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Teresa Franquesa, bióloga: “La solastalgia es volver al pueblo en vacaciones y ver que has perdido el entorno al que pertenecías”

La autora de ‘Cambio climático y ecoansiedad’, especialista en psicología social, recomienda pasar de la preocupación individual a la acción colectiva ante el calentamiento del planeta

Teresa Franquesa bióloga
Teresa Franquesa Codinach, en los jardines de la Universidad de Barcelona el 2 de julio.Gianluca Battista
Sara Castro

Teresa Franquesa Codinach no ha hablado con personas que sufren ecoansiedad para lanzarse a escribir su libro, ha sido al revés. Se ha animado a publicarlo en abril tras conocer a muchos adultos y jóvenes a su alrededor con este malestar. Tiene 68 años, vive en Barcelona, es bióloga y cuenta con un máster en Psicología social. Tras una larga trayectoria profesional dedicada a la enseñanza, a la comunicación científica, a la ordenación del territorio y a la gestión del medio ambiente, profundiza en la crisis ambiental y en las inquietudes humanas asociadas a ella, convencida de que aún queda tiempo para revertir la situación. El manual Cambio climático y ecoansiedad se presenta como una guía de respuestas prácticas para encontrar formas eficaces de enfrentar este desafío sin esquilmar la salud mental.

Pregunta. ¿Qué es la ecoansiedad?

Respuesta. La ecoansiedad reúne diferentes emociones difíciles que muchas personas sienten al ser conscientes de la gravedad del cambio climático. Puede que su nombre no sea el más acertado porque no es ni un trastorno ni una patología. Es una respuesta sensata y una desazón lógica ante la angustia provocada por la crisis ambiental. Debe entenderse como una alarma de advertencia para pasar a la acción. Si estos sentimientos trastornan la vida personal, quizá es aconsejable una terapia, aunque no suele ser un malestar insostenible. El desconocimiento sobre la causa y las soluciones del cambio climático también influyen en esta inquietud. Muchas personas necesitan que alguien les diga que no va a pasar nada grave y, como decía Voltaire, la incertidumbre es incómoda, pero la certeza, en muchos casos, es absurda. No se sabe lo que sucederá y hay que saber convivir con ello.

P. ¿Cuáles son los síntomas que alertan de la ansiedad climática?

R. Son distintas emociones. La preocupación crónica y el temor a lo que le pueda suceder a uno mismo, a los seres queridos y a las generaciones futuras, la impotencia y el desánimo ante la dificultad individual para frenar la situación, la tristeza al ver cambiado el paisaje natal, la rabia y la ira al considerar que los demás no hacen lo que tienen que hacer o la propia culpa al sentir que no se actúa bien. Todo ello puede derivar en la incapacidad para dormir, la falta de apetito, la apatía o los problemas relacionales, si el entorno no se implica contra el cambio climático.

P. ¿A qué sector poblacional golpea con mayor fuerza?

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R. A los jóvenes que tienen mayor sensibilidad respecto a este asunto y saben que les tocará vivir unos años inquietantes. Aún están aprendiendo a gestionar su inteligencia emocional y lo viven todo con mayor intensidad. Además, el estudio Impacto del clima en la salud mental, realizado por la profesora de psicología climática Caroline Hickman, tras encuestar a más de 10.000 personas de entre 16 y 25 años en 10 países distintos, reveló que el 80% de los chicos se mostraban preocupados por el calentamiento del planeta, más de la mitad sentían tristeza, impotencia y culpa.

