Tucídides presenta el telediario
Renovador del lenguaje poético con una impronta sobria, moral e imaginativa, el polaco Zbigniew Herbert escribe sobre el estupor del siglo XX. En sus versos, el presente más crudo convive irónicamente con los clásicos de la antigüedad
Cavafis escribió que tal vez los bárbaros hubieran sido una solución. Zbigniew Herbert (1924-1988) —nacido en Lvov, “uno de los lugares”, en palabras de Charles Simic, “más peligrosos en los que estar entre 1939 y 1945”— escribió entre bárbaros (soviéticos, nazis) con nostalgia de un pasado clásico. En un libro fundamental sobre Herbert, Un fugitivo de la utopía, Stanislaw Baranczak dibuja ese viaje de un poeta que huyendo de las sospechosas utopías de las que fue contemporáneo (Herbert atribuía su capacidad de resistencia no a su valentía, sino a su sentido del gusto: todo lo soviético le repelía, especialmente su retórica) buscó los valores de una antigüedad clásica que siempre anheló y frente a la que siempre se sintió, él mismo, como un bárbaro eslavo. Para formular los pensamientos de ese bárbaro creó un alter ego al que llamó Don Cogito y le traspasó sus sueños: “Me afeito en el baño timbre abro la puerta / un cobrador me entrega en mano facturas de luz y gas / no tengo dinero vuelvo al baño dándole vueltas / a la cantidad de 63,50 / alzo la mirada y de pronto veo en el espejo / mi rostro de modo tan real que me despierto gritando // si al menos por una vez me fuera dado soñar con el rojo jubón del verdugo / o el collar de la reina le quedaría muy agradecido a los sueños”.
La poesía de Herbert oscila entre esa realidad bárbara de Don Cogito y el paralelismo con los clásicos
La poesía de Herbert oscila entre esa realidad bárbara de Don Cogito y el paralelismo (en el que siempre sale perdiendo) con los clásicos. “Los generales de las últimas guerras […] / gimotean de rodillas ante la posteridad / se glorian de su heroísmo / e inocencia // inculpan a sus subordinados / a los colegas envidiosos / y los vientos hostiles // Tucídides se limita a decir / que disponía de siete naves / era invierno / y navegó con rapidez”. Herbert escribe sobre el estupor de ser humano en el siglo XX. Aunque prefiere el puerto franco de los clásicos, no renuncia a referencias muy reales (la matanza del bosque de Katyn, por ejemplo) ni a ironizar sobre alternativas que entonces comenzaban a ponerse de moda, como las filosofías orientales. Herbert dedica poemas a sus colegas (Milosz, Zagajewski, Amijai) y busca refugio en el arte, en unas nubes sobre Ferrara que ya había visto en un cuadro de Ghirlandaio: “Blancas / alargadas como naves helénicas […] en ellas / y no en las estrellas / decídese / el destino”. Acantilado ha publicado Un bárbaro en el jardín y Naturaleza muerta con brida, dos tomos de prosa viajera en los que Herbert dialoga con el arte del pasado (de las cuevas neolíticas a los maestros holandeses) con erudición y una mirada que aúna el candor, la sutileza y el entusiasmo: otra variante del mismo estupor, tal vez, que sintió ante los hechos de su tiempo. A esos libros habría que sumar, entre otros, El laberinto en el mar, que tiene a Grecia como escenario.
Decidió ser el Tucídides del siglo que, pese a su crueldad, convirtió a los derrotados en víctimas
La traducción de Xaverio Ballester es ejemplar: hace que parezca que Herbert escribió en castellano y consigue transparentar su trato con el idioma. Herbert reacciona a la retórica comunista con un lenguaje que tiene la exactitud de un informe redactado por un lector de los clásicos, a los que estudió al mismo tiempo que económicas, derecho y dibujo. No estuvo sólo en su empeño de renovación del lenguaje poético: en su país y en su tiempo tuvo como compañeros ni más ni menos que a Czeslaw Milosz, Wislawa Szymborska y Tadeusz Rozewicz. Don Cogito no está en ninguna torre dorada: lee el periódico para preguntarse sobre la aritmética de la compasión o para estar de acuerdo con Mircea Eliade en que “somos a pesar de todo / una sociedad avanzada // magia y gnosis / florecen como nunca // paraísos artificiales / infiernos artificiales / se venden por las esquinas // en Ámsterdam se descubrieron / instrumentos de tortura de plástico // una muchachita de Massachusetts / recibió un bautismo de sangre // los catatónicos del séptimo día / esperan en las pistas de despegue”. En el prólogo a la edición estadounidense de esta poesía completa (no incluido en la versión española, que imita aquélla incluso en la cubierta), Adam Zagajewski nos advierte: “Esta poesía trata del dolor del siglo XX, de la aceptación de la crueldad de una edad inhumana, de un extraordinario sentido de la realidad”. A Herbert le hubiera gustado que Tucídides presentara el telediario. No siendo posible, decidió ser él mismo el Tucídides del siglo que, pese a su crueldad, convirtió a los derrotados en víctimas; el siglo que de entre las cenizas del inmenso horror repetido rescató eso que ahora llamamos humanidad. Como en los clásicos, en su poesía hay lecciones que no debiéramos olvidar.
Poesía completa. Zbigniew Herbert. Traducción de Xaverio Ballester. Lumen. Barcelona, 2012. 652 páginas. 26,90 euros
Babelia
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