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Martín Caparrós: “Escribir sobre la violencia en América Latina se ha vuelto un manierismo”

El autor argentino despliega en ‘Ñamérica’ el retrato coral de un continente marcado por los tópicos literarios, el maniqueísmo histórico y la desigualdad económica

El escritor Martin Caparrós durante el transcurso de la entrevista.
El escritor Martin Caparrós durante el transcurso de la entrevista.DAVID EXPOSITO
Andrea Aguilar

Iba a repetir, en un foro de periodistas en El Salvador, aquello de que él no sabía realmente qué era América Latina, que no existía, cuando pensó: “¿Y si en vez de decir lo de siempre trato de ir más allá?”. Así explica Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) la génesis de su último libro en las propias páginas, y lo repite una tarde de mediados de agosto, frente a un agua con gas en una terraza de la plaza de la República Argentina de Madrid, no sin antes manifestar, con cierta sorna, su objeción a que la cita fuera concertada en esa glorieta.

—¿Por qué ese empeño en negar América Latina?

—No sé si en negarla, pero soy argentino y nosotros no éramos latinoamericanos hasta hace relativamente poco. Por un lado, che, por imbéciles, por fanfarrones, por creer que éramos algo mejor; y, por otro, porque había muchos datos reales que diferenciaban Argentina: había una clase media importante, el Estado ofrecía salud, educación y una serie de servicios que en los otros lugares no, y el ingreso per cápita era infinitamente superior al de los otros países de la región. Yo pertenecía a una cultura muy urbana y, digamos, europeizada, frente a esta cosa telúrica que se suponía que era América Latina.

Infatigable viajero desde que a los 18 años dejó Buenos Aires y se exilió en París en 1976, al escritor y ensayista Martín Caparrós el estallido de la pandemia le sorprendió en su ciudad natal a punto de ir a Chile, un viaje que lamenta tener aún pendiente. Lleva un año y medio varado en Madrid, su base de operaciones desde hace unos años. Vestido de negro como acostumbra, y con su característico bigote blanco, que en algún momento se acaricia como si le ayudara a pensar, no oculta su extrañeza de nómada forzosamente asentado, aunque este parón no ha frenado su inquietud creadora. Autor de una treintena de libros entre novelas, crónicas y ensayos, en estos meses sedentarios ha escrito cuatro libros que aún tendrán que esperar para ser publicados. El que sí saca ahora es Ñamérica (Debate), su particular y extenso estudio sobre el continente latinoamericano.

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Dice Caparrós que en las últimas décadas Argentina se fue “latinoamericanizando, en el mal sentido de la palabra”, y él “en el bueno”. Su trabajo con la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada por Gabriel García Márquez, le acercó a la región; empezó a recorrerla y a escribir. Calcula que lleva 30 años viajando por la zona y todo lo que ha visto en ese lapso le ha servido ahora para armar una especie de “gran fresco”, que abarca su serie de crónicas sobre ciudades latinoamericanas publicadas por El País Semanal, pero también materiales que se remontan hasta tres décadas atrás. Por ejemplo, aquel primer viaje a Bolivia en el que fue a ver a los cocaleros de Chapare y encontró a su jefe, un joven sindicalista llamado Evo Morales, futuro presidente del país.

Sus crónicas urbanas ahora se remezclan con reflexiones y preguntas, como ya ocurrió en El hambre y Contra el cambio. “Por decirlo de algún modo, vengo retrabajando mi propio género. Yo digo que son ensayos que cuentan y crónicas que piensan, pero no me satisface esta definición”, explica. ¿Y el término anglosajón de no ficción literaria? “Es una derrota llamar a algo por lo que no es”, replica.

En el nuevo libro, del que excluye a Brasil —”porque es un fenómeno totalmente distinto, cuyos datos y dinámicas deforman las de todo el resto”—, arranca con una reflexión sobre la artificialidad de las fronteras y las patrias. Caparrós señala que, frente a los 200 años de independencia, hubo 300 en los que los países formaron parte de lo mismo, y acuña un término, Ñamérica, que da título al nuevo volumen. Esta palabra inventada añade la letra más característica del idioma español y redefine la región por su habla hispana, su profundo mestizaje y su larga historia común. “La última vez que se trató de armar un retrato fue con Galeano y Las venas abiertas de América Latina, cuando el 50% de la población era rural. Hoy solo es el 20%”, señala. ¿Quiso responder a Galeano? “Es volver a mirar aquello que por alguna razón durante 50 años muchos se olvidaron de mirar y fue cambiando lo suficiente como para que aquella mirada ya sea solo pasado”.

Somos mezcla de mierda de todo tipo: azteca, de conquistadores, de curas y de independentistas, próceres que se quedaron con todo

Desmonta mitos como el de la Arcadia preconquista: “Los que estaban ahí antes eran lo suficientemente sanguinarios como para que 500 desharrapados extremeños consiguieran el apoyo de otras decenas de miles de indios que no querían que los siguieran matando quienes estaban en el poder. Somos la mezcla de mierda de todo tipo: azteca, de conquistadores, de curas y de independentistas, próceres que se quedaron con todo. Somos todo eso”. Y en esa “cruza” entre crónicas y problemas que atraviesan la región, subraya la desigualdad. “Hasta que escribí Ñamérica no había visto tan explícitamente cómo esto tiene que ver con que sea un lugar de conquista y de exportación de materia prima”, expone. “En América Latina lo que hubo fue apropiación: el tipo que se quedó con la mina o las 50.000 hectáreas sigue explotándolas y, para poder hacerlo, necesita poder político”.

