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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Piketty, el último gran intelectual francés

Mediático y con influencia en el debate público, pertenece a una estirpe de pensadores franceses que no se limitaron a interpretar el mundo, sino que pretenden transformarlo

Marc Bassets
Piketty
Thomas Piketty.Alexandra España

Es el último gran intelectual francés, el heredero de esos escritores, pensadores, historiadores o sociólogos que, además de despuntar en su especialidad, influían en el debate público. Thomas Piketty (Clichy, 52 años) es economista, pero, quien haya escuchado sus intervenciones o le haya leído, se habrá dado cuenta de que es más que un economista. A veces es historiador. Y a su manera, político. Pertenece a la estirpe de filósofos, por usar la expresión de Marx, que no se limitaban a interpretar el mundo. Pretendían transformarlo.

Del país de Sartre y Simone de Beauvoir, de Foucault y Bourdieu, desde hace años obsesionado por su decadencia, parecía que ya no podían salir más intelectuales cuyos libros desatasen controversias encendidas y se leyesen más allá de sus fronteras. Cuando Piketty publicó en 2013 El capital en el siglo XXI sucedió exactamente eso. Se vendieron más de 2,5 millones de ejemplares. Contribuyó a colocar en el centro de la discusión un tema que había quedado medio olvidado: las desigualdades.

Al llegar el libro a EE UU, candidatos presidenciales con la senadora de izquierdas Elizabeth Warren y hasta la Casa Blanca de Barack Obama se lo disputaban. La pikettymanía que se vivió entonces quizá se haya apagado. La influencia persiste. Una década después, Piketty sigue publicando libros que abarcan disciplinas variopintas y ambiciona explicar una época, un mundo, en la estela de la escuela de la revista Annales, corriente multidisciplinar y empírica de historiadores fundada a finales de los años veinte. En la última campaña electoral en España, la candidata de izquierdas Yolanda Díaz se inspiró en parte en Piketty para su propuesta sobre una herencia universal de 20.000 euros al alcanzar la mayoría de edad.

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Hijo de sesentayochistas que abandonaron la ciudad para convertirse en neorrurales en los años setenta, estudiante brillante que supo sacar provecho de la educación pública de élite a la francesa, durante años en la órbita del Partido Socialista y años más tarde a la izquierda de esta formación muy disminuida, Piketty sigue siendo una personalidad poco conocida. No es carismático. Es reservado, cerebral. Entrevistarlo en su minúsculo despacho de la Paris School of Economics –y he podido hacerlo varias veces en los últimos cinco años— es afrontar una máquina de razonar que deja poco espacio para la improvisación o la salida ingeniosa; una inteligencia reacia a hacer concesiones, alguien que ha pensado y repensado sus argumentos antes de exponerlos, una mente, en lo esencial, matemática.

“La obra estadística de Thomas Piketty durará: todos los datos que ha recogido servirán de referencia durante décadas”, dice el veterano historiador Pierre Rosanvallon, profesor del Collège de France, quien ha frecuentado a Piketty desde los años noventa en el ámbito académico y editorial. “Se le puede definir como un intelectual público”, precisa Rosanvallon, “que es el que no solo toma posiciones personalmente, sino aquel cuya obra científica ilumina los debates del presente”.

Como los existencialistas que captaron el sentimiento de angustia y absurdo en la Europa de la posguerra mundial, Piketty dio con la tecla adecuada de su tiempo: las desigualdades que, después de reducirse durante décadas, no dejaron de aumentar en los países occidentales a partir de los años ochenta con la revolución de Reagan y Thatcher. Piketty, para explicarlo, minaba un aluvión de datos y los ordenaba. Y ofrecía una perspectiva histórica. En su relato incluía referencias literarias como Balzac o Austen, cuyas novelas permitían explicar, mejor que un gráfico o una fórmula matemática, el proceso de acumulación de capital.

En su siguiente magnum opus, Capital e ideología (Deusto, en castellano, como El capital del siglo XXI), de 2019, abundó en el mismo método y lo amplió. La historia que ahí contaba abarcaba varios siglos y continentes e incluía todo un capítulo con recetas económicas, un programa de “socialismo participativo” para “superar el capitalismo y la propiedad privada”.

Todas estas ideas las sintetizó Piketty en una conferencia en 2022 que el 18 de octubre publica Anagrama en castellano bajo el título de Naturaleza, cultura y desigualdades. Y en noviembre Deusto edita la versión en cómic de Capital e ideología, firmada por Claire Alet y Benjamin Adam. He aquí a Piketty como economista pop: un intelectual que, en sus apariciones en los medios de comunicación o en sus libros más breves, nunca ha renunciado a divulgar e incidir en la sociedad. En su país acaba de publicar, junto a la también economista —y su pareja— Julia Cagé, Una historia del conflicto político, que podría ser considerado el tercer volumen de una trilogía que se acercaría a las 3.000 páginas.

