Juan Gallardo Muñoz, grande de la literatura popular
Escribió cientos de novelas con el nombre de Curtis Garland
Ya por la tarde, el martes 5 de febrero (él esperó a que oscureciera, era de hábitos nocturnos), falleció en una cama del hospital Clínico de Barcelona, un hombre de 83 años, seis pies de alto, una larga cicatriz en una pierna resultado de una operación reciente de la que se había recuperado escandalosamente bien, aunque luego ese accidente resultaría ser el principio del triste desenlace. Bigote gris, que de joven le había dotado de cierta distinción hollywodiense (de hecho varias novelas suyas, como Sexy Cat y El pez con los ojos de oro, fueron llevadas al cine), si bien a la vejez le daba lejanía, le daba pasado.
Junto a la cama del hospital, el móvil abierto mostraba como salvapantallas el rótulo de la calle Garland de Chicago. Ese era su nombre: Garland. Se llamó Curtis Garland (y miles, cientos de miles de lectores así lo recordarán), aunque también se había hecho conocer como Johnny Garland o como Donald Curtis, y aún utilizó alrededor de una docena de otros nombres. Pero no por ello se traicionó a sí mismo.
Rabiosamente auténtico, rabiosamente contemporáneo, el cine y los tebeos le hacían actual día a día; pero era a la vez un escritor romántico. Conservó juntos, hasta el momento de expirar, su anillo de casado y el de su difunta mujer Teresa, a la que había dedicado su última novela, Las oscuras nostalgias, una intriga policiaca que acababa de autoeditarse y que está distribuyéndose precisamente estos días.
Escribía rápido, era capaz de levantar varias novelas en una semana
Murió con las botas puestas, sin parar de escribir. Estando ingresado hizo dos novelas en un par de libretas. De joven, había sido periodista cinematográfico y mantuvo trato con George Sander (fue quien le animó a hacerse novelista). Hijo de actores, Garland fue también actor y estuvo varios años en la compañía de Alejandro Ulloa. Todo esto lo explica en su libro, Yo, Curtis Garland (una de las escasas memorias que nos ha dejado nuestra literatura popular).
Representando teatro clásico conoció a Tere. Durante aquella época vivió en Madrid, pero al cambiar los escenarios por las novelas se trasladó a Barcelona, la ciudad donde había nacido durante una gira de sus padres. Así fue que eligió un humilde piso de la calle de Fontrodona por estar junto a la farándula del Paralelo. Y en su pequeño piso, apartado de la luz diurna, Juan Gallardo Muñoz (su nombre de soltero hasta casarse con la literatura) dio a luz más de 2.000 novelas sobre las que nunca tuvo derechos.
Escribía rápido, había semanas en que era capaz de levantarse tres novelas, y titulaba con una puntería endiablada: La noche de América agonizante, Azote de sangre y Oeste, Matar es complicado... Practicó una literatura excluida de las librerías, pero fue el rey de los quioscos. Los bolsilibros de Bruguera, de Rollán, las aventuras de guerra, policiacas, del Oeste, de terror, de ciencia-ficción, llevaban su nombre y el de toda una generación (Silver Kane, Marcial Lafuente Estefanía, Keith Luger, Frank Caudett, Lou Carrigan, Ralph Barby...), a la que ninguna historia de la literatura española le ha querido conceder una sola página, un solo párrafo.
Todos estos escritores y los miles de personas que los leían han sido ignorados, ninguneados, despreciados. Jamás un manual se ha detenido a explicar que entre 1950 y 1980 existió toda una generación de escritores dedicados en cuerpo y alma (es un decir, las dos cosas se las robaron en las editoriales) a nutrir la literatura de masas española. Ni siquiera una mención. Ni siquiera las migajas que quedan después de los cenorrios de los premios. ¿Por qué a este puñado de escritores se le ha echado a patadas de la fiesta? Hay que decir que existieron. Ahora que ha muerto otro de ellos, el viejo Curtis Garland, el gran Curtis Garland, el hombre daba palabras a puñados para construir montones de mundos, ahora que no ha tenido ni siquiera dinero para su entierro, es necesario decir que está siendo demasiado tarde.
Javier Pérez Andújar es escritor.
Babelia
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