La guerra en Ucrania amenaza la lucha global contra el cambio climático
El aumento de las ayudas a los combustibles fósiles y de la extracción de petróleo y gas contradicen los esfuerzos contra el calentamiento. Los expertos advierten de los impactos del conflicto para el multilateralismo
Desde que se firmó a finales de 2015, el Acuerdo de París ha sobrevivido al negacionismo climático de Donald Trump y a la peor pandemia del último siglo. Sigue vivo y, aunque de forma claramente insuficiente todavía, la mayoría de los 200 países que están dentro de este pacto mundial han continuado actualizando sus planes climáticos para lograr un objetivo común: que el calentamiento aumente lo menos posible para evitar los impactos más catastróficos. La cuestión ahora es si también conseguirá sobrevivir a una guerra como la de Ucrania, que amenaza no solo al Acuerdo de París y a la lucha climática, sino al multilateralismo como vía para resolver los conflictos y desafíos de la humanidad.
La invasión de Ucrania ha dejado al aire las costuras de un modelo de desarrollo enganchado a los combustibles fósiles, los principales responsables de las emisiones de efecto invernadero, y ha derivado en una crisis energética. Y ha ocurrido en un momento, esta década de los veinte del siglo XXI, que estaba llamado a ser el de la gran transformación energética para combatir el cambio climático. Pero el alza de precios y la necesidad de cortar los lazos con el gas y el petróleo rusos están haciendo que los gobiernos tomen medidas que van en contra de esa transición.
En EE UU, Joe Biden ha impulsado un incremento sin precedentes de la producción de petróleo, lo que derivará en más perforaciones. En Europa, algunos países se plantean levantar el veto al fracking [técnica para extraer petróleo y gas consistente en fracturar rocas que contienen estos combustibles] y muchos de los miembros de la UE están aumentando el uso del carbón y regando con ayudas públicas la gasolina y el diésel. Subvencionando, en definitiva, unos combustibles fósiles de los que hace menos de cinco meses renegaban los 200 países en la cumbre del clima de Glasgow.
Patricia Espinosa es la secretaria ejecutiva del área de cambio climático de la ONU y, como ha ocurrido con el Acuerdo de París, su mandato —que arrancó en 2016 y finalizará en julio— ha estado marcado por Trump, la pandemia y ahora la guerra. “Obstáculo tras obstáculo”, resume. Espinosa admite que el conflicto en Ucrania “está ya incidiendo en las acciones para enfrentar el cambio climático”.
Compromisos de recorte de emisiones
La guerra en Ucrania ha coincidido con el proceso de revisión del conocimiento científico sobre el calentamiento que está haciendo el IPCC, siglas en inglés del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, el grupo de expertos de la ONU que radiografía desde 1988 este problema. Este lunes está previsto que se publique el tercer informe de esta revisión. Trata sobre la mitigación, es decir, sobre la reducción necesaria de las emisiones de efecto invernadero.
Hoesung Lee, presidente del IPCC, advirtió hace unos días de lo “cruciales” que serán los próximos años para la evolución del cambio climático para todo este siglo. E incidió en lo importante que será la mitigación, que tiene como objetivo que los países recorten sus emisiones hasta llevarlas a casi cero para 2050. Pero la trayectoria actual y las promesas nacionales no conducen a esa meta y llevan a un incremento de la temperatura de más de dos grados celsius, lo que supone traspasar la línea de seguridad que marca la ciencia y el Acuerdo de París.
Todos los firmantes del pacto deben presentar planes de recorte y actualizarlos. Espinosa apunta a que, en las conversaciones que ha mantenido ya con varios gobiernos, ninguno le ha transmitido su intención de rebajar sus objetivos. Pero existe un temor cierto a que los Estados no aumenten sus recortes para esta década decisiva. “En estos momentos, la atención de los líderes mundiales está centrada en la guerra, en la crisis energética”, reconoce con preocupación Espinosa.
Más combustibles fósiles
La guerra ha expuesto la dependencia energética, principalmente de Europa, del gas y el petróleo de Rusia. En Estados Unidos, Biden ha anunciado un incremento de la extracción de petróleo para contrarrestar la subida del precio de la gasolina y se ha ofrecido a aumentar sus exportaciones a Europa de un gas que se consigue allí con una técnica —la fracturación hidráulica o fracking— que se rechaza en la UE. Y, ante la necesidad de cortar la dependencia de Rusia, surgen voces que abogan por incrementar las perforaciones en busca de petróleo y gas en suelo europeo y de emplear dicho método.
