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Ingeniería genética
Tribuna
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¿Cuánto queda para los nacimientos a la carta?

Cambiar genes ya es posible técnicamente. ¿Es éticamente aceptable?

He Jiankui
El biofísico He Jiankui en su laboratorio, en 2019.MARK SCHIEFELBEIN
Miguel Pita

La proliferación de noticias relacionadas con la modificación genética ha rescatado del exilio algunas preguntas inquietantes que la pandemia parecía haber dejado en letargo. Por ejemplo: ¿Veremos algún día nacimientos con rasgos elegidos a la carta, como el color de ojos? Probablemente, la reciente puesta en libertad de He Jiankiu, el científico responsable del experimento que dio lugar al nacimiento de los primeros seres humanos modificados genéticamente, haya contribuido a despertar algunos fantasmas aletargados.

La respuesta rápida es que, como demostró este científico en 2018, cambiar genes ya es posible técnicamente, pero está prohibido. Además, las herramientas empleadas muestran todavía ciertas limitaciones y la mayoría de las modificaciones genéticas que podemos producir son todavía poco llamativas. Por ejemplo, este científico modificó genéticamente un óvulo fecundado retirando de su ADN las instrucciones para fabricar una molécula de nuestro cuerpo cuyo nombre puede no decirnos mucho, la proteína CCR5. De este experimento nacieron un par de niñas gemelas incapaces de producir esa molécula para siempre en cualquiera de sus futuras células, incluidos sus propios óvulos. Por tanto, lo trascendente es que cuando alguna de esas gemelas se reproduzca, su cuerpo producirá unos hijos que también recibirán una copia del ADN modificado genéticamente.

Esto supondrá que la innovación que He Jiankui introdujo en las gemelas se heredará. En ese caso, será la primera vez que una modificación genética artificial pase de una generación a la siguiente. Precisamente, eso es lo que prohíbe de forma casi unánime la legislación internacional. Las leyes de la mayoría de los países consideran que es temprano para que los cambios genéticos de laboratorio pasen a transmitirse y formar parte del acervo hereditario de la humanidad. Por el contrario, modificar genéticamente con fines terapéuticos células de un individuo desarrollado, no está prohibido (al menos no lo está universalmente). La razón es que los cambios genéticos que se introduzcan en, por ejemplo, la sangre, el hígado o el pulmón de un adulto morirán con el individuo, no se transmitirán a sus descendientes.

¿Evitar la propagación de un cambio genético artificial es la única razón por la que se regulan este tipo de experimentos? No, la abrumadora mayoría de la comunidad científica considera que las técnicas de edición genética, como la conocida CRISPR-Cas9, son todavía demasiado complejas y novedosas para que merezca la pena ensayarlas más en profundidad antes de aplicarlas. Al fin y al cabo, la edición genética implica cortar y pegar, meter y sacar, fragmentos de ADN en el interior de minúsculas células; el objetivo de los investigadores es dominar las herramientas para poder garantizar que se ejecutará exclusivamente la modificación planificada. Un pequeño error podría dañar otras partes del ADN, produciendo mutaciones nocivas y enfermedades.

¿Y cuándo se domine el proceso servirá para reparar cualquier enfermedad genética? No, aunque se han presentado abundantes resultados esperanzadores, hay un factor determinante que condiciona su implementación. Pensemos, por ejemplo, en nuestro corazón. Este, como cualquiera de nuestros órganos, está formado por miles de millones de células. Resulta inútil intentar hacer llegar a todas ellas una copia correcta del gen que se quiere reparar o eliminar en un adulto. Esta dificultad, precisamente, es la que se soluciona modificando un óvulo recién fecundado. Editar el ADN antes del nacimiento es la única forma viable de garantizar que la reparación alcanzará la totalidad de las células del cuerpo. Así que, la modificación genética en pacientes no es eficiente salvo en determinados órganos y tipos de células con características particulares, como la sangre o el ojo, donde se están alcanzando algunos logros estimulantes.

¿Se podrán modificar rasgos como el color de ojos cuando el procedimiento sea legal en óvulos o embriones (si alguna vez lo es)? Quizá sí, pero es probable que haya sorpresas. Los rasgos, como el color de ojos, están determinados por varias decenas de genes que realizan una pequeña contribución coordinada. Hoy en día sería inabordable modificar todos ellos por la dificultad técnica que implica, aunque probablemente en un futuro próximo sea factible. En cualquier caso, la genética es muy compleja y tendremos que asumir que esos genes participan en otros muchos procesos dentro del organismo, por lo que altearlos tendrá consecuencias más allá del color de ojos, por ejemplo, en tejidos como el pelo y la piel. Por otro lado, independientemente del interés que puedan tener decisiones caprichosas como elegir el color de ojos, la presencia de la mayoría de los rasgos está, además, modulada por factores ambientales. Por ejemplo, la estatura depende de varios centenares de genes y eso solamente condiciona una parte del resultado final, que también marcan la dieta, el estado de salud, etcétera. Serán necesarias una gran inversión y cantidad de conocimiento para poder siquiera plantearlo ¿merecerá la pena?. Para acabar de presentar el panorama, cabe añadir que el gen de la proteína CCR5 que

He Jankui retiró del ADN de las gemelas es el receptor celular que el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH/SIDA) emplea para ingresar en los glóbulos blancos de nuestra sangre e infectarlos. Es decir, el objetivo del experimento era producir los primeros humanos sin receptor y, por tanto, inmunes al SIDA creados por modificación genética. No está muy claro qué consecuencias secundarias tiene ese cambio, pero, sin duda, se trata de un cambio de gran impacto clínico obtenido mediante la modificación de tan solo un gen. Es indiscutible que, a pesar de las dificultades y el camino que falta por recorrer, el potencial de la técnica es notable. Además, debemos tomar conciencia de que el mismo procedimiento puede tener aplicaciones de intereses tan dispares como retirar una futura enfermedad de un embrión o satisfacer los caprichos de unos padres. Merece la pena estar informados y reflexionar sobre ello antes de que nos alcance.

Miguel Pita es investigador y profesor de genética en la Universidad Autónoma de Madrid.

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