El futuro de la naranja
La naranja vive atrapada entre el viejo modelo y los intentos de modernización
En invierno de 1956 Madrid se heló por culpa de Valencia. La capital no pudo importar petróleo para calentarse por la crisis que desencadenó una gran helada que arruinó la campaña naranjera. Entonces, la joya de la huerta valenciana significaba el 25% de toda la exportación española, cuando la descarga de toneladas de naranjas en los puertos del Norte de Europa se celebraba en los noticiaros cinematográficos con similar expectación como hoy con las colas de gente a la espera del último iPhone. Medio siglo después, ni el turismo ni el ladrillo han ocupado el lugar que la naranja tuvo antaño.
Los nostálgicos lamentan el esplendor perdido como una crisis de identidad en la que ya no se agasaja a la naranja como objeto de deseo. Los optimistas, para quienes el sector respira a pleno pulmón con las ventas internacionales, lo atribuyen a un síntoma más del correr del mercado. Pero todos convienen en detectar un mal a superar para aterrizar en la citricultura del siglo XXI: el modelo obsoleto de agricultor. “La naranja es el producto exportícola que fabrican los intermediarios sobre una sugerencia de los cultivadores”. La ácida definición que recogía en 1973 el sociólogo Josep Vicent Marqués en su País perplex sigue vigente, aunque hoy la figura de comerciante del cítrico valenciano, que antes se codeaba con la aristocracia europea en la ópera, ya no se dedica en exclusiva a especular el precio de las naranjas y a venderlas fuera.
Firmas como la de Vicente Giner, que va por la cuarta generación, fueron de las primeras en apostar por la producción en los años 80. “Ha sido un sector familiar en el que nunca ha habido multinacionales, a pesar de los intentos. Pero la figura del comerciante antiguo no tiene futuro. Este negocio tiene fuerza cuanta más propiedad se tiene para producir. Un sector lo supo leer y se lanzó. Era muy complicado. Pese a tener capital, había que migrar de la zona por falta de estructura para hacerla grande y moderna. Ahora se buscan plantaciones de 150 o 200 hectáreas, porque a más dimensión, menos costos de producción”, explica Giner, cuya nave de 40.000 metros cuadrados en Beniflà (la Safor) recibe cítricos desde el sur de Tarragona, Alicante, Murcia, Almería y Huelva.
Rusia y las variedades protegidas
El futuro de la citricultura valenciana está, según este exportador de raigambre, por las expectativas de demanda del mercado ruso y las variedades protegidas con derecho de propiedad para garantizar rentables exclusivas en el escenario global. De hecho, su empresa pertenece al Club de Variedades Vegetales Protegidas de Cítricos, donde está representado el reducido colectivo de productores-exportadores que no supera las diez empresas. “Nuestro clima no lo puede fabricar nadie. Hay un futuro muy prometedor. No somos industriales de alta tecnología, no nos afecta la bolsa, y el valor de la tierra se mantiene equilibrado. Pero, el gran problema de esta zona, que viene de antiguo, es la raíz profunda de propiedad de la tierra. Se abandona antes de venderla o juntarla con la del vecino. La parálisis está a años luz de entender el avance de la parcelación y la transformación en sociedades. La producción se reduce y debemos compensarlo con nuevas plantaciones fuera”, lamenta Giner.
Bordeando el final de la pasada campaña, la Universidad Politécnica de Valencia anunciaba la supresión, a petición del alumnado, de la asignatura optativa de Citricultura en el Grado de Agrónomos. No pocos vieron en aquella nota un indicio alarmante que venía a avivar la llama de la eterna “crisis de la naranja”, aquella en la que el modelo social de las pequeñas parcelas en las que trabajaban familias enteras o de aquella especulación del suelo agrícola recreada en el Arroz y Tartana de Blasco Ibáñez ya no encajan en las exigencias de la economía global. Para Vicente Caballer, catedrático emérito del Departamento de Economía y Ciencias Sociales de la UPV, el hecho solo debe leerse como una anécdota más de la degradación de los cítricos.
“El nicho del mercado de calidad no interesa a las grandes empresas. Lo intangible, la imagen, de la naranja ha desaparecido, y habría que recuperarla si queremos vender caro. Pero caro no significa que un zumo de una sola naranja en el aeropuerto cueste tres euros y que no lleguen ni diez céntimos por kilo al agricultor. No se tiene en cuenta que hay un oligopolio de comerciantes que influye sobre el precio. Las quejas de las organizaciones agrarias son testimoniales, no son acciones sociales consistentes. El individualismo impide tomar medidas más allá del riego por goteo que afecten a la planificación varietal, el cooperativismo y una disciplina productiva. Ya no puede ser que aquello de los machotes de pueblo que plantaban lo que querían sin planes de producción”, enumera Caballer en el catálogo de dolencias citrícolas.
