Las tesis de Piketty convencen, pero la desigualdad sigue venciendo
Su obra capital ha cambiado las ideas dominantes, pero la voluntad política continúa estancada
Hecho: los salarios bajan su poder adquisitivo mientras suben exponencialmente los beneficios de muchas grandes empresas, financieras y no financieras. Ello forma parte estructural del modelo de crecimiento. ¿Para cuándo un pleno parlamentario monográfico en estos términos?, ¿alguien recuerda a los portavoces de la derecha, en sus distintas etapas, blandir el concepto de desigualdad al desarrollar sus programas electorales? Desde hace varias décadas alguien ha detenido el ascensor social entre dos pisos mientras las clases medias subían; ahora esos mismos ciudadanos esperan angustiados a que se ponga de nuevo en marcha pensando, además, que descenderá, no irá hacia arriba.
Este año se cumple una década de la publicación estelar de aquel libro de extraordinaria influencia intelectual titulado El capital en el siglo XXI, del joven economista francés Thomas Piketty. Vendió centenares de miles de volúmenes en todo el mundo e incluso algunos economistas del mainstream reclamaron para él el Nobel de Economía, lo cual hubiera sido inconcebible por su edad y casi por su nacionalidad francesa (hay antecedentes como en Jean Tirole). Recordemos las premisas en las que se sustentaba aquel texto, que iba acompañado de un gran aparataje matemático e histórico: que la desigualdad se ha convertido en el ADN de las sociedades contemporáneas; que la desigualdad no es inevitable ni consecuencia de leyes inexorables de la economía, sino de decisiones políticas y estratégicas; que la desigualdad no es rentable (aspecto desarrollado por Emilio Ontiveros en el prólogo a una de las ediciones en castellano del libro).
El libro en cuestión, que pronto fue ampliado por otros del mismo autor (Capital e ideología, La economía de las desigualdades, Una breve historia de la igualdad), incorporaba varias tesis controvertidas: 1) mientras los rendimientos del capital aumenten más que el crecimiento económico, aumentará la desigualdad; 2) la desigualdad es una tendencia a largo plazo en el siglo XIX, el XX y lo que llevamos del XXI, con la única interrupción de los años de la revolución keynesiana, de las políticas contra la Gran Depresión y del nacimiento del Estado de bienestar; 3) la desigualdad es tan grande que para combatirla con eficacia habría que establecer impuestos confiscatorios (de hasta el 80% de la riqueza) a los más ricos y políticas distributivas a través del gasto; y 4) concentraciones extremas de riqueza amenazan los valores de la meritocracia y de la justicia y la cohesión social sobre la que se asienta la democracia; lo que está en peligro es la democracia.
Piketty insistió en sus intervenciones públicas (entre las que sobresale por su cercanía una con la vicepresidenta Yolanda Díaz en el Círculo de Bellas Artes de Madrid) en que su ideología proviene del artículo primero de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 (“Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común”), que no había leído El capital ni tenía un pasado juvenil revolucionario. Dio igual: desde los medios más conservadores se le apuntó al marxismo y generaron alarma tanto las soluciones que proponía como que se consolidase la opinión de que la desigualdad era consecuencia de la política económica aplicada por la revolución conservadora desde la década de los años ochenta del siglo pasado. Un representante del Instituto de Empresa de EE UU, James Pethokoukis, escribió que el trabajo de Piketty debía ser rebatido con urgencia ya que, de lo contrario, “se propagará entre los intelectuales y remodelará el paisaje político-económico en el que se librarán las futuras batallas de las ideas políticas”.
Los textos de Piketty se añadieron a los de Stiglitz, Emmanuel Saez, Gabriel Zucman, Anthony Atkinson, Richard Wilkinson y Kate Pickett, etcétera, que han logrado introducir la desigualdad en el frontispicio de la economía política de la época. Pero, pese a su influencia, poco ha cambiado en el mundo en esta década en relación con este desequilibrio. Las desigualdades han seguido creciendo más y más y, en algunos casos, a un ritmo más rápido que antes. Las ideas son importantes, pero lo determinante es la voluntad política de ponerlas en circulación.
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