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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Final de curso y olé

Asistimos al hecho insólito de que cinco colegios catalanes han de presentar a los jueces trabajos escritos en castellano

Mercè Ibarz

Ya está, ya ha caído medio tambor de cemento de les Glòries. Cruzar la plaza intimida un poco, el bochorno llegado de repente y luego la lluvia aportan a la torre Agbar y sus extraños vecinos un plus de trastorno. El final de curso está siendo muy pero que muy apretado. He cambiado de tema para este artículo más de una vez en las últimas dos semanas, la actualidad y sus hechos probados conforman también un tambor, una rueda que arrastra tanto las percepciones como las excavadoras derrumban locales vecinales y vías de tráfico elevadas. Los muchos trabajos de alumnos que me quedan por evaluar no mejoran la sensación de agobio, claro, pero eso es la vida y que dure.

Lo que de verdad marea es otro bochorno: cinco escuelas han tenido que cambiar esta semana su proyecto docente por una sentencia judicial.

Es algo inédito. El sistema judicial vigente puede forzar las normas, no dejamos de verlo en sus últimas sentencias, ya sea ante la corrupción o cuando un guardia civil graba con su móvil un abuso sexual al tiempo que se ríe y lo jalea. También se ha permitido entrar en materias que no le competen y dictar normas docentes, sin bajar del burro, aunque desde febrero, cuando emitió esta sentencia, haya recibido toda clase de reconvenciones y llamadas a la reconsideración. Casi todo es discutible en esta sentencia, empezando por si es razonable que los jueces dictaminen cuántas horas debe la escuela dedicar a esto o a aquello.

Tiene su qué la sentencia del 25%, cifra que se confunde con la del paro (y con el título de una recomendable exposición, véanla en la Virreina, en la que ocho parados han escogido una obra del Macba en la que se reconocen). Por si no hubiera suficiente expectativa con las citas del 11-S y del 9-N de un otoño que se prevé movido, la decisión judicial de impartir ese tanto por ciento de horas de más en castellano a cinco escuelas será una de las estrellas del próximo curso. Se ha estrenado ahora.

Es una brecha de cuidado en el sistema docente de la inmersión lingüística, legítima apuesta bien valorada por expertos de toda condición

Hasta mañana viernes, las clases a las que asisten estos alumnos en las cinco escuelas en cuestión hacen una hora más en castellano. Los alumnos elaboran trabajos. A partir del lunes los centros los presentarán a los jueces y a final de mes se verá cómo ha de proseguir el asunto en otoño. Solo de escribirlo —presentar trabajos escolares a los jueces— me siento extraña, por no decir más.

Es una brecha de cuidado en el sistema docente de la inmersión lingüística, legítima apuesta bien valorada por expertos de toda condición. Expertos en sociolingüística y en docencia, no en meter barullo. Con ser la brecha importante, lo que más me inquieta es pensar en los hijos de estas cinco familias que han provocado la sentencia.

Los docentes están llevando este asunto con gran responsabilidad, sin hablar con los medios y guardándose muy bien de nombrar a las familias y de meter cizaña en el aula o en el recreo, en las conversaciones y en los juegos. Pero ellos, niños o adolescentes, lo saben. Cómo lo viven es algo que me inquieta, me causa desasosiego. Un solo niño o joven agobiado por esta situación es suficiente, habría de serlo, para replantear las cosas. Si sus propias familias no lo comprenden así, el asunto es francamente grave y no estaría de más que los servicios sociales correspondientes se interesaran por estos casos.

La cosa tiene también su gracia, como debe ser. Uno de los centros, el instituto Alba del Vallès de Sant Fost de Capsentelles, ha decidido dedicar la hora en cuestión de sus alumnos de 4º de ESO (15-16 años) a repasar la Guerra Civil y el franquismo, en castellano, y por lo que cuentan las crónicas periodísticas de la jornada, harán una exposición tras haber dedicado horas de la semana pasada a buscar documentación. Pues no está mal, todo tiene su provecho, incluso esta sentencia. No sé qué pensarán los padres (militantes del PP), a quienes me gustaría oír cómo pronuncian el nombre completo del lugar en donde viven, eso sí que debe ser un buen problema si es que se niegan a hablar y escribir en catalán. Sant Fost de Capsentelles, vaya.

La mayoría de los padres del resto de los alumnos se sienten extraños y disgustados en este ambiente enrarecido. Ya no es suficiente que el alumno cuya familia no admite la inmersión sea atendido por el docente en castellano; los jueces han decretado que lo sea toda su clase. No imagino cómo puede seguir todo esto, pero, insisto en que no debería dejarse de lado la segregación que estas medidas deben estar provocando y más provocarán entre los niños y los jóvenes.

Enturbiar hasta este extremo la comunidad educativa, en estos tiempos en que la mezcla de lenguas (no son solo dos las habladas, ni mucho menos) reclama cada vez más una enseñanza cohesionada, puede tener graves herencias. No hace falta ser profeta para verlo. La inmersión en sus cimientos está pensada para asegurar el bilingüismo, pero sobre todo, más que un instrumento, es y debe ser un humanismo, por decirlo a la manera de la vieja escuela.

Mercè Ibarz es escritora

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