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CRÍTICA LITERARIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Un duelo interminable’: ciento cincuenta años de batalla cultural

José Enrique Ruiz-Domènec propone numerosos duelos intelectuales en un viaje por el siglo XX que abruma por la magnitud de los protagonistas y la velocidad de crucero

'Las suelas rotas de Valle Inclán', agosto de 1930. Alfonso Sánchez Portela
'Las suelas rotas de Valle Inclán', agosto de 1930. Alfonso Sánchez PortelaEUROPA PRESS
Diego S. Garrocho

Imaginen la dificultad de coser con una sola aguja y con un mismo hilo un siglo y medio, tomando como premisa la batalla cultural. Pocas personas pueden concebir un desafío intelectual semejante. El profesor Ruiz-Domènec se atrevió y este libro es la prueba de que lo ha conseguido. Un duelo interminable es un artefacto cultural de primer nivel, de esos que otras veces admiramos en contextos vecinos como Francia o Italia y que despiertan la envidia del lector ilustrado. En este ensayo hay ecos reconocibles de lo que en otro tiempo leímos en eruditos como Marc Fumaroli y que suponen una experiencia de reconciliación total con la cultura humanística. Valga la redundancia.

Las grandes obras son siempre excesivas y José Enrique Ruiz-Domènec nos propone un viaje desmedido desde 1871 hasta 2021. La premisa: un interrogante sin respuesta que se ha intentado resolver desde distintos frentes culturales y que sigue, por fortuna, sin solución: ¿ruptura o continuidad? ¿Sigue o no siendo el mundo el mismo de entonces? Un duelo interminable es, por lo pronto, un ejercicio de estilo. El volumen —grueso, a la altura de la encomienda— comienza con el enfrentamiento entre Jacob Burckhardt y Jules Michelet, para dar paso inmediatamente a uno de los duelos más destacados de nuestra historia cultural: Nietzsche contra Wagner. Ruiz-Domènec administra con discreción sus compromisos metodológicos y, al poco de comenzar, retoma una sentencia de Walter Benjamin que bien podría ilustrar la maniera con la que se ha ejecutado este ensayo: “Hacer historia no se descompone en relatos, sino en imágenes”. Y son precisamente estampas de época lo que el lector tendrá la sensación de ir visitando en un viaje que abruma por el tamaño de los invitados convocados y la velocidad de crucero.

Están todos, o casi todos, los que cabría imaginar, sin atender a servidumbres ideológicas ni a jerarquías sesgadas. En esta colección de duelos comparecen, de manera pertinente, Coco Chanel, Valle-Inclán, Husserl, Shostakóvich, John Cage, Julia Roberts, Hannah Arendt, Jean-Paul Sartre, John Ford, Harold Bloom o Thomas Piketty. La composición de las escenas —en cada ocasión un duelo, que por supuesto es siempre el mismo— se acoge a una aceleración creciente que al principio parece inasumible. Es difícil, muy difícil, recorrer el siglo XX y sus efectos colaterales a esa velocidad sin descarrilar o, peor aún, sin aburrir al lector. Y este enérgico ensayo lo consigue administrando un ritmo por momentos abrumador.

El libro lo escribe un historiador, pero no es seguro que sea solo un libro de historia. Es cierto que los propios confines de esta disciplina —como los de cualquiera— están en disputa, pero Un duelo interminable expresa la toma de posición de un humanista total ante un mundo que se acaba. La pregunta sin respuesta es si esa realidad de verdad se termina o si, por el contrario, es el mismo mundo que lleva agotándose desde hace siglo y medio y que no termina de morir. Recordemos que uno de los rasgos de la cultura europea (valdría decir occidental) es esa conciencia agonística y terminal. Esta idea no es de Ruiz-Domènec, sino de Steiner. Pero si antes hablamos del parecido de familia entre los ensayos de Fumaroli y esta colección de duelos, la sensibilidad del autor de La idea de Europa parece contagiar por momentos la pluma del historiador granadino. Este libro es un instrumento arquetípicamente intelectual y la radicalidad de su propuesta se distingue no sólo en lo que el texto dice, sino también en lo que este ensayo hace. Su propia publicación es, en sí misma, una intervención en la batalla.

Conforme se avanza en la lectura intuimos una voz menos teórica y más vivencial en los acontecimientos narrados

El duelo interminable de Ruiz-Domènec se inicia como un ejercicio de historia, pero concluye con una suerte de testimonio. No se puede contar igual el final del siglo XIX que el siglo XXI, que uno tiene delante de sus ojos, y conforme se avanza en la lectura intuimos una voz menos teórica y más vivencial en los acontecimientos narrados. La sensibilidad subjetiva se percibe en el tratamiento de figuras como Foucault, Le Goff o Duby, y el autor se convierte casi en un duelista más hacia el final del libro. Se trata, y esto es bueno, de un libro eminentemente libre, en el que se reconocen los logros de la historiografía marxista al tiempo que se apela a la lucidez de, pongamos, un Niall Ferguson. Es poco frecuente esta virtud intelectual.

El profesor Ruiz-Domènec demuestra, además, una extraordinaria libertad al ser capaz de convocar a su banquete a nombres como Yuval Noah Harari o Joseph Ratzinger. El canon de Harold Bloom —también citado— no se impugna dándole un Nobel a Bob Dylan; eso es sencillísimo. Lo arriesgado es dialogar con la cultura mainstream o con un Papa de Roma, concediéndoles plena legitimidad. El libro, y puede que esta sea su virtud definitiva, está plagado de frases bellas, y con eso debería bastar. Ruiz-Domènec afirma que la alta política también puede ser cultura. Pero podríamos darle la vuelta a la frase y señalar que la alta cultura, o la buena, así sea baja, también puede ser la mejor forma de hacer política. En este libro está la prueba.

Portada de 'Un duelo interminable', de José Enrique Ruiz-Domènec

Un duelo interminable

José Enrique Ruiz Domènec
Taurus, 2024
600 páginas. 24,90 euros

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