Una recopilación apabullante

Una historia del conflicto político reduce el foco geográfico respecto a los anteriores. Aquí se trata de Francia, pero el método es idéntico. Primero, una recopilación apabullante de datos: los resultados electorales en 36.000 municipios a lo largo de más de dos siglos. Segundo, un análisis muy político —politizado, dirán los críticos— de estos datos, análisis que finalmente ha llevado a los autores a dibujar un camino para que la izquierda recupere el favor de las clases populares en la Francia rural.

“Debatiendo es bastante rudo. Tiene puntos de vista muy claros, muy inteligentes”, dice el periodista Dominique Seux

“Hay dos Piketty: el científico y el polemista, y sabemos descodificar cuál habla en cada momento”, dice Jean Pisani-Ferry, profesor en Sciences Po, exasesor de Emmanuel Macron y uno de los economistas franceses más influyentes hoy. “La actitud de los científicos, con frecuencia, es no querer dar un paso de más, porque de aquello de lo que están seguros es de su trabajo empírico. Piketty, en cambio, se aventura en terrenos en los que su especialización es limitada. No es un reproche, sino una constatación”.

El periodista económico Dominique Seux no ve dos sino tres Piketty. “Está el Piketty que maneja los datos y realiza un trabajo remarcable de recopilación de datos. Está el Piketty que los analiza: es bueno. Y después están las conclusiones políticas que él saca y aquí, con frecuencia, es extremadamente discutible”. “Su fuerza”, continúa, “es que extrae conclusiones operativas y políticas de sus trabajos, cuando la mayoría de economistas se han refugiado desde hace una treintena de años en la teoría, la microeconomía y la estadística. Es una fuerza, pero a veces también un límite”.

Seux trató asiduamente a Piketty, pues durante unos años mantuvo con él una vez a la semana un debate sobre la actualidad económica en el popular programa matutino de la cadena pública France Inter. Recuerda Seux: “Debatir con Thomas Piketty era gratificante, muy estimulante y difícil, porque debatiendo es bastante rudo, tiene puntos de vista muy claros, inteligentes. Es consciente de quién es”. Y explica: “Sobre las cuestiones de fondo, tenemos divergencias muy grandes. Yo pienso que el papel del Estado no es tan central como él cree en los éxitos y fracasos económicos. Y no pienso que el tema de las desigualdades sea el único que determine todos los otros, aunque también sea importante”.

El rival radiofónico de Piketty observa que Francia es uno de los países más igualitarios y redistributivos, lo que le lleva a concluir: “De hecho, no vive en el país adecuado. En Estados Unidos, un país muy inigualitario, todavía tendría más éxito”. Se le podría dar la vuelta al argumento: es natural que el gran economista contemporáneo de la igualdad aparezca en un país como Francia, porque la égalité en este país es la obsesión nacional. Seguramente es su obsesión personal, también.

“De pequeño me vi confrontado en mi ambiente familiar a clases sociales muy diferentes: una familia muy modesta del lado de mi madre y más burguesa del lado de mi padre”, dice en respuesta a un cuestionario para este perfil.

Sus padres se conocieron en una manifestación, eran trotskistas. Desencantados de la política, en 1974 metieron las maletas en su dos caballos y se fueron a una granja al sur de Francia a criar cabras. La experiencia no salió bien e inmunizó a Piketty para siempre ante los sueños de revolución. En el libro memorístico El día en que mi padre se calló, de Virgine Linhard, el economista explica que su padre contaba esta experiencia y hablaba de “un ideal revolucionario que se convirtió en pesadilla”.

Contaba Le Monde, en un perfil publicado en 2001, que a principios de los años 90 Piketty pasó temporadas en Moscú, donde quien entonces era su mujer preparaba una tesis sobre la historia soviética. Allí posiblemente observó el derrumbe de un modelo y el auge del ultraliberalismo oligárquico, y debió de sacar conclusiones.

