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¿Existe una literatura europea?

La narrativa del continente sigue lastrada por la ausencia de una estrategia común en un espacio de mestizaje y sin una lengua compartida

Literatura europea
La tumba de Franz Kafka en el cementerio de Praga.JNS (Gamma-Rapho / Getty Images)

La del título es una pregunta que excita inevitablemente a los especialistas en literatura comparada, a quienes estudiamos los fenómenos literarios más allá de las fronteras nacionales y lingüísticas, desde una perspectiva supranacional, aunque sólo sea para indagar en las implicaciones de la pregunta, sin necesidad de alcanzar una respuesta definitiva. Esta pregunta, como tantas otras muy relevantes, no se contesta con un sí o un no, sino con un “depende”.

Resulta evidente que hay una literatura producida dentro de los márgenes difusos y cambiantes de ese territorio que denominamos Europa y, si este fuera el sentido de la pregunta, la respuesta sería simplemente sí, y aquí se acabaría este artículo sin más que decir. Una respuesta obvia para una pregunta poco interesante. Tal literatura europea no sería más que la suma de las producciones literarias de un conjunto de países de los cuales postulamos la condición de europeos, sea por su pertenencia a la UE o por criterios más amplios e inclusivos.

Entiendo que la ambición de la pregunta es otra, referida a una noción de Europa que es más que un territorio o una suma de naciones. ¿Hay tal cosa como una identidad europea que cohesione un sistema literario, unos rasgos compartidos que delimiten un conjunto de obras o escritores, un mínimo denominador común? Ello nos lleva de inmediato a interrogarnos sobre si es posible elaborar un canon de la literatura europea, sobre todo uno que se diferencie del canon occidental de Harold Bloom o de aquello que antes se llamaba literatura universal, en una abarcadora proyección etnocéntrica. ¿Nos referimos a un conjunto de valores? Ni siquiera es fácil llegar a un consenso sobre quiénes son los europeos, qué escritores incluir, porque hoy en día Europa es un espacio de mestizaje, hibridez y diversidad.

Las respuestas a estas preguntas distan de ser evidentes y requieren poner en cuestión unas etiquetas que damos por sentadas. No hay nada de natural en las categorías nacionales y lingüísticas que utilizamos para clasificar la literatura. Sin embargo, la nación y la lengua son factores identificables, posibles instrumentos de confluencia que ayudan a construir comunidad. Europa carece de estos recursos básicos, una lengua común y una identidad cultural hegemónica.

Imre Kertesz
El premio Nobel húngaro Imre Kertész, en una conferencia celebrada en 2005.FERENC ISZA (AFP / Getty Images)

El título de este artículo coincide con el de un breve ensayo de Richard Miller, Existe-t-il une littérature européenne?, publicado, no casualmente, en Bruselas en 2017. En su exploración del tema, Miller constata algunas evidencias. Existe una tradición literaria europea, que se remonta a Homero, hecha de préstamos, influencias, recepción y circulación de la literatura, desde que los romanos leen a los griegos, un potente circuito de intercambios que caracteriza la Edad Media y el Renacimiento, cuando la poética común pesaba más que las diferencias territoriales y lingüísticas.

La circulación de la literatura no se frena cuando las distinciones nacionales ganan fuerza y centralidad política, y la literatura comparada nace como disciplina para ocuparse de este comercio internacional de las literaturas, entendidas ya en plural, con un enfoque esencialmente europeo porque la exigencia en aquella primera época era que no se debían estudiar relaciones entre tradiciones y autores que no hubieran estado en contacto, lo que dejaba mayoritariamente fuera a las literaturas no occidentales, donde por el contrario hoy la disciplina está plenamente arraigada.

La literatura europea era entendida así como un conjunto de literaturas nacionales en estrecha relación, acrecentada cuando las obras entran en lo que Emily Apter llama “zona de traducción”. Este fenómeno hoy en día se ha facilitado, extendido y multiplicado, pero ya no cabe decir que se limite a las literaturas europeas sino que hay una circulación global de la literatura.

Los líderes europeos se han desentendido de la cultura como instrumento de cohesión

Quizás lo más interesante del diagnóstico de Miller sea su afirmación, o denuncia, de que no existe una literatura de la UE (que sin duda no coincidiría con una literatura europea) porque los líderes europeos se han desentendido de la cultura como instrumento de cohesión, delegando en los estados miembros cualquier planificación estratégica cultural y determinación de objetivos. Cita el estudio de Renaud Denuit sobre política cultural europea que muestra que el presupuesto de 2007-2013 asignó a cultura 400 millones de euros para siete años, menos de un euro por habitante para todo el período. Esta desatención es particularmente grave si pensamos, como dice Miller, en lo que el ideal europeo le debe a la literatura que lo funda y fundamenta.

¿De dónde sale la idea de Europa si no es de esa tradición compartida? Para Milan Kundera la novela moderna, desde Cervantes, es el instrumento de investigación mediante el que se construye Europa. Es un tema que explora también, invocando a Homero, el albanés Ismaíl Kadaré.

