Premios y protestas
Por la posibilidad de que se repitan en los Goya las protestas, estos días se recuerda que en 2003 su entrega se transformó en un no a la guerra de Irak
Estaba David Niven presentando a Elizabeth Taylor en la ceremonia de los Oscar de 1974 cuando un joven atravesó el escenario desnudo haciendo con los dedos el signo de la paz. El flemático presentador improvisó un comentario que se ha hecho tan famoso como el nudista, que resultó ser el fotógrafo Robert Opal: “Hemos tenido la ocasión de ver sus carencias”. El año anterior, Marlon Brando, premiado por El Padrino, rechazó el Oscar enviando en su nombre a una india apache que protestó por el tratamiento que el cine de Hollywood daba a su tribu, lo que al parecer molestó tanto a John Wayne que a punto estuvo de subir al escenario para liquidar allí mismo a la india.
En 2003 el actor mexicano Gael García Bernal aludió a la guerra de Irak al presentar la nominación de la película Frida: “Si Frida Kahlo estuviese aquí se habría unido a nosotros contra la guerra”, por lo que fue aplaudido, como en la misma ceremonia lo habían sido por idéntico motivo Pedro Almodóvar, Michael Moore o Susan Sarandon.
Estos días, con vistas a la posibilidad de que se repitan de nuevo en los Goya de pasado mañana las protestas, se está recordando que hace una década su entrega se transformó en un rotundo no a la guerra de Irak que el Gobierno español apoyaba. El pasado diciembre, durante la emisión en directo de los premios de la Lotería Nacional se protestó contra la privatización de la sanidad mientras que trabajadores de Telemadrid mostraban pancartas con el número 925 en alusión a los trabajadores que iban a ser despedidos, por no hablar de los saltos al escenario en ceremonias del Festival de San Sebastián y en algún caso en el de Valladolid. No es, pues, novedoso, que en actos públicos se manifiesten opiniones que en la vida cotidiana permanecen más o menos amordazadas. Ni menos novedoso que estas protestas tengan como réplica los más encendidos rechazos, al estilo del ya citado John Wayne. Pero si se observa en YouTube la actitud de aquella apache que reivindicaba la dignidad de su pueblo se aprecia que fue cuidadosa y discreta. Y si, como se ha dicho, resultó que en realidad se trataba de una actriz latina disfrazada, hay que reconocer que el sentido del espectáculo no se perdió con ella.
Quizá en algunas protestas ese concepto del espectáculo se esté reemplazando por una verborrea sin imaginación que acaba arruinando la eficacia de la tribuna. El espectáculo siempre debe seguir.
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