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La Amazonia, al límite por la sequía: “No sabemos qué va a ser de nosotros”

El bajo caudal de los ríos en el norte de Brasil impide la navegación, la única manera de llegar a miles de pequeños municipios que están a punto de quedarse sin agua y comida

Un remolcador y un ferri que transportaba combustible, gasolina y vehículos, encallados por la fuerte sequía que azota los ríos de la cuenca del Amazonas, en el municipio de Iranduba, cerca de Manaos (Brasil).
Un remolcador y un ferri que transportaba combustible, gasolina y vehículos, encallados por la fuerte sequía que azota los ríos de la cuenca del Amazonas, en el municipio de Iranduba, cerca de Manaos (Brasil).Raphael Alves (EFE)
Río de Janeiro -

La Amazonia brasileña vive una sequía histórica que está llevando al límite a sus habitantes. La falta de lluvias ha provocado un fuerte descenso en el caudal de los ríos que ya afecta al suministro de agua potable y a la agricultura de subsistencia, y que amenaza con dejar incomunicadas a cientos de miles de personas que viven en los rincones más recónditos y vulnerables de Brasil. Los ríos del norte del país son como carreteras acuáticas, prácticamente todo el mundo (y los alimentos, comercios, medicinas) se mueve por vía fluvial. Las autoridades calculan que más de medio millón de personas podrían verse afectadas por el desabastecimiento de agua y comida en las próximas semanas.

“Todas las comunidades se van a quedar aisladas. Aquí, nuestro río ya solo tiene 20 centímetros de profundidad, tenemos que arrastrar las canoas”, explica por teléfono desde el interior de la selva Adamor Lima, cacique de la tierra indígena Capanã. Los 150 habitantes de su aldea tardan ocho horas en barco río abajo hasta llegar a la ciudad más cercana, Manicoré, a la que suelen ir una vez al mes a hacer recados y algunas compras. Los barcos más grandes (con pasajes más asequibles) ya no hacen ese trayecto. El río está tomado por bancos de arena y piedras que hacen imposible la navegación. Los peces que Adamor solía pescar frente a su casa cada día tampoco están allí. El agua está demasiado caliente, ahora se concentran en un recodo del río más profundo y de muy difícil acceso. No muy lejos de su aldea, una gigantesca central hidroeléctrica en el río Madeira paró sus turbinas el lunes por falta de agua. Es la cuarta más grande del país y distribuye energía a todo Brasil, pero según el Gobierno de momento no hay riesgo de apagones. En las aldeas indígenas y poblaciones ribeirinhas, donde apenas hay suministro de agua potable y se toma el agua directamente del río, la sequía puede ser el preludio de una crisis sanitaria. Es la gran paradoja: falta agua para los habitantes de la región con más reservas de agua dulce del mundo.

Pero la sequía es, antes que nada, una importante catástrofe ambiental. En la región del lago Tefé, en los últimos días aparecieron muertos más de 125 delfines. Los cadáveres de los famosos botos, protagonistas de infinidad de leyendas locales, ahora son carnaza para los buitres. Según el instituto Mamirauá, que lleva a cabo una operación para salvarlos a toda prisa, la elevada temperatura del agua sería la principal causa de las muertes, ya que llegó a rozar los 40 grados. La tragedia está en el agua, pero también en la copa de los árboles. Con el aire más seco que nunca, es el momento idóneo que los deforestadores aprovechan para quemar la vegetación y abrir terreno para los pastos. Según datos oficiales, en septiembre hubo 6.991 focos de incendio, el segundo peor registro desde 1998.

Los daños colaterales de la sequía extrema están por todas partes. En la pequeña aldea de Vila Arumã viven menos de 1.000 personas en casitas desperdigadas a orillas del río Purus, sobre una especie de acantilado arenoso. La semana pasada, un deslizamiento de tierra se tragó medio pueblo. Murieron dos personas y desaparecieron 45 casas. “No fue algo normal, fue como un agujero negro que engulló todo nuestro barrio”, explica entre sollozos Kely Regina Dantas, trabajadora de una escuela pública que ahora mismo está bajo tierra. El fenómeno de las llamadas ‘tierras caídas’ es relativamente frecuente en la estación seca, pero este año ha ido a más. Cuando desaparece el agua que sostiene el peso del terreno en el nivel freático, la tierra simplemente se desmorona. “Llevamos varias noches en vela haciendo guardia, mi marido y mi hijo, nos vamos turnando. El barrio está todo lleno de grietas”, asegura. Al desasosiego por la tragedia se une la incertidumbre por cómo llenar la nevera. La principal fuente de renta de esta familia es la pesca del pirarucú, un pez que fácilmente supera los 100 kilos de peso. Ahora la pesca es impracticable porque los peces se han quedado aislados en lagos, así que transportarlos en barco es imposible. “Al ritmo que va esto no sabemos qué va a ser de nosotros. Aquí todo viene directamente desde Manaos, que está a casi dos días en barco. Si nos quedamos incomunicados no sé cómo vamos a sobrevivir”, añade Kely.

Acapulco huracán Otis
Fotografía aérea de dos barcos encallados en un banco de arena cerca de Manaos, en el estado de Amazonas (Brasil).Raphael Alves (EFE)

En Manaos, capital de Amazonas, una urbe de más de dos millones de habitantes incrustada en la selva, existe un importante polo industrial donde se concentra toda la producción nacional de televisiones, lavavajillas o aparatos de aire acondicionado. Los empresarios del resto del país ya temen quedarse con las estanterías vacías a las puertas del Black Friday, porque toda esa mercancía sale de la ciudad en camiones a bordo de balsas, que pueden dejar de flotar en cualquier momento.

Fuerzas armadas

De momento, las autoridades brasileñas han decretado el estado de emergencia en 55 municipios, donde ya se están repartiendo cestas con alimentos no perecederos y agua, kits de higiene y de salud. El Gobierno prometió el apoyo logístico de la Fuerza Aérea y la Marina, con acreditada experiencia en llegar hasta los últimos rincones de la selva, como ocurre con las elecciones, cuando las urnas electrónicas llegan en helicóptero o en canoa, si hace falta.

Durante la estación seca en la Amazonia (de julio a diciembre, aproximadamente) es normal que los ríos bajen varios metros y aparezcan playas y bancos de arena, aunque este año hay varias anomalías, según explica el coordinador de la Fundación Amazonia Sostenible (FAS), Virgilio Viana. El Niño tiene parte de la culpa, ya que este fenómeno climático inhibe la formación de nubes y lluvias, pero el escenario se ha agravado por el calentamiento anormal de las aguas del Atlántico norte, relacionado con el cambio climático. “El Niño siempre es recurrente, lo que vemos ahora es un aumento de su magnitud”, dice el especialista.

Esta ONG, como muchas otras en la región, ya está movilizada repartiendo cloro, potabilizadores y gasolina en las aldeas. No tanto para las lanchas a motor, que pronto se quedarán varadas, sino para los motorcitos con que los amazonenses hacen la harina de mandioca, junto al pescado, la base de su alimentación. Viana, que hace 20 años fue secretario de Medio Ambiente en el gobierno de Amazonas, admite que todo esto son parches urgentes y que hay que pensar soluciones a largo plazo, como apostar por placas solares, internet y agricultura familiar para dar más autonomía a las aldeas y ciudades que ahora están al borde del colapso. “Hay que prepararse para las próximas calamidades, es resiliencia y adaptación al cambio climático”.

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