La carga pesada del tópico en las dos Españas
El periodista y escritor da un repaso a "las luces y las sombras" de la tercera economía del país
Andalucía es la tercera economía española por volumen de PIB. Claro que esto obedece a su dimensión: es la comunidad más poblada, con 8,5 millones de habitantes, y el segundo mayor territorio tras Castilla-León. Representa el 18% de la población y el 17,3% del territorio. Otros indicadores rebajan esa escala. Su aportación al PIB español apenas llega al 13,5%, y la producción científica al 14%. También tiene el segundo menor PIB per cápita, por debajo de 20.000 euros, solo sobre Extremadura, o tercero si se incluye Melilla. Y hay un dato particularmente demoledor: el desempleo. Ha llegado a ser catalogado desde la UE como peor mercado laboral del continente. Con todo, es la tercera economía española, con luces y sombras, y grandes contrastes a pesar de la transformación experimentada en las últimas cuatro décadas.
Hay una cierta resistencia, sin embargo, a poner el foco en la realidad poliédrica de Andalucía —con sectores interesantes como la aeronáutica o las renovables, o la innovación agrícola— para despacharla con tópicos previsibles. En cualquier ámbito, hay iniciativas y figuras andaluzas relevantes, más allá de la política, con el presidente más importante en democracia, cinco ministros actualmente, y los dos últimos titulares de Hacienda: en la economía y la empresa, como la familia López Belmonte, Lao Gorina, Gómez Gómez, Domínguez de Gor, Cosentino…; en la arquitectura y las artes, Luis Gordillo, Vázquez Consuegra, Manuel León, Ángeles Agrela, o la literatura, de Muñoz Molina o Antonio Soler a García Montero o Ana Rossetti; en la ciencia, como la matemática Isabel Fernández o la microbióloga Carmen Maroto; en el espectáculo, Antonio Banderas, Sara Baras, Paco León, Pablo Alborán…; en el deporte, Sergio Ramos, Carolina Marín, Felipe Reyes, Blanca Manchón…, en definitiva, en todas las disciplinas hay figuras destacadas con repercusión. La percepción, en cambio, está lejos de ese retablo de talento. Si acaso, se asume que es un pueblo de artistas, lo que remite más al duende que a la disciplina técnica y la formación.
El progreso de Andalucía ha sido notable tras el franquismo, periodo con planes de desarrollo muy pobres y demasiado énfasis en la imagen de tablao de España. Andalucía fue capaz de convertirse, con el referéndum del 28-F, en un contrapeso fundamental para la tensión territorial de los nacionalismos históricos, accediendo a la vía 151 para romper una España de dos velocidades. La izquierda capitalizó el andalucismo, que se materializa desde las movilizaciones del 4-D de 1977 al 28-F de 1980, por la miopía de la derecha posfranquista; pero cuatro décadas y más de cien mil millones de euros de fondos europeos después, no se ha logrado avanzar en convergencia. El PIB per cápita ha pasado de 3.500 a casi 20.000 euros, pero en 1981 se estaba en el 75% del PIB español y ahora apenas en el 74%.
El retraso, a pesar del cambio experimentado, es el factor que más pesadamente identifica Andalucía. Ciertamente los números de su economía encajan con los tópicos, aunque a menudo con un reduccionismo absurdo del lastre histórico. El denominado Gobierno del cambio, persuadido de que urge atacar la cultura del subsidio y reformar a fondo del sector público que se enquistó con el PSOE en el poder, pretende aprobar este año una Estrategia para la Transformación Económica 2021-2027 puesto que “casi 40 años en Andalucía no ha permitido alcanzar el avance esperado en aspectos tan decisivos para el progreso de una sociedad como la educación, la innovación, la industria o el empleo" en palabras de Rogelio Velasco, responsable del departamento. La falta de alternancia durante tanto tiempo ha contribuido a esa falta de dinamismo y a la percepción de un pueblo conformista, incluso resignado. Muchos valores individuales se perciben mal por esa imagen colectiva.
El tópico a menudo emana de la realidad, pero siempre acaba distorsionándola. Y hay pocos lugares con un imaginario tan poderoso y además global. La herencia de la visión romántica es el territorio exótico, “diferente”, término empleado por Barbara Probst Solomon. Pero más allá del tópico, está el peso fatal de los prejuicios. La clase política, y no solo la derecha mesetaria, ha contribuido a su expansión incluso en tiempos recientes. En algunos casos se pueden atribuir a un pintoresco pijerío trufado de ignorancia, como Ana Mato, pero ahí queda Durán con aquello de “con lo que damos nosotros de aportación al Estado, reciben un PER para pasar la mañana en el bar del pueblo” y otros tantos supuestos progresistas como Dolors Bassa o Joan Puigcercós de ERC.
El idioma es un factor no menor en esos prejuicios. “La valoración de una modalidad lingüística se corresponde con el grado de prestigio histórico, económico, social y cultural de que gocen sus hablantes” señala Carbonero en sus estudios de sociolingüística andaluza. En el siglo XVI, no hay referencias críticas al acento; sucede a partir del siglo XIX. Montserrat Nebrera (PP) se burló de una ministra andaluza por su “acento de chiste”, como Artur Mas. Y esto se traslada a los roles en la ficción, tanto que el Parlamento aprobó una proposición del PA instando a actuar contra la ridiculización en series de éxito popular.
Hay numerosos factores, en definitiva, que contribuyen a estereotipar aún la percepción de Andalucía, escamoteando la realidad sobre su transformación —desde aquel ‘tercer mundo’ de los setenta— y cuánto ha contribuido a transformar España. En realidad, España no se entiende sin Andalucía, pero demasiado a menudo lo que no se entiende es Andalucía. Y en este punto, la autocrítica en los medios no acaba de surgir. Algunos estudios, como La imagen de Andalucía en los informativos de televisión de Ruiz Morales, evidencian que la comunidad está infrarrepresentada en la agenda y escorada a los sucesos y también al deporte, en política solo aparece con escándalos y rara vez más allá; pero, a la vez, hay una suerte de quinta columna interior que no oculta su pasión por lo folclórico. La televisión pública, con la izquierda en el poder, no fue un antídoto sino un vehículo más. Tal vez, más que las dos Españas de la izquierda y la derecha, pese más el problema de las dos Españas del norte y el sur.
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