De ahí la dificultad de que se produzca un cambio profundo y su escepticismo ante el crecimiento de las clases medias en el continente en la primera década del siglo XXI: el auge se debió a la subida de precios de las materias primas. “No es un proceso sólido, y no puede serlo cuando se piensa en clase media en términos de ingresos y que con cuatro dólares por día por persona eres pobre y con tener cinco eres clase media. Es todo muy frágil”, razona, y subraya que “lo que ahora es clase media es la clase trabajadora”.

Caparrós defiende la teoría marxista como herramienta de análisis —”el que algunos hayan deducido de eso ciertos cursos de acción algo patéticos es otro problema”—, y no elude la decepción que supone Cuba. “Mi padre había sido compañero de facultad del Che Guevara y lo llamó. De allí mis padres me traían cosas, como el primer disco de Bola de Nieve cuando tenía ocho o nueve años”, recuerda. “Cuba era el modelo y la meta, y ver lo que pasó es muy deprimente”.

También se muestra crítico con el creciente poder que se otorga a la identidad, y desmonta la idea de que una persona con pocos recursos, “por ser mapuche o zapoteca, tenga necesidades o legitimidades distintas a las de su vecino criollo”. A golpe de cifras, Ñamérica revela que los gobiernos de izquierda no recortaron la pobreza más que los liberales en los últimos años. “Me llamó mucho la atención ver que, efectivamente, en los países donde gobernó la derecha, como Colombia, Perú o Chile, había habido el mismo recorte de pobreza que en los que se reivindicaban de izquierda, como Argentina o Ecuador. El único que mejoró más que otros fue Bolivia porque partía de unos parámetros ínfimos, y de todas maneras no tanto más que Perú”, afirma.

Más allá de las carencias de los gobiernos de la región, magnificadas por la pandemia, Caparrós escribe que los Estados buscan más contener que revertir la desigualdad. “Siempre hay gente que dice: ‘¿Por qué tengo que pagar impuestos?’. Es la clase media-alta y alta, que manda a los chicos a la escuela privada, se costea seguro médico, tiene seguridad en el barrio, y cuando usa la autopista paga. Consideran que el Estado no les da nada”, expone. “Y bueno, sí, hermano, lo que te da es que quienes no tienen no te coman las orejas, no se planten en tu casa y te la quemen. Por eso, hablo del Estado contenedor, que no es lo mismo que el Estado con cuchara o con cuchillo”.

Mi generación luchó contra la injusticia en Argentina con un 3% de pobres. Ahora hay un 30%

Hay dos casos llamativos en los que la clase media se ha evaporado prácticamente: Argentina y Venezuela. “No sé cómo hicimos en Argentina para fracasar de tal manera”, reflexiona. “Mi generación había tratado de cambiar el país porque era injusto, intolerable desde innumerables puntos de vista, y, sin embargo, había entre un 3% y un 4% de pobres y ahora entre un 30% y un 40%”. Cuando estudiaba en Francia visitó Caracas y vio cómo corrían el whisky —”a su lado París era una aldea humillada”— y las “becas estrepitosas” de sus estudiantes en Europa. “Yo pensaba, carajo, por qué no invierten ese dinero en armar una buena facultad en su país”, recuerda. La debacle, sostiene, “es un evidente fracaso del monocultivo; se sentaron en el petróleo”.

Si en los sesenta el continente era realismo mágico, hoy se identifica con la figura del narco. ¿La violencia es parte del folclore ñamericano? Sí, contesta, y señala la responsabilidad de los medios: “Tiene que ver con esa solución de facilidad que consiste en escribir sobre violencia, que, aunque es algo importante, se vuelve manierismo”. Incluso en aquellas zonas donde la tasa de homicidios está disparada, con 80 muertos cada 100.000 habitantes, “hay otras 99.820 personas a las que no matan y deberíamos abrir el foco”, insiste.

Casi terminó la charla y Caparrós recuerda otro caluroso verano en que fue invitado a participar en unas jornadas sobre la obra de Carlos Fuentes en El Escorial. Él era un joven novelista que aún no firmaba crónicas, pero ya les dijo en una cena a los popes allí reunidos que, aunque se habían apropiado de los temas a lo grande, él no pensaba renunciar ni conformarse, ni escribir sobre lo pequeño.

—Hace falta una cierta hubris para lanzarse a desentrañar el problema del hambre en el mundo o a redefinir el continente latinoamericano, ¿no?

—Es mi karma. No sé qué habré hecho yo para merecer esto, pero se me ocurren libros totales.

Portada de 'Ñamérica', de Martín Caparrós

Ñamérica

Debate, 2021.
680 páginas. 24,90 euros.
Se publica el 9 de septiembre.


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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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