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Hacia la superación del capitalismo

El economista Thomas Piketty aboga en su libro por sustituir los acuerdos de libre circulación de capitales y por distribuir el poder en las empresas entre accionistas y asalariados

Una pintada en Barcelona tras la muerte en mayo de un repartidor de esa empresa.
Una pintada en Barcelona tras la muerte en mayo de un repartidor de esa empresa.Budrul Chukrut (Getty)

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”, escribían Engels y Marx en 1848 en el Manifiesto del Partido Comunista. La afirmación sigue siendo pertinente, pero tengo la tentación de reformularla de la siguiente manera como resultado de esta investigación: la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de las ideologías y de la búsqueda de la justicia. Dicho de otro modo, las ideas y las ideologías cuentan en la historia. La posición social, por muy importante que sea, no basta para forjar una teoría de la sociedad justa, una teoría de la propiedad, una teoría de las fronteras, una teoría de la fiscalidad, de la educación, de los salarios o de la democracia. Sin respuestas concretas a estas cuestiones complejas, sin una estrategia clara de experimentación política y de aprendizaje, las luchas sociales no conducen a un resultado político definido; en ocasiones pueden conducir, una vez en el poder, a construcciones políticas e ideológicas todavía más opresivas que las que se pretendía dejar atrás.

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La historia del siglo XX y del desastre comunista obliga hoy a un estudio minucioso de los regímenes desigualitarios y de sus respectivas justificaciones, sobre todo de los mecanismos institucionales y de los modos de organización socioeconómica que permiten realmente la emancipación individual y social. La historia de la desigualdad económica no se reduce a la eterna confrontación entre los opresores del pueblo y sus orgullosos defensores. De un lado y de otro, la historia de la desigualdad se apoya en construcciones intelectuales e institucionales sofisticadas que no siempre están exentas de cierta hipocresía y de la voluntad, por parte de los grupos dominantes, de perpetuarse. A diferencia de la lucha de clases, la lucha de ideologías está basada en el conocimiento y las experiencias compartidas, en el respeto al otro, en la deliberación y en la democracia. Nadie tendrá jamás la verdad absoluta sobre cómo se define la riqueza justa, las fronteras justas, la democracia justa, la fiscalidad justa o la educación justa. La historia de las sociedades humanas es también la historia de la búsqueda de la justicia. Sólo el análisis minucioso de las experiencias históricas y personales, abierto a la más amplia deliberación, puede hacer que se progrese en esa dirección.

Ahora bien, la lucha de las ideologías y la búsqueda de la justicia pasan también por la manifestación de posiciones claramente definidas y de antagonismos asumidos. Partiendo de las experiencias analizadas en este libro, estoy convencido de que es posible superar el capitalismo y la propiedad privada y construir una sociedad justa basada en el socialismo participativo y en el federalismo social. Esto pasa principalmente por desarrollar un régimen de propiedad social y temporal que repose, por una parte, en la limitación y la distribución (entre accionistas y asalariados) de los derechos de voto y de poder en las empresas y, por otra parte, en una fiscalidad fuertemente progresiva sobre la propiedad, en una dotación universal de capital y en la circulación permanente de la riqueza. También pasa por la fiscalidad progresiva sobre la renta y por un sistema de regulación colectiva de las emisiones de carbono que contribuya a la financiación de los seguros sociales y de una renta básica, así como por la transición ecológica y un sistema educativo verdaderamente igualitario. La superación del capitalismo y la propiedad privada también pasa por organizar la mundialización de otra manera, con tratados de cooperación al desarrollo que giren en torno a objetivos cuantificados de justicia social, fiscal y climática, cuyo cumplimiento condicione el mantenimiento de los intercambios comerciales y de los flujos financieros. Una redefinición del marco legal como ésta exige la retirada de un cierto número de tratados en vigor, en particular los acuerdos de libre circulación de capitales puestos en marcha desde los años 1980-1990 y su sustitución por nuevas reglas basadas en la transparencia financiera, la cooperación fiscal y la democracia transnacional. Algunas de estas conclusiones pueden parecer radicales. En realidad, son una continuación del movimiento hacia el socialismo democrático que se inició a finales del siglo XIX y que ha supuesto una profunda transformación del sistema legal, social y fiscal. La fuerte reducción de las desigualdades observada a mediados del siglo XX fue posible gracias a la construcción de un Estado social basado en una relativa igualdad educativa y en un cierto número de innovaciones radicales, como la cogestión germánica y nórdica o la progresividad fiscal a la anglosajona. La revolución conservadora de la década de 1980 y la caída del comunismo interrumpieron este movimiento y contribuyeron a que el mundo entrase, a partir de los años 1980-1990, en un periodo de fe indefinida en la autorregulación de los mercados y casi de sacralización de la propiedad. La incapacidad del movimiento socialdemócrata para superar el marco del Estado nación y renovar su programa, en un contexto caracterizado por la internacionalización de los intercambios comerciales y por la terciarización educativa, también ha contribuido al hundimiento del sistema izquierda-derecha que permitió la reducción de las desigualdades durante la posguerra.

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La toma de conciencia de las limitaciones del capitalismo mundial desregulado se ha acelerado tras la crisis de 2008

Frente a los desafíos que plantean tanto el aumento histórico de la desigualdad como el rechazo a la mundialización y el desarrollo de nuevas formas de repliegue identitario, la toma de conciencia de las limitaciones del capitalismo mundial desregulado se ha acelerado tras la crisis financiera de 2008. Las reflexiones orientadas a poner en marcha un nuevo modelo económico, que sea equitativo y al mismo tiempo sostenible, han retomado su curso. Los elementos reunidos en este libro bajo la etiqueta de socialismo participativo y de federalismo social en gran medida no hacen más que retomar las transformaciones en curso en diferentes partes del mundo y ubicarlas en una perspectiva histórica más amplia.

La historia de los regímenes desigualitarios muestra hasta qué punto esas transformaciones políticas e ideológicas no deben abordarse de manera determinista. Siempre son posibles diferentes trayectorias, en función de los equilibrios de fuerza entre, por una parte, el curso de los acontecimientos en el corto plazo y, por otra, los cambios de mentalidad de más largo plazo (que a menudo surgen como verdaderos catálogos de ideas en los momentos de crisis). El riesgo de una nueva oleada de competencia exacerbada y dumping fiscal y social es desgraciadamente real, con un posible endurecimiento del repliegue nacionalista e identitario, que es visible tanto en Europa y en Estados Unidos como en la India, Brasil o China.

Thomas Piketty es director de investigación en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, profesor en la Paris School of Economics y codirector de la World Inequality Database. Su libro ‘El capital en el siglo XXI’ fue un superventas. Este extracto es un avance de ‘Capital e ideología’ (Deusto). Se publica el 26 de noviembre.

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