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Vacaciones con niños: planes, juegos y retos para enseñarles lo que no aprenden en clase

Dos especialistas explican qué necesitan, de bebés a preadolescentes, para que el tiempo en familia sea tan educativo como inolvidable

Un juego aparentemente sin importancia puede convertirse en una lección para toda la vida.
Un juego aparentemente sin importancia puede convertirse en una lección para toda la vida.Jana Manz (Getty Images/Westend61)

Descansar y desconcertar son los dos deseos típicos para las vacaciones... hasta que la familia crece y conectar, hacer planes, aprovechar el tiempo con los hijos, es una de las prioridades que los padres anhelan con más fuerza. Las vacaciones de verano se presentan entonces como una ocasión para estrechar lazos y, de paso, potenciar habilidades, capacidades y conductas infantiles; enseñarles cosas que no están en los libros de texto y crear recuerdos de los que duran toda la vida. Pero pasar más tiempo con ellos no es suficiente, hace falta un plan.

Hasta los 6 años, se trata de desarrollar los sentidos y el movimiento, luego los niños prefieren actividades que impliquen interacción.

Los expertos aconsejan trazarlo, sobre todo, en función de la edad de cada niño, y sin perder de vista el contexto vacacional (lo ideal, dicen, es buscar un punto medio entre las jornadas cargadas de actividades y aquellas en las que se deja que los niños vayan a su aire). María Bustamante, directora de Psicología Infantojuvenil de Instituto Centta, señala que durante la primera infancia (de 0 a 6 años) hay que potenciar los juegos que implican actividad física y los dirigidos a construir, atrapar, luchar, desarrollar los sentidos y coordinar los movimientos. “En torno a los 7 años, generalmente resultan más atractivas las actividades de interacción, sobre todo aquellas que pongan a prueba el desarrollo cognitivo: imaginar, descubrir, detectar mensajes o formar palabras, hacer cadenas con la última letra, relacionar temas, juegos de lógica, la lectura, la investigación…”.

Pero el empeño de los padres en exprimir cada minuto que dedican a sus hijos puede pasarles factura a ambos. No se trata de montar un cole paralelo en la playa ni tampoco de obsesionarse con la relación habilidades infantiles-juego (no olvides que es un derecho fundamental); el fin último es que padres y niños disfruten y se diviertan. Se puede conseguir, por ejemplo, con las siguientes propuestas de dos especialistas en la materia, pensadas para bebés, niños y preadolescentes.

Antes de aprender a nadar en el agua hay que sumergirse en la arena.
Antes de aprender a nadar en el agua hay que sumergirse en la arena.Kinzie Riehm (Getty Images/Image Source)

Los palpables beneficios de dominar la arena

La playa es un entorno “apto para todos los públicos”, pero probablemente son los más pequeños los que más se benefician de este medio: para los niños de 0 a 18 meses, la orilla es un universo sensorial, por eso es el momento perfecto para conocer las pasiones que levanta la arena. “A esta edad exploran y reconocen todo lo que hay a su alrededor, especialmente mediante los sentidos del tacto y el gusto (¡ojo, todo se lo llevan a la boca!), y la arena es el lugar ideal para manipular diferentes texturas y objetos en compañía de sus padres”, dice Jesús Jarque, profesor de orientación educativa en un colegio de Castilla La Mancha. El pedagogo aconseja aprovechar la que está húmeda para animarle a gatear o a empezar a andar (cogido de la mano); “camuflar” juguetes en la arena seca y esperar a que los encuentre; dejarle chapotear en el agua que llega a la orilla… Con todas estas actividades, los pequeños van integrando diferentes sensaciones relacionadas con el tacto.

“Un juego muy divertido y efectivo consiste en llenar un cubo de agua y rodearlo de objetos (de conchas, por ejemplo), animándole a que los coja y los meta dentro, escenificando antes cómo hacerlo para que el niño nos imite. También es estupendo para su psicomotricidad aplastar con las manos y los pies torres de arena hechas por los padres”, añade el profesor. Muy importante: a estas edades los niños no tienen conciencia del peligro, así que necesitan vigilancia y supervisión continua.

