…”
No creo que, en los siete años que nos separan de la cita de Torres, esta deriva discriminatoria se haya detenido o haya amainado. Pero uno de los efectos colaterales que ha producido, ha sido el de impulsar a muchos autores a ir en busca de otras instancias de legitimación intelectual y literaria, y, en particular, de esa instancia decisiva que son los lectores. A diferencia de lo que ocurría hace unos 20 o 30 años, hoy su número ha aumentado con las campañas de lectura y hoy además su interés es cada vez mayor por todo lo que la literatura venezolana tiene que decir del país. No en vano se ha hablado, hasta hace un par de años, de un pequeño boom de la narrativa que se vincularía a la doble conjunción que señala el desarrollo de un mercado editorial y las políticas educativas del gobierno. Autores como Alberto Barrera-Tyszka, Federico Vegas o Francisco Suniaga, por ejemplo, gozan hoy de la independencia que les brinda la difusión de sus novelas entre un importante número de lectores y no están sujetos, como otros, al solo reconocimiento institucional del aparato cultural del Estado.
"Es necesaria una literatura que restablezca los vínculos en una nación hecha pedazos."
Los pocos intentos que se han hecho hasta ahora por reunificar el campo y reconciliar a los escritores de uno y otro bando, han sido infructuosos. Así, el II Encuentro Internacional de Narradores en Venezuela organizado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura en noviembre pasado acabó con un cruce de acusaciones y un enfrentamiento abierto entre novelistas de la oposición, como Gisela Kozak, y figuras del chavismo, como Carlos Noguera y Humberto Mata.
Sin embargo, nadie ignora que el deporte y la cultura han sido tradicionalmente dos ámbitos privilegiados para limar asperezas y negociar consensos en situaciones de extrema polarización política. Si el fervor por la selección nacional de fútbol, la vinotinto, sigue siendo actualmente uno de los escasos factores capaces de reunir a los venezolanos, no es tan ingenuo pensar que tarde o temprano la literatura tal vez consiga abrir otro u otros espacios de diálogo. Y es que no hay nada más urgente en un país dividido, lleno de odios y donde las armas circulan en tal cantidad.
A la pregunta ¿qué literatura después de Chávez?, la respuesta, en la coyuntura actual, es, pues, una que busque afanosamente las palabras, las narrativas y los símbolos que nos devuelvan a todos el respeto, la sensatez, la tolerancia y el espíritu crítico; una que cree las condiciones mínimas para restablecer los vínculos comunitarios en una nación hecha pedazos.
Gustavo Guerrero es Consejero Editorial para Hispanoamérica en la editorial Gallimard de París.
Babelia
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