Opción descartada
La ‘inmunidad de rebaño’ no funciona. Mucha calma mientras no haya vacuna
Cada vez parece más improbable que salgamos de esta sin una vacuna. Siguen vivas las esperanzas de hallar un fármaco o combinación de ellos que resulte eficaz para contener el virus en el cuerpo de cada paciente, y por tanto también en su capacidad de contagio. Pero la otra opción que teníamos –la inmunidad de rebaño— se ha desvanecido con los primeros datos de los estudios serológicos, tanto en España como en Francia y otros países.
Estos estudios han confirmado las predicciones de los matemáticos y epidemiólogos que llevan desde enero analizando la cuestión. Indican que el 5% de la población española se ha contagiado en algún momento con el SARS-Cov-2, puesto que tiene en su sangre anticuerpos contra él. Eso quiere decir que los infectados totales no son los 230.000 confirmados por PCR, sino dos millones y pico, casi diez veces más, en línea con las predicciones matemáticas. También quiere decir que la mortalidad por covid-19 no es del 12% de los infectados, como llevan meses indicando las cifras oficiales, sino del 1,3%, como sabemos desde las primeras investigaciones en Wuhan, el foco de la pandemia. Hay países con la mitad de ese índice, pero ninguno tiene diez veces más. Esto nos devuelve las cifras al planeta Tierra.
Otra cuestión distinta, pero igual de importante, es la fracción de la población española que se puede considerar inmunizada contra el virus, aunque sea después de hacer un par de redondeos razonables. Si el 5% de la población española está inmunizada, el 95% no lo está. Eso quiere decir que, si abandonamos el confinamiento, volveremos a ver un pico de infecciones, saturación de las UCI y fallecimientos similar al que acabamos de pasar. Un 5% menor, para ser más exactos: donde antes había 20 muertos, ahora habrá 19. Genial avance.
“No hay inmunidad de grupo ni la va a haber”, reconoció el jueves llanamente el ministro Illa. Dejar al virus fluir libremente, induciendo así la inmunidad de grupo, fue una opción considerada por algunos Gobiernos hace dos meses, y muy en particular por el primer ministro británico, Boris Johnson. Sus epidemiólogos le convencieron in extremis de que eso causaría cientos de miles de muertes, y Johnson se doblegó a la razón científica y se avino a imponer las medidas de aislamiento que todos conocemos tan bien.
El mundo está ahora echando carreras por la desescalada —con poderosas razones socioeconómicas—, pero las cifras de inmunidad que tenemos, en España por ejemplo, constituyen en sí mismas una llamada a la prudencia política y ciudadana. Con el 95% de la población susceptible al virus, y con los índices de complicaciones graves y muertes que ya hemos conocido dolorosamente, una desescalada incauta devolverá nuestros hospitales a la saturación y la economía a un nuevo cerrojazo radical. La inmunidad de grupo no funciona con la covid-19. Mientras no tengamos una vacuna, ni la normalidad ni la posnormalidad van a volver.
Por último, cuando llegue la vacuna y se pueda fabricar a gran escala —tal vez en la segunda mitad de 2021—, es probable que encuentre un ambiente poco propicio para su distribución generalizada. Neil Johnson, un científico de datos de la Universidad George Washington, acaba de mostrar que los nodos antivacunas van ganando en su competición con los provacunas, y que la tendencia va en aumento. A ver si va a llegar la solución y la vamos a rechazar.
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