Esta reflexión de Miller nos obliga a reconocer la ausencia de lo que sería un sistema literario europeo, ese marco de instituciones, recursos y herramientas de los cuales se dotan las naciones para proteger y promover las actividades vinculadas a la producción literaria y la lectura, la traducción de las obras y su circulación. Falta una política europea de desarrollo de plataformas institucionales comunes, apoyo a la cultura en los medios de comunicación, fomento de iniciativas transnacionales en la industria editorial y la distribución, e incluso premios literarios.

La literatura no son sólo autores y textos, en una especie de cadena acumulativa, como se enseñaba y quizás aún se enseña la historia literaria, sino unas prácticas y una experiencia de relación con y para los lectores que depende de un complejo entramado de factores. Sin esa estructura social que la envuelve, difícilmente puede la literatura cumplir su función y tener un impacto. De ahí que cueste identificar una literatura propiamente europea en un contexto en el que las diversas literaturas nacionales europeas, con apoyo interno, se mueven y compiten en un sistema literario global, porque las antiguas limitaciones al diálogo e intercambio con tradiciones no europeas se han superado. Concluye Miller que no es la literatura la que necesita a la UE, sino la UE la que necesita una literatura, necesita la Europa de la literatura, fuente de sus principios fundamentales.

Zadie Smith
La escritora Zadie Smith, retratada en septiembre de 2023.David Levenson (GETTY IMAGES)

Tal vez sea Stefan Zweig quien más consecuentemente encarna y convierte en literatura dichos principios y la conciencia de ser europeo, en medio de las amenazas que se cernían sobre aquel sueño de libertad, humanista y cosmopolita. Su contemporáneo, Franz Kafka, un escritor que es de todos y no es de nadie, apela a otra tradición eminentemente europea, la que describe el lado inquietante y desesperanzado de la condición humana. Dos súbditos del imperio austrohúngaro, Zweig y Kafka, que anticipan el horror del Holocausto, la tragedia transnacional que define la historia europea.

En un hipotético canon europeo no pueden faltar quienes atravesaron aquella experiencia y fueron atravesados por ella, dejándonos su testimonio, como Primo Levi, Charlotte Delbo, Imre Kertész, o Victor Klemperer, que defendió una idea moral de Europa. Si la identidad consiste en una memoria colectiva, ¿qué otra memoria comparten los europeos? Y la literatura de aquellos supervivientes ha contribuido a construirla. Jorge Semprún fue esa clase de europeo, cuya literatura multilingüe no puede ser apropiada por una sola nación y que luchó por traducir su experiencia en el campo de concentración a la escritura y a la práctica política, expresiones ambas de un compromiso ético y una visión de Europa.

También son referencias indispensables otros que se movieron entre lenguas y culturas, como Vladimir Nabokov y Samuel Beckett, a quienes George Steiner, otro europeo políglota, dedicó su ensayo Extraterritorial. O James Joyce, un irlandés que pertenece a la literatura inglesa, publica en París, vive en Trieste, muere en Zúrich, y cuyo inglés contiene multitud de lenguas. Su secretario, Beckett, puede leerse como un continuador de la desolación de Kafka, aunque las lenguas entre las que se mueven sean distintas: inglés y francés uno, alemán, checo y yiddish el otro.

Para Kundera la novela moderna es el instrumento de investigación mediante el que se construye Europa

Otra manera de estar entre culturas y lenguas, sometida a más fricciones que la de estos autores consagrados, es la de Sema Kiliçkaya, Najat El Hachmi o Zadie Smith, por ejemplo, escritoras que nos dan a conocer la experiencia de la migración, rasgo consustancial hoy en día de la realidad europea. La cuestión no está en quién entra y quién no en una lista selecta, sino en los criterios de selección que configuran un repertorio que reconocemos como europeo, más allá de la suma de las partes.

La literatura que cumpla esta función no puede ser, en este momento, la representación de una identidad sino de una pluralidad tensa, dinámica y conflictiva, definida por los desplazamientos, los cruces entre lenguas y culturas, y la mediación que comunica la perspectiva del otro. Una literatura que cabría calificar de extraterritorial.

Decía Claudio Guillén en Múltiples moradas que “Europa es un conjunto movedizo, de perfil cambiante, pero que sin embargo se reconoce a sí misma, física e históricamente. ¿Se reconoce pero no se conoce? Digamos por ahora que su deslinde es problemático, móvil, y muchas veces indefinido”. A partir de este enfoque, podemos pensar Europa y su literatura no como una identidad, sino como un proceso cambiante, el devenir de un proyecto. Más que una realidad tangible y delimitable, sería una construcción histórica y un horizonte utópico al que aspirar si el objetivo es una Europa capaz de combinar unión y diferencias.

Antonio Monegal es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universitat Pompeu Fabra. Ha ganado el Premio Nacional de Ensayo 2023 por ‘Como el aire que respiramos: el sentido de la cultura’ (Acantilado, 2022).

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