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Doñana
Tribuna
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Ecocidios La Española (Sociedad Ilimitada)

Lo romántico y paranoide es creer que podemos seguir despreocupados mientras expolian el futuro de nuestros hijos y nietos para malvender fresas en el borde de un desierto

Vista aérea de invernaderos y balsas ubicados en el entorno del espacio protegido de Doñana, en el término municipal de Lucena del Puerto, en Huelva, el 12 de abril de 2023.
Vista aérea de invernaderos y balsas ubicados en el entorno del espacio protegido de Doñana, en el término municipal de Lucena del Puerto, en Huelva, el 12 de abril de 2023.PACO PUENTES

El hombre y la naturaleza siempre han cohabitado en conflictividad. Hay quien dice que no somos capaces de dejar en paz a los demás seres vivos. Pero tan agresivos con lo ajeno y lo desconocido, no debería extrañarnos nuestro mercantilismo hacia la biosfera. El ecologismo colisiona con realidades antropológicas: no es práctico pedirle a alguien que haga algo que crea contrario a sus intereses. Lo caricaturesco y calamitoso, es que sea el apostolado conservador el que nos haya hecho creer que la conservación biológica va en contra del progreso. Pues “no habría que hablar de progreso en términos de longevidad, seguridad o comodidad antes de comparar a los animales de un zoo con los que viven en libertad”, según Nassim Taleb.

Estos días, por iniciativa de PP y Vox, se tramita en el parlamento andaluz la Proposición de Ley sobre los regadíos al norte de Doñana. Parlamento que no podrá ser informado debidamente por científicos, ya que estos, contra toda previsión y sentido común, han sido vetados en la comparecencia. La honrosa excepción, casi nocturna y a regañadientes por la presión mediática, viene a ser Miguel Delibes, quien parece condenado a predicar en el desierto. Pasándose por el arco del fresón todas las advertencias de la Comisión Europea, esta ley discurre fatalmente como un Leviathan al estilo de la cinta del cineasta ruso Andrey Zvyagintsev, en la que se impone la maldición hobbesiana: todo para los perversos y nada para los justos. Para cualquier ciudadano bien informado, los subterfugios de agua, progreso y empleo son demagogia líquida, propaganda vestida de altruismo, una picaresca de legitimación galdosiana para el lucro y la fuga. Pero una soga mortal sobre el cuello del Patrimonio Mundial de Doñana.

Mi defensa deriva de haber dedicado 30 años de mi vida profesional al estudio de los ecosistemas del pasado, incluyendo el hábitat de nuestros ancestros. Compartiré tres estudios relevantes. En el primero he coordinado a 130 autores de 14 nacionalidades, estudiando casi 500 registros fósiles para documentar los cambios en las floras ibéricas durante los últimos 66 millones de años. Observamos que el sur peninsular ha servido como refugio de biodiversidad en las fases climáticas adversas durante las cuales muchas especies se extinguían del resto del continente. Hay ejemplos de supervivencia extraordinaria en ecosistemas litorales como Doñana: Arcas de Noé para especies que cíclicamente recolonizarían Europa bajo condiciones más favorables. Moraleja: la desaparición de poblaciones en refugios supone la extinción irreversible en todo el área de distribución de la especie.

Otros estudios incluyen la acción humana durante los últimos milenios. Hace más de 4.000 años se desarrolló en el sureste la próspera cultura del Argar, una de las primeras sociedades urbanas europeas. Observamos su abrupto final (“colapso argárico”), tras la desaparición de los bosques frondosos con alta biodiversidad que dominaban las áreas litorales. Los registros fósiles muestran cómo la actividad deforestadora (hornos de leña, incendios), el sobrepastoreo y la explotación agrícola para comercio excedentario, provocaron la catástrofe ecológica, el primer gran ecocidio europeo. Moraleja: un ecocidio antecede a un genocidio. Las élites argáricas deforestaron las montañas y trajeron hambre, enfermedad y muerte a sus habitantes.

Las especies actuales han atravesado todos los túneles del tiempo pretérito en un proceso encadenado de contingencias. Están aquí después de que todas las mayorías de todas las poblaciones pasadas hayan quedado atrás. Nosotros mismos somos un acontecimiento evolutivo de muy baja probabilidad, herederos de millones de azares afortunados. Y resulta que nuestro pasado evolutivo está ligado a territorios con alta complejidad geográfica, biodiversidad y presencia de lagos y cursos de agua dulce. Doñana replica hoy la casa común de todas las especies de Homo. Por ello, la mayor pandemia actual es lo que Richard Louv llamó “trastorno por déficit de naturaleza”. Aviso, diagnóstico y pronóstico: la caída de Doñana supone una amputación traumática de la biodiversidad europea, pero también simboliza el devenir de un suicidio colectivo, síntoma de un trastorno identitario por intoxicación propagandística. No habrá remedios curativos: en realidad, están en la casa común cuya demolición se autoriza “democráticamente”. “La Revolución no necesita sabios”, le dijeron a Lavoisier frente a la guillotina. Más de 200 años después, la barbarie tartamudea.

Igual es difícil explicar cómo la biodiversidad es una red que nos protege de la incertidumbre consustancial a la existencia. Igual es difícil aprehender nuestra naturaleza animal y su vínculo irremediable con el medio natural. A veces pienso que ya nos han convertido en manufactura por imperativo comercial. Dice Edward Wilson que nunca hemos conquistado el mundo porque nunca lo hemos comprendido.

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Defender Doñana no es un asunto romántico ni alocado. Lo romántico y paranoide es creer que podemos seguir despreocupados mientras expolian el futuro de nuestros hijos y nietos para malvender fresas en el borde de un desierto. Tan paranoide como que los siniestros oligarcas piensen que se salvarán del colapso viajando a Marte o congelados en el arcón transhumanista. Me temo que, como cantaban los Rolling Stones (Sympathy for the Devil), no han comprendido la verdadera naturaleza de los juegos diabólicos.

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