Castillos, yincanas y la búsqueda del tesoro (con ellos al mando)

A partir de los 3 años, aplastar arena puede seguir siendo divertido, pero lo normal es que el juego se haya sofisticado. Es tiempo de hacer torres y castillos, construir un dique frente a las olas o cavar agujeros profundos. Pero “a partir de esta franja de edad, lo más importante es que sean los niños quienes tengan el protagonismo del juego, así que el papel de los padres debe ser el de observadores y animadores”, comenta Jarque. Y añade que la tradicional construcción de un castillo, con todas las anexiones imaginables, es uno de los retos que más beneficios aporta en el contexto playero. “Jugar en la arena supone una clase práctica de física, ingeniería, fontanería, etcétera. Además, potencia la motricidad fina y familiariza con las nociones cuantitativas de cantidad, peso, fuerza y resistencia; con la percepción y orientación espacial; con la creatividad de diseños; con la resolución de problemas y con la búsqueda de alternativas y el trabajo en equipo”, explica el pedagogo. No debería sorprender a nadie que siga siendo una actividad recomendada hasta alrededor de los 9 años.

Entre los 3 y los 4 años también es una buena edad para iniciarse en los circuitos de saltos, gateos, equilibrios, andar de espaldas... Estos pueden organizarse en la playa, en el campo o en el patio de la casa. Estos juegos suponen un excelente entrenamiento para la psicomotricidad, fomentan la participación de varios niños (y adultos) y permiten a los padres hacer su aportación personal por la vía de la imaginación: “El hecho de diseñar y montar el circuito ya es en sí misma una actividad estimulante y creativa”, indica Jarque.

Es importante reconocer los logros de cada niño y el esfuerzo, e insistir en la idea de que no se trata de ganar un premio
María Bustamante, directora de Psicología Infantojuvenil de Instituto Centta

Para niños un poco mayores, se puede añadir un componente competitivo en forma de yincana: “Todas las actividades relacionadas con los retos físicos, emocionales y cognitivos son apropiadas de los 4 años en adelante, pero es importante que las dificultades que implique la actividad estén en sintonía con las capacidades de los niños”, dice María Bustamante, quien aconseja dosificar los esfuerzos físicos y lógicos. Hay que tener en cuenta la edad, las capacidades y habilidades de los participantes para evitar sentimientos de frustración o de ridículo, así como la sobrexigencia. “Es importante reconocer los logros de cada niño y el esfuerzo, e insistir en la idea de que no se trata de ganar un premio, sino de pasarlo bien todos juntos, para que tengan ganas de repetir la experiencia”. Vale la pena hacer que los retos sean dignos de ser recordados.

Tesoros y misterios, un juego que nunca acaba mal.
Tesoros y misterios, un juego que nunca acaba mal.Gary John Norman (Getty Images)

Aunque si hay algo que engancha a los niños son los retos aventureros de encontrar tesoros o resolver misterios, excelentes juegos para amenizar los paseos por el campo, el bosque, la montaña o el parque del barrio. Jarque explica que este tipo de enfoque, además de motivarles, potencia dos habilidades claves: la percepción, pues deben manejar la intención de encontrar el objeto perdido, y la atención selectiva, porque deben estar atentos para identificar el camino correcto entre los diferentes estímulos. María Bustamante añade que a los niños les gusta mucho demostrar sus capacidades, tanto físicas como cognitivas, por lo que está bien diseñar retos como ver quién encuentra un tipo de piedra, quién descubre una corriente de agua, quién averigua dónde está el norte o encadena palabras relacionadas con objetos que le salen al paso o encuentra el camino de vuelta o identifica determinados minerales o plantas.

‘Got Talent’ y ‘MasterChef’ caseros, un vivero veraniego de talento

A partir de los 5 o 6 años, hacer una versión casera de programas de televisión basados en la demostración de habilidades sirve para más que pasar el rato después de cenar, como explica la especialista en psicología educativa Silvia Álava: “Es una buena vía para aprender a trabajar en equipo, practicar el juego simbólico y, si todos los miembros colaboran y se implican, puede servir para favorecer y reforzar el clima de confianza, el sentimiento de pertenencia y fomentar la idea de que todos somos importantes y aportamos a la familia”.

También son un excelente plan alternativo para los días de lluvia o para cuando no se puede jugar en el exterior, como los juegos de mesa, “un recurso cognitivo muy potente con el que se ponen en juego las habilidades de los niños pero también las de los adultos. Con ellos se promueve el trabajo en equipo, el respeto, la honestidad, la aceptación de reglas y límites, la coordinación, la memoria, las estrategias resolutivas, la superación de la frustración, la capacidad de espera...”, comenta Bustamante.

