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OPINIÓN
Columna
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Caracruz

David Trueba

Si no fuera por el retraso artificial y muy peligroso que ha significado aguantar la presentación de presupuestos hasta después de las elecciones andaluzas, la fecha elegida sería un acierto. Nada mejor que la Semana Santa, con su lírica de sacrificio y martirio, para que los españoles comprendan la magnitud de la reducción del papel del Estado en la economía nacional. Pocas veces la realidad lleva nuestro mismo reloj, pero en esta ocasión la sincronía con el vía crucis es antológica, algo así como ser padre en la noche de Navidad.

En 100 días de mandato, Rajoy ha encontrado en sí mismo la más ácida oposición. Sobre lo que decía y prometía en los tiempos anteriores a asumir el poder y las más sonadas acciones de gobierno, hay una distancia tan enorme que si las hemerotecas fueran flechas Rajoy estaría agujereado. La huelga general no ha sido la mayor expresión de angustia ante sus reformas, entre otras cosas porque la distancia de los ciudadanos con el reloj sindical empieza a ser notable, y las escenas violentas siempre ganan las portadas para daño del resto. Unas veces parece la misma violencia gratuita que se enciende tras una victoria futbolística y en otras señala la peligrosa confusión entre el derecho a la protesta y la supresión del contrario.

La victoria electoral de Rajoy sigue concediéndole autoridad, que solo zozobra por la falta de cercanía. Hay decisiones que no están explicadas y que alejan al ciudadano del compromiso especial necesario hoy. Se habla de economía de guerra, pero nadie ha visto la guerra que se prometió contra los desmanes financieros y el abuso especulador. Llega la posguerra sin guerra y la emergencia suena a coartada para imponer salvajes condiciones de vida. Para que el sacrificio sea aceptado hay que razonarlo y promediarlo con medidas más solventes que la subida de impuestos. Los puestos de trabajo tienen que salir de empresas con beneficios millonarios que han impuesto la desatención sobre sus clientes, el self service, la precariedad y la deslocalización como único compromiso con el país. Exigir a los españoles pasa por hacer que se sientan beneficiados de arrimar el hombro, no solo castigados y empequeñecidos. Falta la zanahoria al final del palo. La cara después de tanta cruz.

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