Hachazo al Baobab, símbolo del Lavapiés multicultural
El conocido restaurante de comida africana cierra este domingo a causa de la venta del inmueble, en un barrio cada vez más gentrificado


Ibu Ndiaye ha dejado en el barrio la impronta de un honorable hombre de negocios. Su emprendimiento se ha paseado por todo Lavapiés, desde que llegara a la zona hace tres décadas e inaugurara en el Mercado de San Fernando una tienda especializada en la cultura hip-hop. Pero de las prendas holgadas y las cintas de rimas en francés pasó a los fogones. Tras la barra del Baobab, su restaurante, ha visto pasar en incontables ocasiones la especialidad de la casa: el arroz Mafe, regado con una densa salsa de cacahuete. También Thiere, un cuscús negro azabache, o brochetas de pollo y cordero. Una carta de absoluto cumplimiento musulmán para los compatriotas senegaleses.
Ahora se vende el local que lleva alquilando desde 2005, ubicado en el número uno de la calle Cabestreros. El propietario vende el inmueble para construir un hotel, según Ndiaye, un detalle que este diario no ha podido confirmar. Se trata de un zarpazo más de la gentrificación, como otros tantos de los que ha sido testigo. "Para la gente es un disgusto, porque le encanta la comida de Baobab", anota. No lo dice con pena. Acaba de cumplir los 60 y quiere calma, la misma que le ha faltado este tiempo. Planea viajar el mes que viene a su país, donde aún tiene a la familia. Y refiere un nuevo plan de negocios: abrirá en Senegal otra casa de comidas, esta vez para que la regenten sus dos hermanas.
Ndiaye es un empresario con redes por Europa y África. En Bélgica gestiona una pequeña flota de coches para el transporte privado. También ha invertido en Gambia, donde paradójicamente acaba de abrir un hotel. Con todo, su buque insignia es su querido Baobab. El restaurante, despojado de lujos superfluos, siempre estaba lleno. Especialmente en los domingos de Rastro, cuando la cola para degustar sus arroces a siete euros daba la vuelta a la manzana. La espera era más corta si se pedía para llevar, cuenta. Ndiaye nunca trabajó con los gigantes de la entrega a domicilio. Y rara vez se ausentaba en la hora punta: siempre estaba al pie del cañón para dar comidas y cenas.
La persiana del Baobab permanecerá recogida solo este fin de semana. Después, el cerramiento -que trascendió a partir del blog sobre la capital Madrid no Frills- bajará para siempre. Sin embargo, todavía permanecerá abierto unas semanas el hostal del número tres, que se encuentra sobre el restaurante, en el mismo inmueble. Allí viven muchos paisanos de Ndiaye que ya no pueden pagar un piso en el barrio, notablemente encarecido. Pero la pensión también cambia de manos y tiene los días contados. “Lavapiés dejará de ser africano”, sugiere el empresario, que atestigua la mudanza de muchos familiares y amigos a otros barrios del sur.
Desde el ventanuco de su cuarto, en el hospedaje a punto de cerrar, Mamadou Isra alcanza a ver una fuente, instalada en 1934 para honrar a la recién proclamada República. Encima de los cuatro caños puede leerse el oficio que da nombre a esta calle: Cabestreros. Sobre el pilón este senegalés de 36 años se ha sentado muchas veces. Sobre todo, cuando estaba en paro y cada mañana se limitaba a observar el trasiego. “Este es el primer barrio español en el que he instalé”, dice. Hubo un tiempo en el que la comunidad africana predominaba en Lavapiés. Y ejercía un efecto llamada para nuevos migrantes, que aún a miles de kilómetros de su hogar volvían a sentirse arropados.
Isra no sabe cómo será su último día aquí. Apenas tendrá que transportar unas maletas y a alguna caja, aunque ese equipaje aún no tiene destino. Quizá un piso compartido al otro lado del río u otra pensión deslavazada. En todo caso, su marcha parecería prevista: “No queda casi ninguna de las familias que conocí al llegar. Solo algunos amigos que inmigraron solos y han seguido viviendo unos con otros”. Cuando diga adiós, no habrá despedida alguna. Mamadou será solamente otro senegalés que se marcha.
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