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La villa de los melones

Villaconejos produce las mejores cosechas y alberga un insólito museo dedicado este fruto

La Plaza Mayor de Villaconejos.
La Plaza Mayor de Villaconejos.ÁLVARO GARCÍA

Hay pueblos en los que uno se apea del autobús con mayor prudencia. Existen dos indicadores fundamentales para reconocer la sensación de orfandad, de lejanía del mundo. El primero ocurre cuando el visitante, ingenuo, quizás ilusionado, va observando el paisaje por el que viaja. Desde Villaverde Bajo-Cruce a Villaconejos el panorama se compone de extensas estepas amarillas como el sol. La segunda señal suele llegar cuando el autocar se va quedando vacío. Llegados a la última parada, el turista echa la vista atrás y solo advierte a un señor con un botijo y una maleta en el regazo en los últimos asientos.

Ocurre cuando el autocar frena en Villaconejos. Solo que aquí hay algo que llama poderosamente la atención desde la entrada al pueblo: los melones. Melones expuestos en algunas casetas que los venden al kilo en la linde de la carretera. El pueblo tiene una bonita Plaza Mayor, junto a la Iglesia de San Nicolás de Bari, el inmueble más antiguo del pueblo, de estilos renacentista y barroco e influencia herreriana.

La arquitectura Villaconejos es irregular y mezcla edificios nuevos de ladrillo visto con casas más viejas y diferentes alturas, entre las que destacan sin discusión ni competencia la iglesia y la linda ermita de Santa Ana. También hay un bar, La Parada, donde sirven desde mojitos a paella, y preparan una tortilla de patatas notable.

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Pero por lo que merece realmente la pena bajar desde Madrid hasta Villaconejos es para comprar melones y descubrir sus secretos y escuchar los relatos que han sembrado de historia este municipio. Y por supuesto, visitar el Museo del Melón, (el melón de marras), inaugurado en 2003 (anteriormente era el museo del melonero) y el único probablemente del mundo de esta temática. El centro recoge recuerdos, fotos y utensilios muy entrañables de las familias del pueblo que hacían las maletas para buscar una tierra idónea para sembrar. Entonces se llevaban la puerta y el ventanuco de su casa y la tapiaban con cemento o con madera y chapa. Y las utilizaban para construir la casa de adobe y paja frente al terreno que arrendaban para cultivar los melones que les darían de comer el resto del año.

La historia de la localidad es la historia de este fruto. Esta pequeña aldea fue tradicionalmente un término agrícola y ganadero. Pero, debido a la falta de regadío, no todas lo hacían en Villaconejos, donde el cultivo era de secano y las parcelas apenas producían 3.000 o 4.000 kilos por campaña. La gran mayoría emigraba en busca de tierra durante seis meses (entre primavera y otoño) a Toledo, Guadalajara o Almería.

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Eran los llamados meloneros. La figura más importante de la aldea y que se encargaba exclusivamente de la siembra y la comercialización de melones en los mercados de Madrid. Algo más de la mitad de las familias de Villaconejos (que hoy tiene un censo de 3.500 vecinos) se dedican a la siembra del melón.

La potasa mágica

Pero ¿por qué melones y no cebollas o cacahuetes? La tierra de Villaconejos, que nació gracias a la donación de terreno de Chinchón, Aranjuez y Colmenar de Oreja, es rica en potasa, un mineral que le confiere dulzor a sus frutos. Y la historia arranca con el melón negro, una variedad que trajo un soldado del norte de África hacia 1.900 y que le dio fama a Villaconejos. Hoy, con esa simiente abandonada, los melones de éxito son el Mochuelo, Piel de Sapo y el Tendral. Un fruto que posee en torno a un 90% de agua y que es rico en todas esas vitaminas buenas que conocemos.

Vianor Ruiz, vecino del pueblo, fue melonero cuando todavía se hacía las cosas a mano y la maquinaria no había invadido el campo. Los de su quinta eran expertos en la tierra; solo con verla, olerla o tocarla sabían si era la adecuada para la siembra. Y para conocer su calidad les bastaba el tacto. Los meloneros, que abandonaban su hogar para trabajar la mitad del año recogidos en una choza, aguantaban esas condiciones porque no les quedaban remedio. “Era una experiencia durísima”, relata Ruiz. Y para transportar los melones no todo el mundo tenía mulas. “El que no tenía los sacaba a cuestas”. Ahora se trabaja menos y la producción, con las máquinas, es más eficiente. Entonces sacaban unos 40.000 kilos en una campaña. Hoy, pueden sacar en torno a cuatro millones y la siembra se realiza en lugares tan dispares como Almería, Brasil o Senegal.

De pueblo agricultor a rey de la fiesta

P.E.

Durante unos años, a finales de los ochenta, Villaconejos no solo fue conocido por sus ricos melones. La fiesta se convirtió en símbolo de esta pequeña aldea. Las discotecas Don Melón e Ibiza consagraron a Villaconejos cuando miles de jóvenes de Aranjuez, Chinchón, Madrid, Toledo o Guadalajara llegaban al municipio en coche o autobús para salir por la noche. El municipio llegó a tener cinco discotecas de éxito (Carballo, Caballo Blanco, Don Melón, Infarto e Ibiza) y en la calle de Los Huertos los bares se sucedían hasta llegar a La Nuit y al tablao flamenco Jarana. Tal fue el éxito que en la discoteca Don Melón se llegó a celebrar el certamen de Miss Madrid.

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