Innovación y oportunidades perdidas
Este catedrático jubilado pertenece a la generación de mayores de 60 años que creció con el modelo citrícola sostenido por los ahorros de las familias cuando no había otros sistemas de protección. “Merecemos mucho más respeto del que hemos tenido. La naranja no solo ha sido un cultivo fundamental en la economía española del siglo pasado. La palabra clave en la crisis citrícola es el minifundio. Las familias abandonan las parcelas por las pérdidas, o las mantienen con las pensiones esperando a que vuelva lo de antes. El futuro quizás esté en fondos de inversión japoneses o canadienses en grandes extensiones. La transición hacia la citricultura del siglo XXI es traumática, hay graves perjudicados, en lugar de suave, en la que el antiguo citricultor debería haber desaparecido. Valencia ha perdido la oportunidad de capitalizar la formación y la innovación. Andalucía ha tenido una política agraria más seria que Valencia, aquí hemos perdido el pensamiento sobre la citricultura”, reivindica este reconocido autor de monografías y artículos sobre citricultura.
Otra oportunidad perdida, indica Vicente Faro, delegado en Oliva de la organización AVA-ASAJA, corresponde a la Denominación de Origen. “No ha existido nunca, aunque la naranja tiene más historia que el vino, el aceite o el caqui. Hay una Indicación Geográfica Protegida (IGP) que nadie conoce, y está en manos de los elaboradores. De la naranja que se vende fuera, solo el 30% es de Valencia, pero sería distinto si se diferenciaran zonas con la D.O.”, augura Faro, quien niega que la exportación y producción estén salvando la citricultura valenciana. “El gran productor que canaliza el cultivo para la gran producción no es la realidad de la citricultura valenciana, no nos cuadra esa estructura y diseño. El gran productor cierra si los números no le cuadran y se va fuera a países como Marruecos. El pequeño aguanta más aquí, pone dinero de su bolsillo para mantener el huerto de su familia.
Lo que urge, concluye Faro, es remodelar con la entrada de nuevas generaciones la estructura agraria para que sea rentable. “No podemos vender por debajo del precio de coste. No hemos llegado al siglo XXI porque no nos han dejado. El Tribunal de la Competencia de Europa ha bloqueado una propuesta de las organizaciones agrarias, entre ellas AVA-ASAJA, de pedir hacer un seguro de rentas agrarias, que consistiría en pagar un seguro que garantizara el precio de coste de las naranjas. Necesitamos un plan de ayuda urgente desde Conselleria. Se necesitan más estrategias que ayudas, porque hoy no es posible vivir de la citricultura”.
Producción y exportación, ¿razones para el optimismo?
El Nou d’Octubre coincide con el inicio de campaña, el momento de mirar el retrovisor de la estadística. Según los datos de la Generalitat Valenciana y el Instituto Valenciano de Competitividad Empresarial (IVACE), en 2015 la exportación de los cítricos significó 2.205 millones, que situaron a la Comunitat en el primer puesto de las exportaciones citrícolas en España, mientras la producción superaba los tres millones de toneladas. Pese a que la superficie cultivada de cítricos se haya reducido más de un 8% en los últimos diez años, desde la óptica institucional, el balance comercial prueba el holgado presente de la naranja.
La consellera de Agricultura, Elena Cebrián, no elude manifestarse optimista: “Los cítricos no están en crisis, sino en transformación. La naranja sigue siendo el estandarte de la citricultura valenciana, que ahora es más rica que cuando la naranja se convirtiera en la imagen identitaria valenciana, al diversificar los productos para cubrir las etapas de la temporada. Exportamos saber hacer, pero hay que afrontar los retos como una oportunidad, y reforzar las estructuras de variedad y de producción para adaptarnos al mercado global y a los gustos de los consumidores”.
Esa adaptación pasa por la innovación. Entre las prioridades del Consell está recuperar el Aforo Citrícola, la estadística de referencia para el mercado español, el Ministerio de Agricultura y la FAO, ensombrecido en los anteriores gobiernos autonómicos, y potenciar el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA), laboratorio referente en sanidad vegetal. "La estadística hay que hacerla transparente, sólida y útil para dar credibilidad al sector. Se trata de hacer seguimiento del sector para tomar mejores decisiones. Durante muchos años se ha desatendido la necesidad de políticas agrarias propias que compensaran las deficiencias estructurales, y ha habido cierto abandono en investigación y transferencia de la innovación al sector. La naranja tiene un gran futuro, y debe ser liderista, pero se necesitan otras soluciones como la del Corredor Mediterráneo", apunta la consellera Cebrián.
El Nou d’Octubre coincide con el inicio de campaña, el momento de mirar el retrovisor de la estadística. Según los datos de la Generalitat Valenciana y el Instituto Valenciano de Competitividad Empresarial (IVACE), en 2015 la exportación de los cítricos significó 2.205 millones, que situaron a la Comunitat en el primer puesto de las exportaciones citrícolas en España, mientras la producción superaba los tres millones de toneladas. Pese a que la superficie cultivada de cítricos se haya reducido más de un 8% en los últimos diez años, desde la óptica institucional, el balance comercial prueba el holgado presente de la naranja.
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