Diarios de verano o cómo crear y gestionar recuerdos

Los expertos aconsejan esta opción, cada vez más popular entre los niños, a partir de los 7 u 8 años. Álava explica que es una buena manera de practicar la escritura, la capacidad de redacción, de elaborar un escrito, al tiempo que fomenta la memoria episódica y graba recuerdos asociados al verano. “Y es una actividad en la que los padres pueden participar de distintas formas: con la redacción, ayudándoles a seleccionar los recuerdos, imprimiendo alguna foto, animándoles a que ilustren el texto con un dibujo de algo que les gustó mucho…”.

Esta práctica favorece además la percepción y la comprensión emocional, algo que se puede potenciar, por ejemplo, proponiéndoles que, además de hechos y anécdotas, recojan en sus diarios las emociones. “De esta forma se trabaja la inteligencia emocional y se les ayuda a ser conscientes de sus sentimientos y las causas y consecuencias de estos. Asimismo, escribir un diario que incluya las cosas buenas de cada día les enseña a focalizarse hacia lo positivo, sin olvidar los múltiples beneficios que aporta la escritura creativa, una técnica que, al margen de la elaboración de un diario, es aconsejable enseñar a los niños desde pequeños”, dice Álava.

Y llega el momento de compartir aficiones...

A partir de cierta edad, cualquier plan con los amigos resulta infinitamente más atractivo que pasar el tiempo con los padres. Se presenta entre los 10 y los 12 años y se llama preadolescencia. Suele ser un momento difícil de gestionar, pero los cambios que conlleva no implican que haya que renunciar a compartir los momentos de ocio con los hijos. Eso sí, hay que hacer algunos ajustes y, sobre todo, elegir muy bien la actividad; ahora no se trata tanto de estimular o potenciar determinadas habilidades sino de algo que puede ser mucho más difícil: hablar con ellos.

Si la pesca se midiera por las capturas, valdría poco: lo importante es el tiempo compartido.
Si la pesca se midiera por las capturas, valdría poco: lo importante es el tiempo compartido.vgajic (Getty Images)

“Los niños-jóvenes quieren tener su propio espacio, tanto físico como identitario, pero siguen necesitando ciertos encuentros con los progenitores a través de actividades que van a mantener abiertas las vías de comunicación, y que permiten compensar, en cierta medida, el alejamiento que se produce en esta etapa”, afirma María Bustamante. La psicóloga insiste en la importancia de que los padres mantengan una actitud abierta, respetuosa, cómoda, predispuesta al acompañamiento y, sobre todo, divertida; en definitiva, que se lo pongan lo más fácil posible a sus hijos. Los deportes, tanto la práctica compartida como asistir juntos a eventos relacionados, es una opción que suele funcionar muy bien, así como iniciarles en una determinada afición (la astronomía, la pesca, la fotografía…).

En este último caso, Bustamante recomienda que el padre o la madre ya practique la afición en cuestión, puesto que es la mejor manera de transmitir a su hijo el entusiasmo y motivarle a compartirla. “El verano es un buen momento para animarles a iniciarse en actividades como la pesca, que requiere unas capacidades emocionales y físicas que hacen que no sea fácil practicarla a cualquier edad y de la que ahora pueden extraer aprendizajes muy útiles, como el desarrollo de la capacidad de espera, aprender a estar tranquilos y en silencio o hacerse responsables del manejo de material delicado y sensible”, comenta María Bustamante.

¿Visitas culturales emocionantes? Sí, hay una manera

Suele ser complicado hacer que los niños se emocionen con visitas turísticas o culturales, pero lo es mucho menos cuando se sabe cómo lograrlo. Una estrategia muy efectiva para aumentar el interés y la motivación es implicar a los niños en la preparación del viaje o la visita cultural: ver juntos películas ambientadas en el lugar de destino, buscar documentales (preferiblemente infantiles) que hablen de los monumentos que se van a visitar... “Se puede pedir a los más mayores que investiguen sobre datos curiosos o las cosas más interesantes para hacer en el lugar de destino, e incluso animarles a preparar una pequeña presentación los días previos. También es muy importante priorizar y aprovechar aquellas instalaciones que ofrezcan exposiciones y salas interactivas, adaptadas a los más pequeños de la familia”, apunta Álava.

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