P. ¿Ha cambiado en los últimos años la idea general de que el verano se asocia a la felicidad por la crisis ambiental?

R. No lo sé. En el año 2003 el filósofo Glenn Albrecht estudió unos valles australianos repletos de minas y destacó la profunda angustia que sufría la población local ante la erosión del relieve y el paisaje. Estos vecinos, desde la realización de las excavaciones, ya no tenían el mismo sentido de pertenencia, sentían que no eran de ningún sitio. Albrecht llamó a esta sensación con la palabra solastalgia, que ahora en verano también puede ser la tristeza de volver al pueblo en vacaciones y ver que has perdido el entorno al que sientes que pertenecías después de una brutal sequía o tras la desaparición del glaciar de la montaña que siempre visitabas. El cambio climático puede erosionar la propia identidad de las personas. Todos hemos pensado alguna vez que un sitio ya no es lo que era al volver a él.

P. ¿La ecoansiedad es mayor en el periodo estival?

R. No hay evidencias. Lo cierto es que en los meses de julio y agosto se intensifican las consecuencias del cambio climático y no es descabellado pensar que puede aumentar la preocupación. Las olas de calor y los incendios ponen al ser humano contra las cuerdas, más aún si ya ha experimentado sus efectos con anterioridad. Pero, sin duda, uno de los grandes problemas del verano es que muchas personas se quedan solas en sus barrios y no pueden compartir su preocupación ni tomar acciones colectivas para frenarla. La soledad influye mucho en la ecoansiedad porque una de las sensaciones más frecuentes es pensar que ya no se puede hacer nada.

Teresa Franquesa Codinach, en los jardines de la Universidad de Barcelona el 2 de julio.
Teresa Franquesa Codinach, en los jardines de la Universidad de Barcelona el 2 de julio.Gianluca Battista

P. ¿Cómo se combate esta angustia?

R. Hay que aceptar las emociones para que puedan ser aliviadas. Dan información que es importante escuchar. Es necesario pasar de la preocupación individual a la acción colectiva y no sentir culpa sino responsabilidad. Una persona hace todo lo que puede, pero no solo depende de ella. Tiene que tener objetivos realistas y ser consciente de que los gobiernos y las grandes empresas asumen mayor responsabilidad. Por ello, hay que exigirles respuestas. Entre la labor particular, las actividades colectivas y la movilización frente a las administraciones y entidades privadas, se abre un abanico de posibilidades para emprender acciones transformadoras al unirse con otras personas: las cooperativas agroecológicas, el intercambio de libros escolares o la instalación de placas fotovoltaicas en la comunidad de vecinos. También hay muchas otras alternativas posibles.

P. ¿Por qué aborda en su libro la importancia de educar el paladar climático?

R. Hay que cambiar las costumbres alimenticias para ahorrar muchas emisiones. La producción de carne roja puede acarrear entre 10 y 50 veces más gases de infecto invernadero que la de los vegetales. No hay que dejar de comerla, pero se puede reducir su consumo, comprar productos de proximidad para evitar las emisiones del transporte, rechazar alimentos procesados y no desperdiciar comida.

P. ¿Se puede prevenir la ansiedad climática en las etapas más tempranas del desarrollo?

R. Sí. En la infancia no es aconsejable preocupar a los niños con responsabilidades que no deben asumir porque no tienen capacidad para entender y actuar. Es mejor ponerles en contacto con la naturaleza para que la disfruten, la amen y tengan ganas de protegerla. Poco a poco, se pueden enseñar hábitos responsables como apagar siempre las luces o ahorrar agua. En la adolescencia es importante acompañar y atender las inquietudes climáticas de los jóvenes.

P. ¿Cuándo se empieza a hablar de ecoansiedad en España?

R. Este término se comienza a escuchar a nivel internacional en la década del año 2010 y en este país se le da importancia entre 2018 y 2019, cuando los fenómenos meteorológicos extremos se intensifican y hay más personas preocupadas y movilizadas porque se realizan las primeras grandes manifestaciones contra el cambio climático. Cada año se supera el récord de aumento de temperaturas, consecuencias climáticas no faltan y avisos de que esto va en serio tampoco: muertes causadas por olas de calor, inundaciones, impactos en los ecosistemas y grandes incendios. Pese a todo, el cambio aún es posible. Nosotros también escribimos el futuro.

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