Fusión de especies

Los años setenta fueron así, sobre todo en Estados Unidos. La explosión de libertad, de arrojo, de insolencia, vivida en determinados ámbitos de la sociedad y de la cultura, en contraposición a otros ciertamente más oscuros y retrógrados, dio lugar a acciones como las que describe el extraordinario documental Proyecto Nim: un experimento científico, amparado por la Universidad de Columbia, en Nueva York, que tenía como objetivo intentar probar que un chimpancé puede llegar a comunicarse como un humano con el lenguaje de los sordos si, desde el mismo instante de su nacimiento, se le trata como a uno de nosotros, como a un bebé que, poco a poco, irá creciendo física, afectiva e ¿intelectualmente?, y se le rodea de seres humanos y no de animales de su especie. Parece la sinopsis de una película de ciencia-ficción, y sin embargo es pura realidad. Una realidad mágica, atrevida, atroz.

Tras la también sensacional Man on wire (2008), James Marsh parece confirmarse como el perfecto heredero del tótem del documental americano Errol Morris (de hecho, hay ciertas semejanzas en tono y estilo lírico, en su aparente sencillez, a la magnífica The thin blue line). Documentada con exhaustividad a base de fotografías y filmaciones realizadas durante años por los autores del ensayo, la existencia del chimpancé llamado Nim parece el perfecto guion cinematográfico, y el atractivo de los personajes con los que le tocó interactuar no tiene parangón: desde el manipulador profesor, en el amor y en el trabajo, que dirigió las operaciones, hasta los distintos cuidadores, dulces jipis, pasando por el veterinario villano, al que le acompaña incluso el afilado rostro de malvado. Marsh ha entrevistado a todos y cada uno de los padres-madres-amigos-enemigos de Nim a lo largo de su vida y con todo ello ha compuesto una apasionante historia, narrada en dos tiempos, que va mucho más allá de la exploración de la línea que separa la animalidad de la humanidad. Estamos ante la emoción de lo desconocido.