El autor de El capital en el siglo XXI ha contado alguna vez que de joven, al ser contemporáneo de la caída del muro de Berlín, era más bien liberal. Pero cambió. “Creo que fueron sobre todo mis investigaciones históricas las que me hicieron evolucionar”, explica. “Mi primer libro, Los altos ingresos en Francia en el siglo XX, de 2001, me permitió constatar hasta qué punto la reducción de las desigualdades del siglo XX era debida a las movilizaciones sociales y políticas, aceleradas por la crisis de los años treinta y las dos guerras mundiales. Mis siguientes investigaciones sobre el aumento de las desigualdades en Estados Unidos y la perspectiva internacional, desarrollada en El capital en el siglo XXI y Capital e ideología, me confirmaron la idea de que el movimiento a largo plazo hacia la desigualdad era un proceso eminentemente político, frágil y reversible”. “No me apetecía”, afirma al rememorar sus inicios, “seguir demostrando teoremas matemáticos toda mi vida, y me di cuenta de que existían toneladas de datos históricos no explotados sobre estas cuestiones, que eran centrales, y que trataban del reparto de la riqueza. Así comenzó todo”.

No se entiende el fenómeno Piketty –formado en la Escuela Normal Superior y en el estadounidense MIT: un pie en Francia, otro en EE UU– sin el ambiente propicio de una escuela de economistas con una sólida base matemática y científica. Este país, a fin de cuentas, ha dado en la última década dos premios Nobel en la materia, Jean Tirole y Esther Duflo.

“Hay dos Piketty: el científico y el polemista, y sabemos descodificar cuál habla en cada momento”, asegura el economista Jean Pisani-Ferry

Que el intelectual francés por excelencia sea hoy un economista no es casualidad. Tampoco que sea conocido más allá del círculo académico, en un país donde el intelectual goza de un prestigio difícil de encontrar en otros lugares. Emerge de un círculo –el académico y político, el intelectual– bastante reducido –unas cuantas universidades y editoriales, todo concentrado en unos pocos barrios de París– en el que todos se conocen, en el que se entremezclan políticos, académicos y periodistas.

Y Piketty está expuesto a los focos. En septiembre, la prensa francesa informó de que había sido condenado a pagar 3.000 euros por “difamación pública” hacia la exministra socialista Aurélie Filipetti, antigua pareja suya. En 2019, en un coloquio en Toulouse, el economista “fue interpelado” por una estudiante acerca de unos hechos sucedidos en 2009, cuando Filipetti le denunció por “violencia conyugal”. La denuncia fue archivada. Pero en respuesta a la estudiante en Toulouse, el economista calificó a su expareja de “persona extremadamente violenta” hacia sus hijas (las de él). De ahí la denuncia por difamación. Piketty no desea hacer comentarios sobre esta cuestión.

Un intelectual mediático

La figura pública trasciende su trabajo de economista: es un intelectual mediático. Cuando este septiembre salió en Francia Una historia del conflicto político, hubo unas semanas en las que Piketty y Cagé —hay algo en ellos de Sartre y Beauvoir del siglo XXI— merecieron elogiosas portadas de diarios y semanarios, además de entrevistas en programas radiofónicos y televisivos en prime time. Es el libro que se comenta en las sobremesas. Aunque no todo el mundo lo habrá leído —¡851 páginas!—, ha definido el marco de esta vuelta política en la que los partidos, a izquierda y derecha, buscan desesperadamente el voto de las clases populares rurales.

Puro Piketty: de la teoría a la práctica. Es lo que el economista Daniel Fuentes, su traductor, llama “la dualidad entre el académico y el prescriptor”. Dice este profesor en la Universidad de Alcalá: “Conviene preguntarse, como ha hecho recientemente el Nobel Angus Deaton, si lo extraño no es lo contrario: que las grandes mentes de la economía se hayan desviado de su propósito original, que debería ser cómo mejorar el bienestar humano. Me pregunto si la medicina sería buena medicina si solo fuera descriptiva, pero no prescriptiva”.

¿Su ideología? Según Rosanvallon, “es alguien más bien de cultura socialdemócrata”. “No es marxista”, subraya Pisani-Ferry. “En el fondo”, añade, “en lo que sueña es en el New Deal, es su referencia”.

Con los años, las ideas económicas de este antiguo colaborador de candidatos presidenciales socialistas como Ségolène Royal o Benoît Hamon se han acercado más a las de la izquierda anticapitalista, sin traspasar la línea de la revolución: toda su obra no deja de ser un programa de reformismo radical, pero reformismo al fin y al cabo.

En cambio, en su europeísmo e internacionalismo tiene poco que ver con el euroescepticismo soberanista del líder de esta izquierda, Jean-Luc Mélenchon. “Yo creo profundamente en el poder de las ideas, de los libros y de las categorías que los investigadores en ciencias sociales contribuyen permanentemente a desconstruir y reconstruir”, declara Piketty. “Me hace feliz el impacto de mis libros, aunque los libros jamás sustituirán las movilizaciones sociales y las políticas de carne y hueso”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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