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Tribuna
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Nacionalismo vacunal

Las potencias cierran fronteras para asegurarse su dosis de los fármacos anti-covid

Cajas del fármaco remdesivir en un hospital egipcio, el pasado mes de junio.
Cajas del fármaco remdesivir en un hospital egipcio, el pasado mes de junio.Fadel Dawood/dpa (Europa Press)
Javier Sampedro

El acaparamiento del remdesivir por la Administración Trump estaba cantado, y es solo el primer indicio de un fenómeno del que hablaremos mucho en los próximos meses y años: el nacionalismo vacunal. El remdesivir no es una vacuna, sino un fármaco antiviral, pero el efecto de las fronteras nacionales sobre la gestión de la pandemia es el mismo que veremos pronto con las vacunas. Esto será un error garrafal, pues un virus global necesita soluciones globales, pero ni la Organización Mundial de la Salud (OMS) ni cualquier otra del puñado de instituciones internacionales relevantes tienen la menor idea de cómo evitarlo. No es ya que carezcan de la potencia coercitiva necesaria, sino que luchan contra una fuerza natural más poderosa que un tsunami: el egoísmo.

El nacionalismo vacunal es una cuestión central en este momento. Los asesores en vacunas de los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos (los CDC de Atlanta, una referencia mundial en el campo) discutieron la semana pasada con cierto bravío sobre la pregunta capital: cuando esté lista la vacuna, ¿quién debe recibirla de manera prioritaria? El personal sanitario, sin duda, que es quien sufre la mayor exposición al virus. Pero tal vez también las embarazadas, que han mostrado un riesgo aumentado de enfermedades graves si han estado afectadas de covid-19. ¿Y qué hay de los viejos, que son los que sacan la pajita más corta en caso de contagio? Cierto, pero también son los que desarrollan una respuesta inmunitaria más débil tras vacunarse. Por otro lado, un argumento para vacunar a las cajeras, los carniceros y los presos es que viven en un entorno de riesgo, pero un argumento en contra es que suelen ser gente joven cuya vida no peligra aunque se infecten. Son decisiones escabrosas sobre las que los científicos tendrán que asesorar pronto a sus Gobiernos.

Y luego vienen los temas realmente dificultosos. Por ejemplo, la mortalidad por covid en el Bronx casi ha duplicado la de Manhattan, pese a que los dos barrios de Nueva York están a tiro de metro uno del otro. La razón más probable no es que los del Bronx sean negros y latinos, sino que son pobres y carecen de una cobertura sanitaria digna de tal nombre. Pero no sería difícil construir un argumento para que los negros y los latinos reciban prioridad con la vacuna, puesto que han sido las poblaciones más afectadas. La OMS publicó hace dos semanas una “estrategia de asignación” de la vacuna basada en experiencias anteriores.

“Acabarán palmando los países africanos, asiáticos y latinos que no pueden ejercer esas presiones. Un nuevo mundo, ¿verdad?”

Lo que nos da paso al nacionalismo vacunal propiamente dicho. La multinacional farmacéutica de matriz francesa Sanofi, líder mundial en vacunas, está recibiendo financiación de la Casa Blanca a cambio de un trato preferente en la entrega del fármaco. La Unión Europea también está en movimientos similares, en una espiral del sálvese quien pueda que casi da más asco que tranquilidad. Acabarán palmando los países africanos, asiáticos y latinos que no pueden ejercer esas presiones. Un nuevo mundo, ¿verdad?

El problema con el nacionalismo vacunal es el mismo que con el nacionalismo sin adjetivos, que no sirve para nada ante un problema que supere siquiera por cien metros el ámbito provinciano de su aplicación. Los virus que hemos logrado erradicar hasta ahora, como la viruela, han caído víctimas de campañas internacionales ambiciosas y fundamentadas en la racionalidad. El nacionalismo no lo está, pues su mera razón de ser es beneficiar a su propia población aun a costa de la salud de los demás. Y este tipo de fe provinciana no sirve en una pandemia, que es por definición un fenómeno global. Si lo que va bien a tu pequeña parcela del cosmos es dañino para el resto de las sociedades, el contagio te acabará volviendo con la fuerza redoblada del tiempo y la evolución viral.

Por otro lado, se revela una vez más, por si eso hiciera alguna falta, que los países que se toman en serio la ciencia, la financian y facilitan sus aplicaciones, son los que pueden sacar ventaja en una crisis tan fatigosa como esta. La empresa que desarrolló el remdesivir es estadounidense, y eso sigue contando más que todas las bocas empachadas de las virtudes de la globalización que tan cerradas están ahora.

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