El Gobierno de España rechaza abrirle la puerta a esta técnica. Pero Manuel Pulgar-Vidal, exministro de Medio Ambiente de Perú y asesor climático de WWF, señala que el conflicto de Ucrania puede incrementar la “presión para buscar más hidrocarburos” y hacer que “la transición se desacelere en algunos países”. “Hay voces que sostienen que es muy peligroso dejar de invertir en combustibles fósiles y por lo tanto hay que seguir manteniendo esa capacidad por razones de seguridad energética”, añade Espinosa, quien, sin embargo, lo considera un error porque supone aumentar la dependencia de unos combustibles que son los principales responsables del calentamiento global.
La vía para la seguridad energética, insisten Espinosa y Pulgar-Vidal, debe ser las renovables y la eficiencia. El experto en fiscalidad medioambiental Xavier Labandeira recalca la importancia de que los países no se “embarquen en nuevas inversiones en infraestructuras fósiles para reducir la dependencia de Rusia”. La apuesta por las renovables parece ser el eje del plan que prepara la Comisión Europea, que persigue acelerar la transición hacia las fuentes limpias.
Subvenciones
Pero, en el corto plazo, muchos países están subvencionando los combustibles con fondos públicos de forma directa o indirecta; con ayudas o con reducciones de los impuestos a la gasolina o el diésel. La organización Transporte y Medio Ambiente está realizando un seguimiento de esas medidas y cifra ya en más de 13.000 millones el coste de las ayudas al consumo de carburantes de los países de la UE por la guerra, entre ellos España.
Labandeira, miembro también del IPCC, cree que es una medida que “puede entenderse por la alarma social y empresarial ante la subida abrupta de los precios”. Pero añade: “Estas subvenciones deben ser excepcionales y con fecha de caducidad muy próxima”. Labandeira advierte de que las medidas que se están adoptando en el corto plazo “no ayudan a enderezar una trayectoria de emisiones que ya dificultaba, antes del escenario actual, el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París”.
Diplomacia climática
Para Pulgar-Vidal el mundo está pasando de una etapa “más cooperativa” a una “más a la defensiva”. Esto llevará a un ambiente de “desconfianza que puede afectar a las negociaciones multilaterales”. Pone el acento en las cumbres climáticas y en la de biodiversidad que se celebrará a finales de año y de la que debería salir un pacto para que en 2030 esté protegida al menos el 30% de la superficie terrestre y marina del planeta. Las negociaciones no van a buen ritmo hasta ahora y algunos analistas lo achacan a las tensiones por la guerra. Algo similar ocurre con el tratado nuclear para que Irán renuncie a las armas nucleares, que se ha atascado.
Espinosa reconoce que el conflicto está creando tensiones en varios organismos de la ONU, ya que “se ha producido el cuestionamiento de la participación de Rusia en los foros”. “Mi opinión es que en este proceso necesitamos la participación de todas las partes”, dice en referencia a la lucha climática.
El gran problema no sería dejar fuera de las conversaciones climáticas a Rusia, la sexta economía que más gases de efecto invernadero genera, sino que se acentúe el distanciamiento entre los países occidentales, con EE UU y la UE a la cabeza, y países como China e India. Ya en las últimas cumbres del clima los dos países asiáticos rechazaron incrementar de manera considerable sus planes climáticos. Lo que ocurra con estas cuatro economías es básico para el resto de la humanidad en la batalla contra el calentamiento: son responsables de más del 50% de los gases de efecto invernadero globales.
Agricultura y ayuda al desarrollo
Las negociaciones climáticas también abordan la ayuda de los países ricos a los más pobres para que se adapten a los efectos del calentamiento. Esa ayuda financiera, que ya está por debajo de lo comprometido, puede verse afectada. Pulgar-Vidal sostiene que se corre el riesgo de que “los países, en especial los europeos, aumenten la inversión en defensa”. “Y se pueden desviar presupuestos que se necesitan, recursos para el cambio tecnológico, la transición energética y la cooperación”.
El impacto de la guerra en los países más pobres no solo puede venir por una reducción de la ayuda al desarrollo, también por el impacto en la seguridad alimentaria, ya que Rusia y Ucrania son dos de los grandes productores de cereales. En los países europeos, la guerra también ha hecho que se rebajen los requisitos ambientales para la entrada de maíz o girasol desde Argentina y Brasil. Es lo que ha hecho España al flexibilizar las exigencias de no utilización de determinados pesticidas para la entrada de un cereal que no podía ser importado hasta ahora desde Sudamérica.
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