Treinta mil flores para “la mujer más fea del mundo”
La mexicana Julia Pastrana, fallecida en el siglo XIX, fue exhibida viva y muerta por medio mundo Más de 150 años después de su muerte, sus restos regresan con honores a Sinaloa gracias a la pelea incansable de una artista
Julia Pastrana volvió por fin a casa. Para darle la bienvenida, le regalaron treinta mil flores. Gladiolos y alhelíes de color blanco a su llegada a México tras un viaje de siglo y medio: vendida, exhibida por medio mundo, su cadáver aterrizó en el sótano de la Universidad de Oslo y acabó enterrado este martes con todos los honores en su Sinaloa natal.
La llamaban “la mujer más fea del mundo”, “mujer mono”, “híbrido maravilloso”. En realidad padecía hipertricosis lanuginosa e hiperplasia gingival, algo que le hacía tener vello abundante en todo el cuerpo y una mandíbula muy pronunciada. Poseía, además, voz de mezzosoprano, habilidad para el baile, la guitarra y los idiomas –hablaba tres-.
Por todas esas razones, a los 20 años fue vendida a un feriante mexicano con el que recorrió Canadá y Estados Unidos. Actuaba en ferias que la anunciaban como el eslabón perdido entre el humano y el orangután. Se casó en Nueva York con un hombre que simultáneamente se convirtió en su agente y la paseó por Europa. Murió en 1860 en Rusia, poco después de dar a luz a un hijo que heredó su condición y sobrevivió pocas horas. Su viudo siguió exhibiendo los cadáveres embalsamados de ambos hasta el fin de sus días.
Los restos de Julia pasaron entonces a manos de feriantes noruegos, que sufrieron un robo en el que el cuerpo del bebé quedó irreparablemente dañado. El de ella lo recogió la Colección Schreiner del Instituto de Ciencias Médicas Básicas de la Universidad de Oslo, que lo ha custodiado hasta ahora. Durante años permaneció en un sótano del que solo lo ha conseguido sacar una mujer realmente terca.
La responsable de traer a Julia de vuelta a México es Laura Anderson Barbata. Tan implicada ha estado en este caso que a veces los interlocutores se confunden y la llaman por el nombre de su protegida. No es historiadora ni científica, sino una artista mexicana que se ha tomado la labor como una performance. Pero tenía un objetivo claro: traer a Julia de vuelta a casa. “Es un ejercicio colectivo de reconocimiento, de restauración de la dignidad humana”, explica. El “proyecto multidisciplinario” aparece incluso en su sitio web. Si uno no supiera que Julia lleva 150 años muerta, pensaría que Laura trata de rescatar a una amiga del alma. Ha dedicado 10 años a conseguirlo.
Y, desde luego, Laura no emplea expresiones como “mujer mono”. La llama, simplemente, Julia.
La artista no se enteró de la historia hasta 2003, cuando su propia hermana montó una obra de teatro sobre Julia Pastrana. Aunque el caso apenas es conocido en México, llegó a ser estudiado por Charles Darwin y la película italiana La Donna Scimmia (1964), de Marco Ferreri, está inspirada en él.
“Sentí que era mi deber como artista mexicana y persona que fuera retirada [del sótano de la Universidad de Oslo] para volver a casa y ser enterrada en México, un país que no la conocía”, explica la encargada de devolverle la “dignidad” a Julia. Así comenzó un complejo tira y afloja de la artista con la “gigante” Universidad de Oslo. Papeleos, apelaciones al Comité de Ética, denuncias en los medios… El proceso ha durado una década entera, y se ha agilizado tras recibir el apoyo del gobernador de Sinaloa, reconoce Laura. Fue el Estado el que pagó la repatriación. Ella lanzó una iniciativa para donar flores a Julia por internet. De ahí salieron los 31.400 alhelíes y gladiolos, que el martes apenas cabían en la tumba.
Laura solo vio una vez el cuerpo de Julia: tuvo que reconocerla en Oslo antes de que la transportasen a México.
El martes, un féretro blanco de zinc llegó a Sinaloa de Leyva y, después de una misa de cuerpo presente, recibió sepultura. Fue enterrado al doble de profundidad de lo habitual y cubierto de cemento para evitar profanaciones. Ya no volverá a ser abierto.
Babelia
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